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Raphael es lo más grande que ha dado España

Una de las mejores herencias que he podido recibir de mi madre ha sido Raphael. Algo que, de pequeño, nadie podría decirlo, porque cada vez que mis padres ponían en el coche algún casete de Raphael, yo no paraba de llorar hasta que lo quitaban. Era así, no podía soportarlo; en cambio, me sabía todas las canciones de Perales y de Pimpinela. Sin saber por qué, todo cambió de repente un día cualquiera, a mis 13 inocentes años: empecé a escuchar las canciones de Raphael sin llorar y, desde entonces hasta hoy (que tengo 34), ha sido un amor tan inmenso, incondicional y pasional, que la mayoría de mis amigos o conocidos piensan que estoy loco cuando les explico qué significa Raphael para mí.

 

Sin embargo, cuando yo me hice raphaelista de por vida, allá por el 95-96, que te gustase el cantante ese de la PH, o del “Escándalo”, era un motivo de burla despiadada en los recreos del colegio o del instituto.

 

Hoy parece normal que gente “joven” nacida en los 80´s o 90´s, acudan a los conciertos de Raphael y compren sus discos sin avergonzarse. Sin embargo, cuando yo me hice raphaelista de por vida, allá por el 95-96, que te gustase el cantante ese de la PH, o del “Escándalo”, era un motivo de burla despiadada en los recreos del colegio o del instituto. Recuerdo, perfectamente, como muchos compañeros de curso o de clase se acercaban a mí para preguntarme si yo era “el que le gustaba Raphael”. A lo mejor lo que realmente querían saber es si yo era maricón, pero en aquel entonces aún los armarios estaban cerrados y la homosexualidad de un adolescente de 14 años no era para sacar a pasear con orgullo por los pasillos del instituto. Sea como sea, que me gustase Raphael era motivo de conversaciones a mis espaldas y de incredulidad entre mis compañeros. ¿Qué sonaba en aquel entonces? Nek, Laura Pausini, Alejandro Sanz, Ricky Martin, las Spice Girls y los Back Street Boys. Ya parecía que la música se encaminaba a una época gris, pero nadie entonces podría siquiera imaginarse lo que nos esperaba dentro de 20 años con la basura latina del reguetón y del perrero que se ha instalado en nuestras vidas como tortura definitiva.

La cuestión es que tengo una teoría algo irracional, impropia de un politólogo como yo y actualmente estudioso de las ciencias jurídicas: pienso que los gustos musicales de cada generación retrata los valores y los sentimientos de cada sociedad. De ahí que, fijándonos en la música, vivamos una época manifiestamente peor y más oscura que las pasadas. Por eso aquí es donde aparece Raphael, su figura y su legado, como un recordatorio de lo que ya será irrepetible e inigualable por muchos selfies y hastag que hagamos en las redes sociales; no habrá cantantes ni canciones como las de antes.

Dentro de la música española han existido 4 figuras absolutamente claves: Raphael, Julio Iglesias, Camilo Sesto y José Luis Perales; ya, a partir de aquí, y según gustos, se pueden ir añadiendo otros y otras. Pero los logros y la excelencia alcanzada por estos 4, dudo que volvamos a verla en otra época y con otros artistas. De todos ellos, es indudable que solo uno ha conseguido marcar la diferencia en la “recta final” de su carrera y que sigue llenando escenarios año tras año sin parar: Raphael.

 

Por esto mismo, he querido escribir un pequeño homenaje de alguien tan humilde como yo al artista más grande que ha dado España y que dará.

 

Podría escribir sobre sus canciones inolvidables, sus millones de discos vendidos y sus premios que cuenta por…. centenares. Pero quisiera detenerme en un detalle que marca esa diferencia entre él y todos los demás; ese detalle que lo hará eterno e inmortal mientras la humanidad tenga memoria y sentimientos. Hablo, como no, de esa generosidad tan increíble en un mundo tan competitivo y cainita que él muestra con sus compañeros de profesión. No solamente en sus especiales de Navidad, sino en discos como “Infinitos Bailes” donde apuesta de manera integral por los jóvenes compositores del momento. Y no lo hace de manera cínica o hipócrita, pues él ha repetido en muchas entrevistas que si se ha visto obligado a grabar de nuevo varias de sus antiguas canciones es porque escaseaban creadores nuevos con nivel. Está claro que si ha dado el paso ha sido porque lo ha creído a su nivel.

No es fácil que quien ha grabado lo mejor de Manuel Alejandro y de Perales, se sienta satisfecho grabando nuevas composiciones; pero lo ha hecho. Raphael es alguien generoso con los demás artistas y de ahí se explica la admiración y el respeto con el que hablan de él personas tan distintas como Bunbury, Dani Martin, David Demaría, Pastora Soler o Joaquín Sabina, por poner algunos ejemplos. Su disco de “50 años después” fue una pequeña muestra de lo que solamente alguien como Raphael puede conseguir dentro de su profesión.

Evidentemente, sé que hay muchísimas personas que no comparten mi opinión, incluso que odian a Raphael. Hace unas semanas, tras suspender un concierto por una gripe de última hora, cuando uno entraba en los digitales a leer la noticia, podía ver en los comentarios de los usuarios auténticas barbaridades de gente que volcaba toda su maldad y su bilis sobre Raphael. Pero este es el principal cáncer de la nueva forma de comunicarse en directo y en abierto: la exhibición impune y orgullosa del odio de cientos de miles de personas, que llegan a las redes a purgar sus frustraciones y a escupir sus infamias como si a alguien le preocupase su opinión sobre el tema. Por esto mismo, he querido escribir un pequeño homenaje de alguien tan humilde como yo al artista más grande que ha dado España y que dará. Ojalá sepamos comprender su significado como los americanos comprendieron lo que significaba Frank Sinatra. En un país, como el nuestro, tan abonado al cainismo y a la envidia insana, sería un auténtico milagro.