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Recuerdos gastronómicos de la Expo-92 (II)

Castilla y León, con una inmensa terraza y un horno de asar rústico, con buenos caldos de la Ribera del Duero.

 

Uno de los más recordados espectáculos de la Expo 92 es el del lago. Luz, color, imágenes y agua.

Todo el perímetro del lago era un inmenso gentío expectante, deseando ver surgir de las quietas aguas del gran estanque las enormes cortinas de agua pulverizada, como enormes abanicos, sobre los que se proyectaban imágenes al son de una música muy nuestra, mientras que desde el fondo surgían fuegos artificiales que le daban a todo un aspecto mágico y sobrenatural.

Sobre los etéreos y frescos telones competían flamencas bailando con caballos galopando rociando de agua cristalina con sus pies y cascos la expectación de todos los que mirábamos boquiabiertos. Algo nunca visto.

Ese espectáculo marcaba la frontera entre la Expo de día y la de la noche. Adiós a exposiciones y pasacalles. Bienvenidos los paseos nocturnos por aquel recinto prodigioso tomando una copa en buena compañía después de haber cenado. Y eso es lo que me propuse hacer aquella noche con mi mujer.

Ya habíamos visto ese espectáculo varias veces a pie de lago, pero había sitios privilegiados para hacer lo propio a media altura, sobre todo en los pabellones que rodeaban al mencionado lago, como el de Castilla y León, con una inmensa terraza panorámica a la que se accedía desde el restaurante: un horno de asar rústico y buenos caldos de la Ribera del Duero. Imposible reservar sin “contactos”. Afortunadamente una buena amiga me hizo la gestión y conseguí una mesa para dos dispuesto a disfrutar con mi mujer de una noche especial.

Efectivamente fue especial. Y frustrante. Llegamos pronto dispuestos a dar buena cuenta de un cuartillo de lechazo asado en esa maravilla de horno, regado con una botella de un muy prestigioso vino de aquella tierra. “No hay”, fue la escueta respuesta del estirado maitre. Nos tuvimos que conformar con una chuletillas de cordero (muy ricas, eso sí) y un Ribera estándar.

Al rato llegó un grupo numeroso en el que reconocí los rostros de algunos políticos leoneses. Se abrió el horno y comenzaron salir lechazos asados sin límite y a descorcharse botellas del vino que me habían negado hacía muy poco. Para qué protestar. No merecía la pena.

Llegó la hora de salir a la terraza para ver la fiesta del lago, pero, ¡oh sorpresa! No nos permitieron salir. Si no eres miembro de la privilegiada casta lo miras desde detrás de la cristalera.

Me la envainé, pagamos y nos fuimos. El destino quiso que, años después, el gran jefazo de aquella troupe viniese a comer a mi restaurante. Me pidió una botella del famoso vino. Me entraron ganas de decirle que sólo tenía riojas, pero me mordí la lengua y se la serví. No por él, sino por el prestigio de mi casa.

A pesar de todo, muchas gracias María Isabel. Tú no tuviste la culpa.