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Pongamos que hablo de Sevilla

Benito Fdez 2
Benito Fernández*

Entramos esta semana en las fechas claves en las que Sevilla se juega buena parte de su entidad y su propia economía. Con los naranjos, jacarandas, damas de noche y jazmines perfumando embriagadoramente buena partes de calles y plazas, durante el mes de abril, con la Semana Santa y la Feria, la capital de Andalucía concentra buena parte de los focos mediáticos no sólo del resto de España, sino de medio mundo. La vida de la ciudad se transforma y, ahora el Centro y dentro de quince días Los Remedios, dan forma a un espejismo inédito y espectacular, a una especie de sueño real que se repite cada Primavera y que proyecta una imagen al exterior que poco o nada se asemeja al día a día del resto del año, a esa ciudad apática y adormecida en sus pasados laureles que es incapaz de levantarse para recuperar el sitio que se merece en el concierto nacional.

A muchos de ustedes les habrá ocurrido en más de una ocasión si tienen amigos de fuera, sobre todo si estos son de Madrid o incluso de más alla. La frase con sorna de “¿y los sevillanos cuándo trabajais? porque desde ahora hasta septiembre siempre estais de fiesta. Primero la Semana Santa, después la Feria y el Rocío y después las vacaciones de verano. Es que os tirais cuatro o cinco meses sin doblarla”, añaden, suele repetirse hasta la saciedad para aquellos que no entienden que obligación y devoción, trabajo y entretenimiento, deber y ocio, fiesta y esfuerzo son sustantivos que pueden conjungarse implicitamente en buena armonía sin que uno tenga por qué excluir al otro. Quizás sea esa idiosincrasia, esa forma de entender la vida, uno de los valores añadidos que tanto ensalzan aquellos foráneos que, por encima del dinero y otras cuestiones supérfluas, ponen lo que ellos llaman calidad de vida.

 

¿Y los sevillanos cuándo trabajais? porque desde ahora hasta septiembre siempre estais de fiesta. Primero la Semana Santa, después la Feria y el Rocío y después las vacaciones de verano».

 

Llevo varias semanas pateándome Sevilla de punta a punta por cuestiones que no vienen a cuento. Desde Los Bermejales a la Macarena y desde Nervión a Triana me he recorrido cientos de calles por las que jamás había pasado. Barrios con palacios antiguos y casas señoriales, muchas de ellas reconvertidas en lujosos apartamentos turísticos y mochas otras en penoso estado de derrumbe inminente; barrios con pisos de protección oficial y casitas de clase media en las que viven familias a las que les cuesta Dios y milagros pagar la hipoteca; barrios olvidados de la mano de las administraciones públicas sin equipamientos que dignfiquen la vida de sus vecinos. Y, como decía don Antonio Machado, “en todas partes he visto, gentes que danzan o juegan, cuando pueden, y laboran sus cuatro palmos de tierra”.

Siendo como soy un defensor a utltranza de la impresioante belleza estética de la Semana Santa sevillana, y de la explosión de alegría, luz y color de la feria, son esas gentes, esos sevillanos que no conocen la prisa ni aun en los días de fiesta, que donde hay vino beben vino, y donde no hay vino, agua fresca, que carecen de palco o silla en Semana Santa y de caseta de Feria en el Real los que de verdad conforman el día a día de esta ciudad bastante maltratada por las administraciones públicas, por más que el pregonero de turno, siempre muy en su papel de cantor de las tradiciones y el fervor religioso, se empeñe en vestir a toda Sevilla y a sus gentes con la túnica y el capirote semanasantero.

 

Con todo, hay que ser pragmático y reconocer que si no existiera este mes de abril, esta Semana Santa y esta Feria, Sevilla tendría que inventárselas».

 

Igual que hay un Pregón de Semana Santa y otro de la Feria Taurina en la Maestranza, debería de existir otro pregón, tan importante o más que los anteriores, que glosara los méritos de todos aquellos sevillanos que dan vida a esta ciudad y convierten día a día sus barrios y sus calles en una acogedora feria en la que nadie se siente extraño. Silencios como el que rodea el paso racheado del Gran Poder por Cuna u Orfila, las medias verónicas de Morante en el ruedo del Baratillo o los anocheceres veraniegos en algunos de los cientos patios de naranjos de la Judería dicen mucho más de esta ciudad que las voces escandalosas de algunos cantamañanas que, aupados por una élite alejada de la realidad, se creen propietarios en exclusiva del ser y el sentir más íntimo de Sevilla.

Con todo, hay que ser pragmático y reconocer que si no existiera este mes de abril, esta Semana Santa y esta Feria, Sevilla tendría que inventárselas porque, por suerte o desgracia, son la gallina de los huevos de oro que mantienen viva a esta ciudad y la proveen de ese enorme capital que supone el turismo, la única empresa que parece funcionar en un lugar donde suelen fracasar la mayoría de las grandes inversiones. Y que no nos falte.

 

*Benito Fernández es Periodista.

@maxurgavo