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Playas, milímetros y moralinas

De nada vale el batido de las olas, vuelven los aceites a flotar y yo a mantener la respiración con tal de no tragarlos.

 Mientras en las playas la ciudadanía se afana en conquistar algunos palmos cuadrados u otros pelean contra las medusas, espíritus de náufragos en pena, el Presidente sigue colocando a su gente, ahora y también a su amada esposa por si acaso cae la Bastilla y resulta necesaria la fuga en su viejo Peugeot de Las Primarias. 

Entono mis excusas por un preámbulo algo disonante pero decidí dejarlo. Un amigo versado en ciencias exactas, a principio  de verano me comentaba: «Tengo una casa en la playa pero ni pienso ir. No consigo apartar de mi caletre la estampa de multitudes poniéndose cremas antisolares para después quedar esparcida una película atornasolada por la superficie del agua. De nada vale el batido de las olas, vuelven los aceites a flotar y yo a mantener la respiración con tal de no tragarlos. Con los pipis y con lo otro ocurre igual» (me hizo el cálculo de una cantidad media vertida por adultos y niños) dejándome boquiabierto para atracción de los turistas de la  calle Hernando Colón. 

 

Algún error debe haber ─aunque rubrico su competencia─ porque las muertes se producirían con frecuencia o, al menos, los intoxicados por urea y otras poluciones saturarían los ambulatorios del lugar. En cualquier caso, ni David Livingstone encontraría una playa desierta en este pequeño mundo lleno de icebergs de plásticos. ¡Cualquiera compara la Matalascañas de mi juventud con la aglomeración actual!

 

Lo mejor será refugiarse en casita, quitar algún lazo amarillo puesto por algún duende independentista, administrar con esmero el aire acondicionado (no olvidar una silla para abrir la factura de la electricidad) y darse una ducha hasta el pase de la ola, la de calor. En cualquiera de los supuestos mantengamos la atención hacia un cambio climático inevitable, más  los playeros, porque si le da por subir el mar en algunas playas se quedarán con una pequeña banda de arena, tal bikini económico.

 Porque la economía también debe estar mal, dada la disminución progresiva de los pantaloncitos de la juventud femenina: a punto por milímetros de sobrepasar la línea de flotación, frontera etérea entre lo actualmente sumergible y lo impúdico de las carrocerías de las chalupas. Los dichosos milímetros les produjeron grandes reflexiones a los moralistas, escribiendo intricados y diplomáticos tratados  por situar con precisión la frontera entre la virtud y el pecado, hasta el punto de terminar en textos cercanos a la pornografía. Igual, supongo, al elegir Eva la hoja de parra, discusión tal vez primera en el matrimonio sobre el cálculo de la superficie, el tiempo de caducidad y el riesgo de atraer a las avispas. 

Sobre Adán y sus circunstancias prefiero no opinar por carecer de datos: siempre me pareció un segundón en las manos de Eva, todo el día de cháchara con la serpiente y sin echarle cuenta, distraído con los melocotoneros por su tacto aterciopelado y muy poco pendiente de los manzanos. Ya había separación de poderes, claro. Y así, según aseguran los sabios teólogos nos van las cosas al recordarnos: «Toda teología es poética porque tiene por objeto lo inaccesible a nuestros sentidos y a nuestra lógica».