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Quo vadis?

Daniel Gutierrez Marin
Daniel Gutiérrez Marín

«Claro que lo sabíamos. Pero no teníamos los datos. Estábamos esperando. No es la primera vez que ocurre y me consta que en otras también están pasando situaciones parecidas». Palabras en un corrillo donde se habla del desfalco en la Hermandad del Valle, de Sevilla. Rancio abolengo y nobleza de cuna. Alta burguesía. Quien habla lo hace con conocimiento de causa. En la calle todo son sorpresas mientras que en la intimidad los hombros se encogen con la naturalidad de lo cotidiano. Se repite el mito de una caverna donde no entra la luz ni abriendo ventanas porque la suciedad se esconde debajo de la alfombra arabesca de quinario con la excusa de una misericordia mal entendida.

Dicen que hay que evitar el escándalo a toda costa. Se confunde la prudencia con la mala praxis. Los sucesos están sirviendo para que se hable de un asunto con más sombras que luces: la economía de las hermandades. Cajas B, desfalcos, extravíos de fondos, contrataciones interesadas y un escaso control sobre unas cantidades dinerarias que serían capaces de sacar los colores a muchos ciudadanos. Todo siempre amparado por la aprobación de los cabildos generales, asambleas a las que acuden menos del cinco por ciento de los hermanos. Todo se aprueba por asentimiento o por omisión.

[blockquote style=»1″]La degeneración se expande por asentimiento, por omisión o por imitación. Como se procede en las hermandades. Es imposible la regeneración de la política sin que se produzca una regeneración de la sociedad donde todas las instituciones rigen sus actos bajo el mismo rasero de responsabilidad.[/blockquote]

El desfalco producido en la Hermandad del Valle puede resultar insignificante si fuese un caso aislado, si los responsables de gestionar la situación hubieran estado a la altura de las circunstancias, si hubieran sido implacables desde la ley. Pero esa extraña manía de lavar los trapos sucios en casa –cuando también afecta a todo aquel que dio su donativo anónimo- recuerda a las onerosas maneras de la política contemporánea. Dentro y fuera de los muros del Palacio están quienes defienden que los cristianos deben proceder con reglas diferenciadas a las del resto de la sociedad aunque para ello haya que prostituir o travestir las palabras del Carpintero. «Esto es la Iglesia y aquí se hacen las cosas de otra manera», arguyen.

Mientras, la minoría silenciosa altamente secularizada se asombra y calla. Doctores tiene la Santa Madre. Pero los hay quienes han dado un golpe en la mesa. Es necesario que los católicos estén en el mundo, aceptar sus reglas, para cambiarlo desde dentro. La crisis de fe, la crisis del hombre y la crisis de las instituciones ofrecen una oportunidad única para la conversión de un mundo que ya no se fía de su sombra, que ha perdido la confianza en la humanidad y que camina cariacontecido hacia el precipicio.

«Quien no es leal en lo pequeño, no puede serlo en lo grande. Si una persona engaña a su mujer, ¿cómo va a gestionar honestamente un ayuntamiento?». Eran las palabras de Blanca Fernández Capel, exdiputada en el Congreso, en las Jornadas de Católicos y Vida Pública. En un tiempo donde los casos de corrupción inundan cada recoveco de la sociedad, se entiende mejor aquello de que la decadencia de las elites se sostiene sobre la putrefacción de las bases. Son vasos comunicantes. La degeneración se expande por asentimiento, por omisión o por imitación. Como se procede en las hermandades. Es imposible la regeneración de la política sin que se produzca una regeneración de la sociedad donde todas las instituciones rigen sus actos bajo el mismo rasero de responsabilidad.