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Planes, muchos planes educativos

Ahora pretenden solucionar los problemas con la compra masiva de ordenadores, como si fueran cajas de Pandora sustitutivas del profesorado.

 

No solo consiste en bogar por el presente; resulta necesario conocer el pasado para entender las singladuras de la vida. Los confinados a un lago están al pairo porque desconocen los periplos conducentes a los puertos oceánicos. Un buen remedio resultaría leer a los cásicos: desde Cervantes a Shakespearse; pero las humanidades vienen sufriendo legislatura tras legislatura las conquistas de los saberes ‘prácticos’. Los  planes educativos, desde tiempo inmemorial, siguen abúlicos con la enseñanza de la expresión oral y escrita. El bajo nivel de los alumnos debería haberse corregido desde la  enseñanza primaria y media por constituir un asunto prospectivo de alcance futuro. Es el lamento de mi amigo, catedrático de universidad. «Algunos alumnos saben pero son incapaces de expresarse, además de las muchas  faltas de ortografías». ¡Y son de la Facultad de Derecho!

Es baja la calidad de la enseñanza española, más preocupante en esta época de parón obligado por el famoso patógeno. Otros países nos dan ejemplos notorios al mimarla, inserta en el entramado social. Antes ―en general― existía el placer por estudiar; después llegó el ganar dinero cuanto antes y ahora, zarandeada por la impresionante influencia negativa de las redes sociales, el rico vocabulario español recibe zarpazos y crueles ofensas gramaticales. La ausencia de buenos lectores ―al salir de unas enseñanzas poco exigentes con el idioma― da paso a una literatura de escasa proyección. Igual a una prensa olvidadiza con su responsabilidad formativa.

Si a los años como docente les añado los de discente, me quedó un par en el servicio militar obligatorio y, para colmo, entre desfiles y guardias impartí clases a un grupito de jóvenes cornetas, por desgracia analfabetos integrales. Comprendí desde pequeño la necesidad del trabajo, tal vez al vivir la precaria situación de una larga postguerra. Menos el jueves por la tarde, teníamos seis horas de clase; aunque algunos, fuera por alguna distracción o por pelearnos con Pitágoras, se nos fastidiaba el respirito. Semanalmente, llegaban a los padres la conducta, aplicación, el aseo, las faltas de asistencia, de puntualidad y la situación del alumno en el conjunto; y cada quince días las notas de cada asignatura. Se cuidaba con esmero la lectura, ortografía, recitación de poesías, los exámenes orales, las redacciones…

Ni en verano descansábamos: una detallada tarea nos esperaba con la obligación de presentarla, incluida las sanciones en caso contrario. Quedaron impresas las calurosas tardes veraniegas, gotitas de sudor en caída libre sobre los mapas recién coloreados con los lápices Goya y la meritoria voluntad de mi padre por ayudarme en las traducciones latinas sin tener idea. Los bachilleres de séptimo, alcanzado el grado, poseyeron una formación académica excepcional.

Un día, sesudos teóricos decidieron cambiar el sistema con unos métodos fracasados en  otras naciones ―somos torpes hasta para copiar―. En 1970, durante el mandato de Villar Palasí, se publicó la Ley General de Educación, gran pretensión con poco dinero. Unas fichas individuales para cada uno de los cuarenta y tantos alumnos, confeccionadas por los docentes, pretendían sustituir los textos…. Después, como las bajas calificaciones traumatizaban a los responsables socialistas, inventaron los PA (progresa adecuadamente) y los NM (necesita mejorar). Así, el llamativo fracaso escolar quedó camuflado: objetivo del presidente González. El absurdo tomó posesión y en surrealistas decisiones obligaron a los docentes a danzar entre eufemismos e informes a destajo. De aquella locura, provista de temporizador, todavía llegan nocivos efectos, cifrados en estadísticas donde un 37% de los alumnos abandonan los estudios básicos.

Los padres, algunos con estudios universitarios, preguntaban: «¿Puede aclararme la situación de mi hijo? Si en matemáticas tiene un PA, ¿cómo debo interpretarlo? Porque, dígame, ¿hay alguna persona sin progresar un poco? y, ¿quién no necesita mejorar? De cero a diez ¿cuál sería la nota?».

¡Pocos estímulos cabían esperar si desde la Casa Real hasta políticos como el exministro de Fomento, don José Blanco, enviaron a sus hijos a centros extranjeros o privados, previo pago de cantidades imposibles para el resto de mortales! (el citado ministro tuvo matriculados a sus dos hijos en el British Council en Somosaguas, ¡con un coste de 5.380 euros!). Recibían una educación bilingüe española-inglesa, nada de gallega, exceptos de  ‘distraerse’ con la discutida ‘Educación para la Ciudadanía’ porque los centros extranjeros cumplen el mínimo de requisitos, incluso las vacaciones las ajustan al calendario de los países respectivos. Don Manuel Chaves, otro ejemplo cercano, aseguró: «Declaro poco dinero al fisco por lo mucho gastado en los estudios de mis hijos en centros foráneos».

Ahora pretenden solucionar los problemas con la compra masiva de ordenadores, como si fueran cajas de Pandora sustitutivas del profesorado. Algunas respuestas de los alumnos contemporáneos revelan el nivel cultural. «Los reptiles se disuelven en el agua». «Un reptil peligroso de España es el cocodrilo». «En Mallorca está el volcán llamado Teide, de su cráter sale agua de mar solidificada». «Una palabra derivada de luz es bombilla…». Pues apaguemos: es algo tarde.