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¡Qué nivel, Maribel!

La vicepresidenta, la egabrense Carmen Calvo que superando su natural ignorancia sobre casi todo se atreve a formular teorías sobre la Covid-19 y las temperaturas.

 

Vaya como está el patio. Como para hacer las maletas y huir al Algarve portugués que es lo extranjero que nos coge más cerca a los andaluces, hasta que pase la pandemia del coronavirus. El panorama es desolador. Es verdad que ya no hay tantos muertos desconocidos como hace un mes, que las infecciones han reducido su número y que el confinamiento de prisón provisional se ha relajado con las medidas de gracia que nos ha concedido el Gobierno progresista en la fase 1, pero la tensión se palpa en el ambiente gracias al descontrol y los tics dictatoriales de un Ejecutivo al que sólo parece preocuparle el mantenerse en el poder el mayor tiempo posible y acabar con el régimen democrático que los españoles nos dimos tras la muerte de Franco.

 

Las dos Españas que tanto se han encargado de revitalizar Sánchez y sus socios, vuelven a las andadas como en los años 30 del pasado siglo. Los españoles no necesitan demasiado para darse de hostias o quemar iglesias. Conceptos tan decimonónicos y fracasados como lo de fascistas y comunistas vuelven a copar los insultos de aquellos que no entienden que se pueda pensar de distinta forma y convivir con ello en paz y libertad. Y, claro, a quienes eran expertos en ocupar las calles y formar algaradas quemando cntenedores y mobiliario urbano, la llamada izquierda, les ha cogido por sorpresa que los tranquilos ciudadanos de la llamada derecha le hayan cogido el relevo saliendo a la calles con la bandera de España para pedir la dimisión de un gobierno que no sólo va a dejar tras sí a miles y miles de muertos anónimos, sino que va a conseguir destrozar de un plumazo la ya débil economía de la que era hasta hace poco la quinta potencia europea. Y no se engañen, los “cayetanos” que dice Echenique no son sólo los pijos del barrio de Salamanca madrileño. Son cada vez más, obreros en paro, agricultores arruinados, pequeños comerciantes que han tenido que cerrar sus negocios, camareros y autónomos a los que el Gobierno progresista de Sánchez e Iglesias os ha dejado tirados como una colilla. Las colas de ciudadanos sin trabajo o con ertes sin cobrar para conseguir comida para sus familias son cada vez mayores en casi todas las capitales españolas y comienzan a recordarnos a los que ya tenemos una edad a los años del hambre del la postguerra española Y lo que te rondaré morena. Porque lo peor está por venir.

 

Sinceramente, he de confesarles que la situación me da miedo. Que esto, si alguien no lo remedia pronto poniendo algo de cordura y los dislates del Gobierno progresista, puede acabar como el rosario de la aurora. Algunos dirán que el Ejecutivo que preside Sánchez está haciendo lo que puede ante una situación de emergencia nacional. Yo digo que lo único que está haciendo es recortar libertades públicas como si esa fuera la vacuna contra el coronavirus, Y, como decía Ortega tras la proclamación de la II República, “no es eso, no es eso”. Y es que desde el principio todo lo han hecho bastante mal porque siempre han puesto por delante sus intereses políticos a las necesidades de los ciudadanos españoles. A Sánchez ya se le ha visto el plumero muchas veces. Lo único que le importa de verdad es mantenerse en el poder. Y le da igual ocho que ochenta, aunque esas cifras se refieran a conciudadanos muertos. Ha engañado a los catalanes, ha engañado al PP, ha engañado a Ciudadanos, ha engañado a ERC, ha engañado a Podemos, ha engañado a Bildu, ha engañado a empresarios y sindicatos y, sobre todo, ha engañado a sus propios votantes que creían que ese nuevo “socialismo de bello rostro”, formas europeas y ministros famosetes, era la panacea que necesitaba España para olvidarse del desastre de Zapatero y de la procastinidad de Rajoy. Y nos hemos equivocado de medio a medio. Vaya si nos hemos equivocado. El socialismo de Sánchez no es un nuevo socialismo, es simplemente, “sanchismo” como el marxismo fue de Karl Marx, el maoismo fue de Mao Tse tung, el leninismo de Vladimir Iliych Ulianov, el castrismo de Fidel Castro, el fascismo de Benito Mussolini o el nazismo de Adolf Hitler. Personalismos dictatoriales cuyos autores se creen poseidos por la razón absoluta y conllevan en sí mísmos el desastre para los demás y la tragedia para sus pueblos.

 

En todo este caos que llevamos viviendo en nuestras casas desde hace ya setenta días a través de las televisiones compradas y de las redes móviles se cuela siempre alguna anécdota que te saca una sonrisa en tiempos de tristeza y miedo. El protagonista de la mayoría de los chascarrillos no son los Morancos ni el bético Joaquín, sino los propios miembros del Gabinete de Sánchez empezando por el famoso doctor Simón, el del jersey, que raro es el día en el que no suelta una píldora que quiere ser graciosa (maldita la gracia que a mí me hacen sus meteduras de pata con la buena evolución de la pandemia, la distancia social, los guantes o las mascarillas) y algunos ministros, como el de Sanidad, Illa, filosofando sobre materias que desconoce absolutamente, y sobre todo, la vicepresidenta primera, la egabrense Carmen Calvo que superando su natural ignorancia sobre casi todo (ya se dice que la ignorancia es atrevida) se atreve a formular teorias sobre la incidencia del coronavirus en el mundo debido, dice ella, a la línea de las temperaturas. Calvo, que no sabe lo que es la latitud, traza una línea recta que une (?) Nueva York, París, Teherán y Pekín (“tres de las grandes ciudades donde se ha dado un problemón del demonio”) para explicarnos a los incultos de los españoles el por qué de la pandemia y su incidencia. Y ésta, que ya ha dado muestras en varias ocasiones de su inteligencia, es la segunda que más manda en el Ejecutivo de Sánchez. Lo único que se puede decir en casos como éste es: “¡Qué nivel, Maribel!”.