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El populismo no es de fiar

Marcial Vazquez
Marcial Vázquez*

Una de las mejores cosas que pueden decirse de una democracia es que es “aburrida”. Todos sabemos que en esta vida estamos presionados para que seamos personas muy divertidas y llevemos cada día una actividad frenética y estética para que quede bien en las redes sociales; pero en el plano político no existe mejor noticia para el progreso de una sociedad que la inercia funcional de sus instituciones y su sistema. Más allá, evidentemente, del debate público imprescindible y de la competitividad irrenunciable entre partidos.

Es cierto que la estabilidad y la fiabilidad de una democracia, por centenaria que sea y por pruebas muy duras que haya superado a lo largo de la historia, no es una garantía infalible para que nunca pueda caer en un futuro en manos de políticos tóxicos y movimientos que buscan dinamitar el edificio institucional establecido. No hay más que ver el ejemplo inesperado del Reino Unido con el Brexit: fue un problema creado, alimentado y nefastamente gestionado, por culpa de políticos que no solamente han sido incapaces de estar a la altura de la historia que les ha tocado escribir, sino que han conseguido dar un salto suicida huyendo de la historia nacional hasta entonces escrita. Se convoca un referéndum por la irresponsabilidad de un líder incapaz que acaba huyendo; ni el gobierno ni el principal partido de la oposición(los laboristas) querían- en teoría- que se produjese el Brexit, y aun así ganó la salida de la EU por un estrecho margen; luego, tras la derrota en el referéndum, la nueva Primera Ministra se encuentra sin saber muy bien cómo gestionar la crisis abierta en canal. En definitiva: todo el legado ejemplar de parlamentarismo racional de Inglaterra y sus élites políticas habitualmente más responsables que sus homólogas europeas, queda en un recuerdo bastante borroso, ignorado para las nuevas generaciones que desconocen casi todo de la historia, y cuestionado por aquellos pocos que nos hemos acercado al pasado desde el estudio y la admiración. ¿Realmente fue real Churchill o solo una excepción en el tiempo?

 

Las consecuencias políticas de la crisis económica terrorífica se reflejaron en algo llamado 15-M y el descrédito imparable de nuestro sistema democrático y nuestro sistema de partidos.

 

Aquí en España, sin embargo, tras completarse la Transición, empezó a producirse la solidificación de una democracia que nació con muchas dudas pero que supo apoyarse en Europa y en una concepción de responsabilidad histórica de la sociedad española de entonces para conseguir estabilizar un proceso de pluralismo y libertades políticas, tras 40 años de dictadura, que fue admiración de gran parte del mundo, en especial de aquellos países latinoamericanos que seguían afrontando con múltiples problemas su identidad democrática. Podría decirse que la democracia española soportó de manera aceptable la primera embestida de una gran crisis económica, producida tras los eventos internacionales del 92, ese escaparate publicitario internacional en una época donde aún no existían-afortunadamente- las redes sociales. La forma de resolver esa crisis económica que coincidió con una evidente y profunda crisis política del partido que había transformado y desarrollado el país- el PSOE- fue la esperada: victoria en el 96 de la alternativa natural, el PP. Si la derecha solo consiguió gobernar 8 años fue debido a sus propios errores al final de la segunda legislatura y a su soberbia mediática que los llevó a los aciagos días posteriores al atentado del 11-M. Pero, una vez más, en un clima de evidente tensión y desconcierto, el Partido Socialista volvió al Gobierno y ganó 4 años después a pesar de una legislatura especialmente vil que lideraron los sectores más belicosos de la derecha y que sembraron de dudas la legitimidad de la victoria de Zapatero en el 14-M.

Lo que pasó después y en especial tras el estallido de la crisis mundial en el 2009, es algo por todos conocido pero no sé si comprendido. Lo que sí tengo claro es que estamos lejos de haberlo superado, tanto desde el punto de vista económico como, sobre todo, desde el punto de vista político. Las consecuencias políticas de la crisis económica terrorífica se reflejaron en algo llamado 15-M y el descrédito imparable de nuestro sistema democrático y nuestro sistema de partidos. Se abrió, de este modo, una nueva etapa donde la tranquilidad ya no era el común denominador de nuestro sistema; y, desde ahí hasta hoy, vivimos inmersos en una evidente tormenta política que ha paralizado casi todo el sistema y que ha mostrado en Cataluña su primer estallido-que no el último- de ese populismo totalitario que ha llegado dispuesto a arrebatarnos nuestro marco de convivencia y nuestra posibilidad de volver a ser una democracia “estable y aburrida” que consiga funcionar de manera sostenida y sostenible en el tiempo.

 

No son demasiados competentes para gobernar ni tienen una mínima formación intelectual e histórica para saber qué significa la política y en qué consiste la democracia.

 

Lo que ha hecho Colau respecto a su pacto con el PSC resume, en su esencia, la forma de actuar de esta nueva política que ha llegado para regenerarnos a todos: utilizan los pactos según les convengan; se escudan en las “votaciones” de su militancia; y están dispuestos, en todo momento, a exigir a los demás que reconozcan que el único poder legítimo son ellos, los populistas, quedando los demás partidos como meras comparsas que saldrán al escenario según convengan a los adanes de la democracia. No son demasiados competentes para gobernar ni tienen una mínima formación intelectual e histórica para saber qué significa la política y en qué consiste la democracia; el problema es que todas estas carencias las compensan con su descaro a la hora de mentir, de exprimir las emociones más primarias de un pueblo y de aferrarse de manera tan insana como febril al placer que sienten en cuanto posan sus glúteos en las sillas del poder.

Cada vez que leo a demagogos, populistas, y demás fauna de analfabetos en redes, pedir o exigir el inicio de un proceso constituyente en España, no puedo sentir otra cosa que no sea horror, terror y desesperanza. Es la sensación de que 40 años de democracia no ha servido para mucho, especialmente para las generaciones más jóvenes nacidas, crecidas y educadas en las plenas libertades y caprichos casi absolutos. No se trata de no haber sabido gestionar la frustración por la crisis- que también-, es que hemos fracasado en nuestra obligación como colectivo de preservar el verdadero valor de la libertad y la igualdad.

Si en el siglo XX las principales amenazas para la democracia liberal fueron los fascismos y el comunismo, no cabe duda de que en este siglo XXI la democracia se encuentra en el punto de mira de los populismos, especialmente de extrema izquierda o neocomunistas. La diferencia es que los regímenes totalitarios del siglo XX se presentaron como enemigos del sistema liberal-pluralista y en nuestra época los populismos se autodenominan como la forma más pura y perfecta de la democracia.

 

*Marcial Vázquez es Politólogo.

@Marcial_enacion