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Podredumbre sin límite

 

Pedro Pitarch
Pedro Pitarch*

El Canal de Isabel II —quién lo hubiera dicho hasta hace poco— está produciendo aguas residuales. La Operación Lezo de la Audiencia Nacional ha llevado al trullo a, entre otros, el ex presidente de la CA de Madrid, don Ignacio González, mano derecha, sucesor e hijo político predilecto de doña Esperanza Aguirre. Pocas horas antes, el pasado 20 de abril, la “lideresa” madrileña aparecía en la pequeña pantalla al borde del llanto, tras declarar como testigo ante el tribunal que juzga el caso Gürtel. Qué gran espontaneidad, sensibilidad y ternura había en los quejidos de doña Esperanza. Después de más de 30 años en política, habiendo llegado a presidenta de la CA de Madrid, a ministra y a presidenta del Senado (cuarta autoridad protocolaria del Estado), además de presidenta del PP de Madrid, la señora Aguirre parece tener todavía una piel tan sensible y tersa como la del culete de un bebé.

Cuánto debe haber sufrido doña Esperanza en el mundo de la política. Cual Nefertiti, hubo de ponerse de perfil ante el tribunal de la Gürtel: “no sabía”, “no recordaba” y “la engañaron”. Todo un discurso clásico en la política española ante el juez. Queda la duda de si sus pucheros televisivos eran por su pasado o por su presente. O, quizás y más probablemente, por su futuro. Porque me temo que, tras su testimonio en el juicio Gürtel y con don Ignacio en prisión incondicional, por presuntos delitos de organización criminal, blanqueo de capitales, falsificación, prevaricación, malversación y fraude, lo peor para ella está por llegar. Yo diría que, para empezar, su salida del consistorio madrileño está al caer. De paso, no estaría de más que se ajustase bien la taleguilla, por si el juez instructor del caso también la empitonara.

 

“Pura normalidad” lo ha calificado el citado. Caramba, don Mariano, no se pase usted, que semejante comparecencia es inédita en un presidente del gobierno en ejercicio.

 

Y hablando de testigos, la decisión del mismo tribunal de la Gürtel de citar a don Mariano Rajoy, para que también se retrate, es de las que hacen época. “Pura normalidad” lo ha calificado el citado. Caramba, don Mariano, no se pase usted, que semejante comparecencia es inédita en un presidente del gobierno en ejercicio. Esperemos que esa “normalidad” no se transforme en norma del Ejecutivo. Aunque no lo descartaría; al menos en algunos de sus miembros. Porque los tribunales los carga el diablo, y la lenta marcha de la administración de justicia, don Mariano,  se sabe cómo empieza pero no cómo acaba.

Simultáneamente, la fiscalía vuelve a mostrarse muy revuelta. Algo de suma gravedad al tratarse de una institución fundamental en el estado de derecho. Y, ahí es nada, está como mal ejemplo el presunto intento del flamante fiscal jefe de Anticorrupción de limitar el alcance de las investigaciones sobre el señor González, lo que desembocó en la reunión de la Junta de Fiscales, que obligó al primero a desistir de su objetivo. Eso proyecta una terrible sombra de sospecha que podría alcanzar al fiscal general del estado e, incluso, al propio Gobierno. Tampoco ha sido muy oportuna la reciente decisión, asimismo del fiscal jefe de Anticorrupción, de cambiar de responsabilidades a los fiscales asignados al caso 3% de Cataluña. Se percibe, en definitiva, demasiado barajeo sobre el tapete de la administración de justicia. Ésta parece así empobrecerse por momentos. Mala señal para el estado de derecho. Los franceses dicen: “Jeux de mains, jeux de vilains”.

 

España no puede vivir permanentemente amenazada por la cadena de saqueos de lo público y escándalos de corrupción que se desvelan casi diariamente.

 

Yo diría que vuelve a aparecer el riesgo de la ingobernabilidad de España. Una pena, porque cuando parecía que, por fin, íbamos hacia una etapa de cierta normalidad política en el medio plazo y hacia una salida razonable de la crisis, aparece algo que lo complica todo. Y, como telón de fondo, los pirados del independentismo siguen R que R con su tema. Menos mal que el “molt honorable” carece estructuralmente del peso político necesario, para liderar un proyecto de la envergadura de la independencia de Cataluña. Hagan lo que hagan, no la obtendrán ni por las buenas ni mucho menos por las malas.

España no puede vivir permanentemente amenazada por la cadena de saqueos de lo público y escándalos de corrupción que se desvelan casi diariamente. Parecería que a los tres estados constitucionales de anormalidad del artículo 116: alarma, excepción y sitio, se ha añadido, de facto, un cuarto estado: el judicial. Porque el quehacer político nacional está enfangado por tanta corrupción y mangancia y éstas son tan grandes y reiteradas que llevan a creer que no se trata de casos aislados, como a veces pretenden hacernos tragar algunos líderes políticos. Por el contrario, hay que pensar en una corrupción sistémica, que podría dar al traste con la propia convivencia nacional.

El ciudadano mira hacia la judicatura valorándola como el último recurso “civilizado” frente a la corrupción. Pero si la vía judicial no fuera capaz de hacerlo, las consecuencias podrían ser fatales para todos. El estado judicial, a pesar de su anormalidad, se configura hoy como la última línea de defensa social, el último freno, antes de la atomización política y la desestructuración social. Esto me trae a la memoria el poema de Constantino Kavafis, en El voto de Atenea. Ésta, diosa de la guerra y la justicia y uno de los doce singulares inquilinos del Olimpo griego, nos enseña que: “Cuando la justicia no logra soluciones, cuando el juicio de los hombres duda y otras necesidades enturbian el recto conocimiento, los jueces callan y la compasión de los dioses decide”. 

Por el bien de todos y de todo esperemos, vigilantes, no alcanzar el estado de necesidad que acallase a los jueces y nos arrojase a la voluble compasión de los dioses. Es algo muy clásico. Pero es que yo me conozco a mis clásicos.

 

*Pedro Pitarch es Teniente General del Ejército (r).

@ppitarchb