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Raras risas

Radiantes sonrisas o francas carcajadas de muchos políticos, más cuando hacen el paseíllo a los juzgados.

Con frecuencia me fijo en las radiantes sonrisas o francas carcajadas de muchos políticos, más cuando hacen el paseíllo a los juzgados. Provocan mi curiosidad y una elemental pregunta: «¿De dónde sus risas?». Encuentro tan pocos y débiles motivos como grande resulta la interrogante. De poder entrevistarles sería mi primera pregunta: «Oiga, don Fulano, perdone el tiento a su  intimidad, envidio su alegría contagiosa, tal vez por un sentido del humor emanado de su trabajo; lo observo con atención en los periódicos o en la televisión y no adivino la causa. Y, aunque los pretextos serán muchos, dado el número de fotos eufóricas, ¿me podría usted indicar los más frecuentes…?».

Porque de los currículos, no,  más vale tocar madera.

Conocí a Quique, un niño con una profunda tara psíquica a causa de una falta de oxigenación en el parto, según versión de los padres. Entre sus más llamativas actitudes destacaba una permanente sonrisa e insensibilidad al dolor, a punto de quemarse gravemente en varias ocasiones sin el menor grito. Procuraba consolar a sus progenitores diciéndoles el feliz mundo de su existencia, aunque ellos, personas sensatas, preferirían verlo angustiado por las contrariedades de la vida, lejos de esa placidez.

Aunque lamento los absurdos paralelismos. ─¡Cómo atreverme a comparar la sapiencia y capacitación de nuestro colectivo político con la plana felicidad de Quique!─ serían goces con semejanzas a los destinados al Limbo antes de su reciente descatalogación papal. Los sufridos políticos, atados a los numerosos asesores de imagen para colocarse la corbata a juego con el traje, el color de los zapatos y el fantástico reloj, la prenda mitinera conjuntada con el grosor de las carótidas, o la presentación de imágenes impactantes a la moda de Londres o Milán. Porque de los currículos, no,  más vale tocar madera. También imagino las controversias familiares, pillados entre dos fuegos: sus esposas en un frente y los asesores en el otro al discrepar en gustos estéticos. En fin, son las servidumbres de la política solo conocido el sufrimiento por ellos.

Miren, de verdad afirmo mi interés por buscar noticias aliviadoras de la fealdad y el peligro de los monstruos amenazantes a nivel planetario y patrio, pero a pesar de los intentos caigo repetidamente en un abisal negativismo.

Alguna escena familiar soportarán al decirles: «¡Vaya!, contento te veo papá cuando estás fuera de casa y la cara de malaje con nosotros…». Es factible la contestación, rubricada por una posible cabellera blanca de senador made in USA: «Querida esposa y amados hijos, cuando estoy fuera llevo la procesión por dentro y cuando estoy dentro la llevo por fuera. Os pido la misma comprensión profesada por mis camaradas, claro, ellos y yo somos seguidores del Cid, arrieros de caminos polvorientos…».

Pero, un servidor, como nací pelma y moriré tarugo, vuelvo al asunto. Miren, de verdad afirmo mi interés por buscar noticias aliviadoras de la fealdad y el peligro de los monstruos amenazantes a nivel planetario y patrio, pero a pesar de los intentos caigo repetidamente en un abisal negativismo.

A lo mejor, sus risas pertenecen a esas tontas salidas cuando el gustito llega al estómago lleno tras un almuerzo de trabajo regado con los buenos caldos de Baco. Y, seguramente, la mayoría de las fotos serán seleccionadas y retocadas con el photoshop por sus orientadores gráficos para contagiar alegrías a los millares de sufridores. A mí, irredenta víctima de la observación y del contumaz insomnio se me murió el optimismo, tal vez de usarlo poco.