The news is by your side.

Primarias y primarios

Marcial Vazquez
Marcial Vázquez*

Es habitual culpar a la acción de las élites de los éxitos o fracasos cosechados en el marco de la política. Sin embargo, existen ciertas situaciones donde los votantes también somos responsables del resultado final. Si miramos con perspectiva la actual crisis del Partido Socialista, existe una tendencia casi natural a explicar el destrozo debido a los comportamientos irresponsables y cainitas de los altos cargos socialistas; pero dejando a un lado este análisis que corresponde a una parte importante de la realidad, no debemos obviar la respuesta y reacciones de una gran parte de la militancia del PSOE, que lejos de actuar con capacidad de reflexión y crítica realista, se ha echado en brazos de un ruido y una furia que no solamente fracciona aún más el partido en dos o más mitades, sino que imposibilita cualquier debate o diagnóstico productivo acerca del presente y del futuro del socialismo español.
Desde la aciaga tarde del 1 de octubre, han pasado ya más de dos semanas y nadie puede decir, con cierta lógica, que la crisis abierta en canal desde aquella tarde se haya podido reconducir de manera efectiva. Ni siquiera, en este sentido, se ha resuelto el problema más urgente al que se enfrenta el Partido Socialista, que es su postura en la próxima sesión de investidura de Rajoy. Pero lejos de haber abandonado lo urgente para centrarse en lo importante, tampoco se ha conseguido reducir la histeria interna que acompaña a la vida orgánica del partido desde hace algunos meses, incluso antes de la dimisión de Pedro Sánchez de la secretaría general. Mientras unos recogen firmas para que se consulte a la militancia el voto en la investidura, otros lo hacen para que se convoque un congreso extraordinario urgente a la vez que primarias; y no faltan aquellos que se dedican a preparar la “vuelta” de Pedro Sánchez mientras deslegitiman a Susana Díaz por ser la culpable de la ruptura del partido.

 

Dentro de esta locura inducida, veíamos a miembros de Ferraz defendiendo y apropiándose de los logros del pasado socialista mientras negaban a los que fueron los principales responsables de estos logros.

En este sentido, dentro del espectáculo (en el sentido más circense de la palabra) que está dando el socialismo, son llamativos los límites de la incoherencia y las distintas varas de medir que se aplican, unos a otros, los partidarios de cada “bando”: han sobrepasado todos los imaginables, no parecen dispuestos a pedir perdón por ello y no digamos ya a cesar en dichas prácticas. Lo que refleja el verdadero drama al que se enfrenta el PSOE desde el punto de vista de supervivencia como instrumento útil para la política y la democracia española: su estructura interna y el funcionamiento de sus élites que han llevado el partido al colapso, algo que se llevaba sembrando desde hacía años y que solo faltaba la mano inocente recolectora, aunque en el caso que nos ocupa de inocente, Pedro Sánchez, no tiene absolutamente nada.
Decía antes que los socialistas no están ocupándose realmente de encauzar su presente para resolver su futuro. Quizás esto se deba a que tampoco han sabido conservar su pasado, sobre todo desde la llegada a Ferraz del ya ex secretario general, acompañado de su equipo de creativos, fabricando un concepto nefasto que promocionaron como “el PSOE de Pedro Sánchez”, mientras utilizaban el pasado según convenía al entonces líder socialista: así Felipe González era jaleado y paseado por escenarios junto a Pedro, que lo mismo se machacaba e insultaba con una furia inusitada por los mismos que antes le aplaudían cuando el ex presidente del Gobierno empezaba a distanciarse y a pronunciarse contra Sánchez. Dentro de esta locura inducida, veíamos a miembros de Ferraz defendiendo y apropiándose de los logros del pasado socialista mientras negaban a los que fueron los principales responsables de estos logros, como si la acción de los gobiernos pasados del PSOE fuese un ente con vida propia generado al margen de sus autores.

 

Claro que ante este uso ridículo de la historia del partido, nadie parecía darse cuenta de que al hablar tanto de lo que se “había hecho” no se lograba otra cosa que intentar retener el voto conservador y tradicional del Partido Socialista, olvidándose de que las generaciones más jóvenes y los nuevos votantes no veían tan estimulante estar escuchando una y otra vez que fueron los socialistas quienes trajeron el estado del bienestar a España o aprobaron el matrimonio homosexual. Los mítines del PSOE en las campañas electorales del 20-D y el 26-J se basaban más en la nostalgia que en alguna ilusión de cara al futuro. Solamente existía un proyecto dentro de la cabeza de Pedro Sánchez: no al PP y derogar todo lo hecho por Mariano Rajoy.

 

¿Quién puede oponerse al discurso de que un socialista no puede facilitar el gobierno a un partido de derechas?

Pero si en algo ha tenido un éxito demoledor e incuestionable Pedro Sánchez, ha sido en su habilidad para eludir todos los focos del análisis político y la responsabilidad electoral de su mandato, para alimentar sin pudor una fantasía de gobiernos alternativos y bloqueos al PP que ha calado de forma honda y difícilmente reversible en los instintos más primarios no sé si de la mayoría de votantes del PSOE, pero sí en la mayoría de su militancia. ¿Quién puede oponerse al discurso de que un socialista no puede facilitar el gobierno a un partido de derechas? Así se promete ese maná prohibido en cualquier democracia occidental consolidada: que un partido que pierde las elecciones bloquee la acción del ganador. En este caso que nos ocupa ni siquiera una coalición de perdedores existe como alternativa, porque tengo serias dudas de que Podemos hubiera pactado un gobierno con el PSOE en la hipótesis de que Pedro Sánchez se hubiese legitimado como líder en las primarias exprés que diseñó a su imagen y semejanza para el 23 de octubre. ¿Alguien en el PSOE está dispuesto a recapacitar sobre si Pablo Iglesias realmente facilitaría esa coalición sobre la bocina y evitaría las terceras elecciones? Nadie se plantea siquiera esta posibilidad, porque queda lejos del debate endogámico y desquiciado que ahora ocupa a la militancia.
El mayor riesgo de mirarse a uno mismo es el de no ser capaz de aprovechar esa introspección para reparar los errores cometidos y acabar alimentándose de sus propios defectos. Puede llegar un momento donde el círculo interno vicioso se convierta en una burbuja autodestructiva donde al final uno despierte del sueño hablandose solo a sí mismo mientras el mundo ha seguido corriendo al margen de nuestros problemas. Si hay que culpar a las élites del socialismo de haber provocado la crisis actual, por ahora las bases del partido no están ayudando ni actuando de una manera responsable para mitigar los daños y reconstruir al PSOE como un partido de mayorías. No sé si alguien más se atreverá a decirlo, pero tengo la impresión de que la mitad del partido trabaja para evitar que la otra mitad del partido pueda seguir dentro del partido cuando se resuelva la lucha fratricida.
No es la historia la que hace la política, sino al contrario: es la política la que va escribiendo la historia. Nadie podrá negarle al socialismo español sus brillantes años de historia al servicio de su país; pero pocas personas parecen darse cuenta de que ahora no es el momento de hacer historia, sino de hacer política si se quiere salvar al PSOE de una condena muy larga al ostracismo social y político.

 

 

*Marcial Vázquez es Politólogo