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Periplo multiforme de Trump

 

Pedro Pitarch
Pedro Pitarch*

Tras el primer viaje del presidente norteamericano al exterior, de la semana pasada, puede afirmarse que el escenario internacional está mutando.  Trump satura y colapsa ese escenario. Cuatro meses después de su investidura, el nuevo líder de EE UU ha dado la cara fuera de casa. Ya nadie puede llamarse a engaño. Parece un niño mal criado que pretende hacer todo lo que le venga en gana. Su desordenado periplo, un tanto “totum revolutum”, ha desconcertado a Europa. Puede que en el Medio Oeste norteamericano cause furor, pero aquí causa desconcierto, incertidumbre y furia.

El viaje de Trump ha tenido tres etapas: “ecuménica”, atlántica y global. La primera recuerda la literatura de viajes de Camilo José Cela, en su obra “Judíos, moros y cristianos”. Como hombre de negocios, su primer paso fuera de EE UU lo dio en Arabia Saudí, donde cerró negocios principalmente de compra-venta de armamentos con el Rey Salman, el Guardián de los Santos Lugares del Islam. Pretendió también, quizás, dar el mensaje de no estar contra el mundo musulmán sino el yihadista. Parece claro haber optado por el bando sunita frente al chiita. Poco después, se vio al presidente norteamericano en Jerusalén visitando el Santo Sepulcro y orando en el Muro de las Lamentaciones, el lugar más sagrado del judaísmo. Allí refrendó su apoyo incondicional a Israel, que constituye el pilar fundamental norteamericano en Oriente Próximo. Y rematando la faena, seguidamente se fue a dar novedades al Papa en El Vaticano. Y digo yo ―con permiso de Monseñor Asenjo―, que el líder norteamericano se habrá ganado así cuanto menos el jubileo. A este paso, cualquier día podríamos ver a Trump y Rajoy recorriendo el camino de Santiago.

 

Parece un niño mal criado que pretende hacer todo lo que le venga en gana. Su desordenado periplo, un tanto “totum revolutum”, ha desconcertado a Europa.

 

A continuación, vino la etapa atlántica. Trump se fue a la cumbre de la OTAN en Bruselas donde entró como elefante en almacén trianero de cerámica. Venía con la marca de haber valorado la Alianza como “obsoleta”, y no despejó dudas sobre su voluntad de seguir fuertemente implicado en la seguridad común. Sin embargo, se permitió chorrear a los otros líderes aliados, y especialmente a 23 de ellos (Rajoy incluido) por su bajo gasto en defensa. Particularmente épico fue su chulesco manotazo al primer ministro de Montenegro, para adelantarle groseramente y acercarse a las cámaras.  No es de extrañar que, en fuentes atlánticas, esta etapa haya sido calificada de “un desastre de relaciones públicas, de comportamiento y de lenguaje”. Vaya, Trump en su estado más puro.

 

Las relaciones con Rusia, medioambiente o comercio, ha vuelto a evidenciar la peligrosa carga de incertidumbre e inseguridad que el líder norteamericano porta en sus alforjas.

 

Finalmente, el presidente norteamericano viajó a Taormina, a la reunión del G-7. Allí dejó claro su desinterés por crear consensos y ejercer ―sin Rusia en el grupo― el liderazgo que siempre ha mostrado EE UU en este tipo de reuniones. Según los expertos, no se recuerda tanta tensión y fricción política en las reuniones del grupo. El desacuerdo agresivo de Trump con los acuerdos anteriormente alcanzados por los países del G-7, en relación con temas de nivel superior como, por ejemplo, las relaciones con Rusia, medioambiente o comercio, ha vuelto a evidenciar la peligrosa carga de incertidumbre e inseguridad que el líder norteamericano porta en sus alforjas. La canciller alemana, Angela Merkel, lo ha resumido así: “los tiempos en los que nos podíamos fiar de los otros llegan a su fin”.

Trump parece inasequible al multilateralismo. Su “America first” lo está desarrollando sin mayores pudores. Con su liderazgo egoísta y provinciano prioriza las relaciones bilaterales por encima de las multilaterales. Algo que confronta plenamente con el escenario institucionalista que parecía implantado en el mundo de las relaciones internacionales. Su realismo político supera en radicalidad a los de Morgenthau, George Kennan e, incluso, Henry Kissinger. Eso significa, entre otras cosas, que EE UU está paulatinamente renunciando a ejercer el papel de liderazgo, sobre el que se ha basado hasta ahora el orden mundial. Y la ausencia de orden es el desorden. La presencia de Trump en la Casa Blanca es un presagio de tiempos turbulentos y muy peligrosos para todos. Toda una llamada de atención para Europa.

 

*Pedro Pitarch es Teniente General del Ejército (r).

@ppitarchb