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Perdones a mansalva

Más nos vale tomar pastillitas tranquilizadoras para leer la historia universal pues por cualquier página surge una guerra.

 

Como las cosas van por rachas, tal vez modas o mimetismos sociales, pues a exigir perdones toca. Ahora le llegó su turno al  señor Yihad Sarasúa, presidente de la Comunidad Islámica Ishbilia de Sevilla, porque en una misiva dirigida a Felipe VI denuncia la persecución sufrida los seguidores de Mohammed por sus antepasados monarcas. Y, ya puesto, aprovecha para pedir la nacionalidad española para los descendientes.

De la depredación pocos sapiens nos escapamos, especie condenada a aniquilarse por un pedazo de terreno, estrambóticas creencias, la posesión de alguna fémina atractiva, o su desmedido afán consumista en una economía caprichosa.

Poco ha cambiado la situación con la extensión del humanismo, pues hasta hace poco, año 1988, nos tocaba por cabeza unas cuatro toneladas de explosivos al repartir la capacidad de las 78.000 cabezas nucleares. O sea, pobre balance de un utópico cristianismo en su proyecto de un mundo mejor, doctrina contra natura dado el egoísmo nativo. Otro tanto les ha ocurrido a las ideologías políticas de cánticos fraternales, dígase por ejemplo, las muchas dictaduras absolutas y criminales como la del padrecito Stalin.

 

Recalco la injusta generalización y exalto a las personas entregadas a los demás en situaciones muy penosas. Estas excepciones son luces en la oscuridad narrada sucintamente.

 

Dicho lo cual, muy sabido por muchos, claro, Mohammed no se mantuvo solo con sermones pacifistas, pues recién tomada La Meca expulsó a una comunidad judía y empleó el poder militar en la llamada guerra santa para imponer la expansión espiritual. Su dinamismo fue evidente, teniendo tiempo para todo y todas pues tuvo 13 esposas, incluida Aisha ─ su preferida─,  de seis años cuando el rondaba los 54. Aquí, si no hubiese sido por Pelayo y Carlos Martel estaríamos todos en chilabas.

Más nos vale tomar pastillitas tranquilizadoras para leer la historia universal pues por cualquier página surge una guerra, actividad siempre latente, unas veces de dimensiones épicas y otras localistas pero igual de crueles, evidente fracaso colectivo. El odio en algunos, la ambición en el negocio de las armas o la apropiación de las riquezas ─toda guerra debe ser rentable─ no repara en las víctimas, el hambre, los sufrimientos y el hundimiento moral.

El otro exigente de perdones ha sido el señor presidente de Méjico López Obrador. Según cuentan las viperinas lenguas del lugar se enamoró de una periodista con afición de historiadora y, Eva de la persuasión, lo animó para culpar a España de atrocidades conquistadoras. Como la cuestión siga tendremos un colapso en la mensajería diplomática: exigiendo perdones todo quisque a poco se ojeen las andanzas nacionales. La historia, señora sobornada desde su concepción, reirá por los inocentes malentendidos y llorará por los oportunistas enterados, sin olvidar la subjetividad de los historiadores de buena fe, pero el hecho histórico rebasa la verdad por su complejidad. Lo dicen ahora una buena parte de científicos: «La realidad no existe».

Sonroja la proliferación de simplones personajes encumbrados en pedestales idolátricos, padres de patrias, héroes laureados. A veces, solo a veces, la supuesta realidad eclosiona para evidenciar el común cartón, tramoya de la teatralidad del mundo.

A fin de cuentas, desde mi infancia tuve cuitas por no comprender lo del pecado original, tara nada más empezar. En el supuesto de unos padres biológicos perversos no necesariamente un hijo estaría predestinado a la depravación y viceversa; mucho menos de aquella pareja envejecida por cuatro o cinco mil años de leyendas. Es decir, un sentimiento de culpabilidad arrastraba gran parte del personal en aquel contexto social donde casi todo era materia pecaminosa, angustiados, recién terminada la cercana tragedia de una guerra incivil Tales extremos dieron lugar a conciencias escrupulosas de difícil curación y donde las confesiones generales terminaban con la paciencia de los confesores. Tal vez cabe la metáfora: «Alguien se pasó de rosca y salieron tornillos defectuosos».