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Recordarnos, solo recordarnos

Se miraron en ese segundo del tiempo que se representa con una mirada perdida. Así comenzó el desenlace. El final. La expiración de treinta años juntos.

Te conoces todas las maneras de buscarme y hacerme dudar. Esas fueron las primeras palabras que pronunció Eva al amanecer del miércoles. Las dijo mientras estaba sentada en el baño y Lorenzo se quitaba las legañas en el lavabo.

—Te dejo, llevo tres años aguantando. Quiero el divorcio—, fue la primera frase de Lorenzo a las 7.00 de la mañana.

Eva agachó la cabeza y empezó a contar las losas del suelo con los ojos. Estrenaba el dolor de la perdedora. El silencio de sentirse engañada.

 

La culpa de ser traicionada

 

En los cuarenta segundos que tardó en contestarle, contó las treinta y cinco baldosas del baño, repasó todo su matrimonio (noviazgo incluido) como si hubiese pulsado el botón de avance rápido del iPlus de su vida.

— Creo que es lo mejor para los dos —dijo Lorenzo—. No vamos a engañarnos, lo nuestro no funciona…

— Por favor —interrumpió Eva—, lo que me asombra es como me lo has dicho y las palabras que has utilizado.  

Como siempre, Lorenzo seguía a sus cosas. A pesar de estar planteando el giro más inesperado que pueda darse a la vida de pareja, se metió en la ducha mientras seguía relatando que la decisión estaba más que tomada. 

 

Recogería sus cosas en unos días y esa misma noche ya no dormiría en casa

 

El único que no le quitaba ojo a Eva era Viento, un precioso Beagle que vivía con ellos desde hacía 7 años. El perro parecía entender la situación y buscaba las piernas de su dueña mientras la acaricia con su cabeza ofreciendo consuelo.

Las grietas de la pared que no ha querido reconocer en todos estos meses se hacían más visibles esa mañana. Los segundos del reloj empezaban a marcar la cuenta atrás. No se atrevía a preguntar el porqué se marchaba, porqué la abandonaba. Si había alguien más…

Rastreaba en su cabeza intentando entender la causa de no ser capaz de darse otra oportunidad. Su promesa de lealtad, rota. Y en ese instante, mientras él se colocaba el albornoz se escuchó un crack en la habitación.

 

A Eva se le acabada de romper el corazón. Estaba siendo consciente de lo que suponía.

 

Cuando las cosas se explican bien todas lo entendemos—pensó Eva, mientras caminaba hacia la cocina para prepararse un café. No quería malgastar su garganta hablando con quien acababa de apuñalarla por la espalda. Es posible que lo que más le preocupe es cómo va a decírselo a sus hijos. 

Como el Himno del Tercio Norte. Viejecita, viejecita, con sus tristes 54 años repletos de juventud. Alejandro y Francisco lo saben desde que tienen 15 y 17 años. Laura lo intuye, aunque nunca se ha atrevido a hablarlo con su madre.

 

Ahora tendrán que juzgarlo. Como todos los amigos, el resto de la familia y media ciudad que lo cotillearán sin dudarlo.

 

Lorenzo trabaja todo el día y viaja mucho por motivos laborales. Ha decidido separarse de Eva ahora que los hijos ya están independizados y no van a sufrir un trauma. Así lo tenía pensado. El dice cómo y cuándo. El ha pagado la mayor parte de la hipoteca ya liquidada. Los estudios de los 3 hijos, las vacaciones y todos los caprichos que se han dado.

Eva terminó la carrera que Lorenzo le aconsejó. Se vino de su ciudad siguiéndolo y se preparó las oposiciones que le aprobaron gracias a los contactos que tenía. Consiguió plaza en un Instituto lejano que solo pisó unos meses. Lleva casi veinte años en la Administración en puesto cómodos que le han permitido estar más tiempo en casa.

Ha pensado en él, como tantas veces, como siempre hace Lorenzo. Lo tenía todo pensado. Quería una familia, hasta que ya no la necesitó.

 

Ahora la deja. Se marcha. Una vez más él dirige el cuándo… 

 

Eva se quedó sentada frente al café y encendió la radio. No iría a trabajar. Se sentía como una de tantas abandonadas que pagan todos los pecados de este mundo.

En la mesa, junto a la taza vacía, él había dejado la alianza con una nota sencilla:  “Solo recordarnos”. T.Q. Lorenzo.

“Sras. Sres. me alegro, buenos días”—se escuchó a Herrera en la radio. Eva giraba la cucharilla haciendo círculos dentro de la taza mientras oía: ¿qué tal están? ¡cuánto me alegro de saludarles en esta mañana de miércoles 13 de junio, día de los Antonios!. Hoy es San Antonio de Padua que como nos ha contado Jesús Luis, ni era de Padua, ni se llamaba Antonio, pero así ha quedado para la historia…

Iba a ser un día negro, no solo para Eva. Eso, y el final que le esperaba a Lorenzo, con los días, la animaba.