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Pedro Sánchez: entre oportunistas y delincuentes

Si, ciertamente, un partido autodenominado como ‘progresista’ no puede pactar con el conservadurismo reaccionario personificado en Vox.

 

No lo tiene nada fácil el líder aparentemente victorioso. Bien es cierto que es casi imposible que un líder político no celebre la victoria antes de la contienda, pero la nefasta práctica de vender la piel del oso antes de cazarlo está tan extendida, que pedir algo diferente se antoja ingenuo. Como sus rivales, Sánchez ha pretendido transitar por el camino de la sorpresa para agotar a quienes tiene en frente. No le resultó difícil en los primeros momentos, sabiéndose un ganador moral más que político, y relamiéndose los labios con malicia ante el descalabro del PP y el sorpasso de Ciudadanos a Unidos Podemos. Pero las placas tectónicas de la política española no permanecieron inactivas mucho tiempo. Unidos Podemos no dudó en reclamar el precio por su apoyo y Ciudadanos ha entrado en una espiral de guerra civil que, hasta el momento, pensaba que era una tara característica de los demás partidos, menos del suyo.

 

No es algo ilógico. A fin de cuentas, los partidos pequeños sin estructura ni aparato son los que más fácilmente sucumben al hiperliderazgo para compensar sus fallas en todos los demás aspectos. Ciudadanos está pasando por una traumática experiencia por la que, tarde o temprano, pasan todas las formaciones. De cómo la supere dependerá el futuro inmediato del juego de equilibrios político en España, porque, si bien no es el PSOE ni el PP, es la tercera fuerza en escaños en el último parlamento democrático elegido hasta la fecha a nivel nacional. Pero para jugar al póker uno no puede ir con alma de ruleta. La estrategia y la suerte no pueden nunca confundirse, aunque ello pueda hacer las delicias de los analistas políticos insaciables y ávidos de emocionantes curvas en un mundo en el que la previsibilidad ha pasado a mejor vida. Les toca aprender esto en Ciudadanos, que, nacido como un partido socialdemócrata, ha transitado hacia el social-liberalismo a la par que cerraba filas cada vez más con los liberales conservadores y con los demócrata-cristianos. Alianzas asumibles ideológicamente incluso para los socialdemócratas, los auténticos ‘camisas viejas’ de la formación naranja, que comprueban ahora, como en su momento hizo Manuel Hedilla al echarle el pulso a Franco, que la discrepancia con el líder todopoderoso sólo les acarreará ‘la cárcel o el exilio’. Algo de lo que Errejón y cía pueden contarles numerosas historias mientras se lamen las heridas camino al ostracismo.

 

Si, ciertamente, un partido autodenominado como ‘progresista’ no puede pactar con el conservadurismo reaccionario personificado en Vox, algo tan dañino para España como el Comunismo de hijos de papá que halla su encarnación predilecta en Unidos Podemos, y seguir siéndolo, también lo es que no puede tender la mano a los asesinos batasunos que siguen sin condenar el Terrorismo ni a los Independentistas catalanes, atrapados espiritualmente en un nacionalismo supremacista, cínico y pesetero que, en palabras de Jordi Pujol, considera que hombre andaluz ‘no es un hombre coherente, es un hombre anárquico. Es un hombre destruido (…) es, generalmente, un hombre poco hecho, un hombre que hace cientos de años que pasa hambre y vive en un estado de ignorancia y de miseria cultural, mental y espiritual. Es un hombre desarraigado, incapaz de tener un sentido poco amplio de comunidad. A menudo da pruebas de una excelente madera humana, pero de entrada constituye la muestra de menor valor social y espiritual de España. Ya lo he dicho antes: es un hombre destruido y anárquico. Si por la fuerza del número llegase a dominar, sin haber superado su propia perplejidad, destruiría Cataluña. E introduciría su mentalidad anárquica y pobrísima, es decir, su falta de mentalidad.’, y que no sólo no se arrepiente de haber cometido delitos gravísimos que están vistos para sentencia en el Tribunal Supremo, sino que se enorgullece de ellos y de la fractura social enorme que ello ha ocasionado en Cataluña y en el resto de España, y anuncia que piensa seguir por el mismo camino.

 

Nota especial para el PSOE, que no se libra tampoco en cuanto a hipocresía se refiere. Tanto más cuando si ya de por sí fuera difícil concebir una vileza mayor que pactar con estos dos para hacer la Moción de Censura y poder gobernar, resulta que en la Televisión Española, pagada por todos nosotros, hay que abrirle espacio a un terrorista como Otegui, a quien hay que reverenciar además como un maldito héroe por imposición de la Dictadura de lo Políticamente Correcto porque su estrategia política‘ya no necesitaba la violencia armada para conseguir sus objetivos’que, no se lo pierdan, lamenta ‘si generamos a las víctimas más dolor del necesario o del que teníamos derecho a hacer’. Ahí es nada. Todo para que los herederos de ETA y los Independentistas le den a Sánchez una abstención que en modo alguno va a ser gratis (pondrán su precio encima de la mesa cuando llegue el momento). A pesar de los delitos, a pesar de los muertos. Una Memoria Histórica de la que los socialistas deberían hablar con tanta contundencia como cuando evocan los fantasmas de las trincheras de la Guerra Civil.

 

Nada que preocupe a Pedro Sánchez que, salvo continuar en el sillón de la Moncloa, carece de cualquier otro tipo de inquietud intelectual, moral o ética. Vigilante, sabe que el abrazo del oso que le propone Pablo Iglesias debe evitarlo a toda costa o, al menos, hasta que haya podido desgastar del todo a la formación morada que, acorralada, sabe que es ahora o nunca. Pero igualmente Sánchez es consciente de que la Prima de Riesgo subirá si Podemos entra en el Gobierno y de que el Ibex le sigue presionando para que para que se aleje de tan poco aconsejable tentación. A ello hay que sumar el escenario de inestabilidad crónica y numeritos políticos semanales que Unidos Podemos le proporcionará en un gobierno que distará mucho de ser ‘equilibrado y moderado’. Pero no son razones altruistas las que impiden a Sánchez darse la mano con Iglesias: sabe que, como él cuando estaba en horas bajas, si Unidos Podemos entra en el Gobierno y obtiene Ministerios, puede capitalizar dicho éxito y revitalizarse políticamente hasta el punto de volver a poner en peligro la hegemonía del PSOE en el espectro de la ‘izquierda’. Lo que los socialistas no van a permitir, empleando la estrategia que ya han ensayado estos meses: copiar parte de su programa y atender las demandas de sus bases electorales para vaciar el discurso morado hasta hacerlo hueco y vacío, forzándoles a adoptar posturas mucho más maximalistas que entronquen con un electorado más puro ideológicamente pero más radicalizado, alejándose así de cualquier opción de poder más allá de ser un partido bisagra para acuerdos concretos.

 

Y en estas estamos: investidura en Julio o Elecciones Generales en Otoño. Y en estas está Pedro Sánchez: entre pactar con los oportunistas de Ciudadanos o con los delincuentes de Bildu, ERC y de quienes les apoyan, Unidos Podemos. Sabiendo que es una cuestión, por desgracia, no moral sino de estrategia política, creo no ser el único que, haciendo un cálculo estricto y horado, llega a la conclusión de que es preciso escoger la menos mala de las opciones, aunque ninguna de las dos sea del agrado de uno. Y ello pasa por pactar con los oportunistas antes que con los delincuentes.