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Pep, el fanático

Posiblemente uno de los errores más peligrosos a la hora de defender la democracia es creer que todas las ideologías son respetables. Desgraciadamente, esta idea es bastante común y compartida, algo que impide que pasemos al segundo escalón decisivo contra esta construcción autodestructiva: qué ideologías son, en democracia, inaceptables. Mi veredicto está claro: toda ideología, movimiento o discurso, que no respete la libertad, que utilice la mentira, que encienda las peores pasiones de la gente y demuestre una inequívoca actitud y espíritu xenófobo, no pueden ser aceptados en democracia. Básicamente, porque aquellos que no están dispuestos a respetar tu integridad como ciudadano no pueden recibir respeto de nuestra parte.

Sin duda, el separatismo catalán reúne todos los requisitos para que no sea aceptado como una idea “legítima” y pacífica dentro de un sistema político plural y de libertades. El populismo y el nacionalismo rancio cuyas raíces llegan de una historia inventada, son los particulares nazismos y estalinismos del siglo XXI. Hace pocos días, en la tan promocionada manifestación en Bruselas, el separatismo catalán desfilaba de la mano del neonazismo belga actual poco disimulado. Una ayuda en consonancia con los aliados mediáticos de Junqueras y demás claqué supremacista en pleno proceso de ruptura: Assange y cybertropa de Putin. La amenaza de la Rusia totalitaria hacia la estabilidad de las democracias en un hecho que en la mayoría de países serios se ha documentado y expuesto por profesionales y periodistas competentes; aquí en España, sin embargo, solo nos sirve para hacer “memes”, chistes, y bromas a Cospedal.

 

 

Uno no sabe cuál es la respuesta para explicar por qué el actual entrenador del City (donde está batiendo todos los récords de la Premier) se ha descubierto como uno de los actores más fanáticos e irreflexivos de la secta catalanista.

 

 

Llegados a este punto, me gustaría poner el foco en el caso más llamativo a nivel personal de todos los fanáticos que integran la secta totalitaria y xenófoba que es el separatismo catalán: Pep Guardiola. Cuando tratamos de explicar las evoluciones mentales de tipos como Mas, Puigdemont o Forcadell, siempre encontramos un relato que acaba siendo coherente con el desenlace. Pero el caso de Guardiola es complejo y bastante inesperado. Vayamos por partes.

Debo aclarar que quien escribe esto- o sea, yo- es un apasionado culé que lleva al Barça dentro de su alma. Incluso en los peores días del “procés”, llegué a salir a la calle con la camiseta de la senyera del Barcelona, algo que me causó algunos altercados poco agradables pero que no llegaron a suponer una amenaza a mi integridad física. Por lo que, es fácil deducir lo que significa para mí la figura de Guardiola: futbolísticamente todo, el mejor entrenador que ha dado el siglo XXI y noble heredero del mejor del siglo XX, Johan Cruyff. Además de esto, he podido leer dos libros extraordinarios sobre el ex entrenador del Barça que ha escrito Martí Perarnau, durante su etapa en el Bayern de Múnich. En las obras de Martí existe muchísima prosa técnica y futbolística, pero también un retrato personal, emocional e ideológico de Guardiola. Conociendo sus reflexiones, su manera de ser, sus años viajando por medio mundo, su visión internacional, su dominio de idiomas y su vida exitosa, uno no sabe cuál es la respuesta para explicar por qué el actual entrenador del City (donde está batiendo todos los récords de la Premier) se ha descubierto como uno de los actores más fanáticos e irreflexivos de la secta catalanista.

Si bien, visto lo visto, la explicación al caso de Pep es muy complicada, quizás pueda servirnos como indicador de lo profundo y de lo eficaz que ha llegado el lavado de cerebro pujolista en su misión de crear una “conciencia nacional”. Ante fenómenos políticos que difícilmente pueden acotarse, limitarse o explicarse desde un perfil psicológico, de clases, de edades o de educación, las democracias se encuentran aún indecisas sobre cómo actuar para protegerse. En España, además, esto ha coincidido con el peor Gobierno y la peor oposición posible para hacer frente al desafío catalán, que lejos de terminarse el 21D, solo habrá cogido aire y volverá con la lección mejor aprendida.

 

Habría sido una decisión valiente y positiva que las elecciones catalanas no se hubiesen convocado hasta que el proceso penal contra los acusados del separatismo se hubiera resuelto.

 

Es evidente que ni Rajoy ni los dos aspirantes- Pedro y Albert- han entendido la magnitud del problema puesto en marcha con la DUI. El Gobierno ha confiado todo al Poder Judicial, pero haciéndole por el camino la peor zancadilla posible: convocar unas elecciones en medio de una instrucción de las causas penales y con varios candidatos fugados en Bruselas. Habría sido una decisión valiente y positiva que las elecciones catalanas no se hubiesen convocado hasta que el proceso penal contra los acusados del separatismo se hubiera resuelto. Es una temeridad abrir antes las urnas que las Sentencias judiciales, y a la larga será algo que producirá evidentes tensiones entre el ficticio bloque “constitucionalista” y el discurso agresivo del separatismo. Es lo mismo que desde el PP culpen al PSOE y Ciudadanos de esta convocatoria electoral prematura e irresponsable; Rajoy no los necesitaba para activar y administrar el 155.

Los precedentes del siglo XX en la lucha de las democracias liberales contra sus enemigos no son muy positivas que digamos. Lo peor es que parece que algunos no han aprendido del pasado. ¿Qué mecanismos tiene la política para hacer frente a una ideología fanática, xenófoba, totalitaria y supremacista, que se ha ido expandiendo en una sociedad de manera impune durante 40 años? Sinceramente, lo desconozco. A lo mejor tenemos que hacer como Iceta y pensar que el adoctrinamiento no es tan grave porque aún “a pesar de todo” la secta no llega a ser más del 50% de los catalanes. Ya dentro de otros 10 años, quien esté vivo para contarlo que cargue con el “muerto” llamado España.