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¿Qué debe hacer el progresismo español?

Asumir que la verdadera bandera progresista es el Humanismo y los Derechos Individuales.

La subida de Ciudadanos (Cs) en las últimas encuestas y sondeos habrá dejado helado a más de uno. Tanto a un lado como al otro del espectro político. Tomando en consideración que se contemplaba a esta formación con la actitud condescendiente y oportunista típica de un gran bloque político hacia el clásico partido bisagra. En Europa pasa algo parecido, no tanto respecto a la ideología de los partidos que suben como a la de los que caen. No es necesario detenerse ahora en el porqué de que el Partido Popular pierda votos. Su inanidad comunicativa y su absoluta insensibilidad hacia las necesidades de la gente que le rodea, paralizado e incapaz de tomar cualquier iniciativa que suponga un mínimo cambio del status quo lo dejan bien claro. La lección que aprendió el partido naranja parece haberse vuelto el talón de Aquiles de los azules: tratar de agradar a todo el mundo no da votos, porque ni contentas a los tuyos ni a los demás. Especialmente si se atiende a que el marketing político del PP, salvando las distancias, radica en “somos malos, pero los de en frente son peores”, en un contexto nacional en el que el pueblo español demanda líderes. Y líderes con valor, con una visión clara de las cosas y una mente abierta a los cambios que ineludiblemente deben introducirse para limpiar las instituciones y arrancarnos el cinismo que parece haber anidado duramente en nuestros corazones.

Tan preocupados por defender sus siglas y sus categorías políticas que son incapaces de darse cuenta de qué es lo que la gente sana entiende por progresismo.

Se diría que ante este panorama, el “otro bloque”, ese al que le gusta definirse como demócrata a la par que le niega dicho atributo al rival, lo tiene bien fácil. No es así. Precisamente por eso mismo. Porque su mensaje juega a la reminiscencia de los frentes populares. Todo es un combate entre nosotros, los buenos, y los otros, los malos. Tan preocupados por defender sus siglas y sus categorías políticas que son incapaces de darse cuenta de qué es lo que la gente sana entiende por progresismo. Por eso conceptos tan trasnochados, manipuladores y falsos como Derecha e Izquierda han pasado, esta vez sí, en bloque, a lo antiguo, en contraposición a lo nuevo, que no se vislumbra por ninguna parte.

En esta tesitura, el ciudadano español que busca opciones de cambio positivas está huérfano y cabreado. Una sensación peligrosa y caldo de cultivo para ser atrapado cual incauto en las redes de los populismos anti-democráticos que, como bien enseña esa Historia que hoy se denosta y se desconoce a partes iguales, sólo trae pobreza, muerte y anulación de las libertades que hoy, cada vez de forma más precaria, disfrutamos. Yo soy uno de esos. Echas un vistazo al panorama político y todo es lo mismo, por mucho que refunfuñen enfadados los militantes de estos partidos cuando se lo espetas a la cara. Todo es, a fin de cuentas, viejo e inservible.

Eliminar ya de una vez el pesado y tóxico discurso de “somos la Izquierda, y quien no piense como nosotros es facha”.

Cabe ahora preguntarse: ¿qué debe hacer el progresismo español para no quedarse siempre a la vera de los reaccionarios y populistas, destinados, como parece, a repartirse la tarta de la arena política a perpetuidad?

Dejar de mirar al pasado en busca de un discurso que está en el presente. La mayoría no se va a aproximar a líderes políticos que desprenden odio por los cuatro costados y que sólo saben hacer una lectura maniquea de la Historia, y cuando les interesa. La gente de bien no va a apoyar a quienes se preocupan por lo que pasó hace 80 años pero que son incapaces de proporcionar una solución ante los dilemas de hoy. Abandonar la lucha por las banderas y por las siglas, haciendo todo lo posible por poner a parir al para ellos enemigo en lugar de preocuparse por tener un programa de gobierno viable. Desprenderse del populismo y de la demagogia, encerradas en cofres intocables como son las ideologías clásicas que hoy se revelan insuficientes para dar esa respuesta que todos estamos esperando. Eliminar ya de una vez el pesado y tóxico discurso de “somos la Izquierda, y quien no piense como nosotros es facha”, que hoy en día se antoja vergonzoso para aquellos que saben que la vida es demasiado compleja y dura como para reducirla a términos tan simples.

Y, finalmente, expulsar el infantilismo sectario que han traído a sangre y fuego a la vida pública y asumir de una vez que lo que importa es la integridad y la honestidad del servidor público, no si lleva o no corbata.

 

Asumir que la verdadera bandera progresista es el Humanismo y los Derechos Individuales, que ponen la mira en las particularidades de cada persona y no buscan disolver al individuo en la noche sin luna de la colectividad. Cortar de raíz la ambivalencia y la complicidad con los terroristas, los verdugos y los golpistas y empezar a preocuparse en serio por toda la sociedad española en su conjunto, alejando la esquizofrénica idea de conducirse exclusivamente por las minorías a la vez que se ignora todo lo demás. Desterrar la lógica venenosa de lo Políticamente Correcto y de la prohibición y el castigo para el discrepante como arma política para abrazar planteamientos que se preocupen por las necesidades reales de la gente y no por lo que los malcriados snobs progres dicen que hay que hacer. Y, finalmente, expulsar el infantilismo sectario que han traído a sangre y fuego a la vida pública y asumir de una vez que lo que importa es la integridad y la honestidad del servidor público, no si lleva o no corbata.

Este es el cambio genuino y que la mayoría espera, fuera de siglas, banderas, etiquetas e insultos. Hasta que los que hoy en día se etiquetan arrogantemente como progresistas no entiendan esto, seguirán a la deriva hasta su extinción o reciclado. Mientras, los que deseamos movimientos progresistas de verdad seguiremos huérfanos… y enfadados.