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Referéndums

No es ‘el problema catalán’ porque, de conseguir la independencia, saldrían disparados Otegui y sus muchachos, previa la ingesta de Navarra.

 

A veces, a los padres y pedagogos nos colocan las preguntas de los hijos y alumnos en situaciones capciosas. Fue aquel día cuando un vivaracho alumno me dijo: «Don Manuel, si, como usted dice los referéndums son un procedimiento democrático excelente de participación y de obligado cumplimiento si no son consultivos ¿cómo se justifica su escasa frecuencia?». 

Entonces, surgió la desazón del interpelado. «¿Sería una pregunta inocente o llevaría segundas o terceras intenciones aviesas?». Siempre cuesta maltratar la inocencia, más a los pocos en esta sociedad picardeada y, de hacerlo, con la delicadeza consiguiente y a dosis progresivas. De todas formas, en el segundo supuesto la respuesta resultaba preceptiva. En pose de un sabelotodo (craso error) pontifiqué: «Convendréis en el desatino de su abuso; aceptareis una pulcra formulación de la pregunta; comprenderéis la dificultad de elegir el momento social oportuno;  y, sobre todo, poseer una gran capacidad democrática para aceptar el resultado y,  aunque no existen con un ‘sí’ seguro, a lo mejor la abstención actúa de correctivo para quienes toman por tontos a los ciudadanos, llegado el caso».

Continué: «Si todo se consultase el caos sería nuestro dueño con la bancarrota  consiguiente y el daño ecológico». Al día siguiente tuve deseos, abortados, claro, de invitar al entonces rector de la Universidad don Javier Pérez Royo, experto jurista y servicial persona, más por haber tenido de alumno a un sobrino. 

Pues tuve un problemilla adicional. Otro alumno, Fernando, me dijo: «Acaba de concretar la mayor calidad democrática de una república por la elección del jefe del Estado ¿acaso la nuestra es de inferior categoría?». Sin duda, la mañana llegaba cargada de envites. «Según se mire, Fernando. El libro de texto lo da a entender aunque no lo específica tan rotundamente. Mira, la política es diabólicamente enrevesada por definición y en cada lugar los temas vidriosos se soslayan o, vulgarmente, ‘se pasan de puntillas’. Siempre hay argumentos para todo. Por ejemplo, en la obra de Giovanni Papini Juicio universal un cruel personaje histórico resulta denostado y posteriormente absuelto o viceversa. 

Fui invitado a una reunión del Consejo Escolar para explicar el asunto porque un alumno de una  familia muy conservadora se lo comentó a sus padres y presentaron una queja a la dirección por haber hecho una loa de la República. Ante ‘el tribunal docente’, dadas las explicaciones, fui ‘absuelto’, todo rocambolesco pero significativo. El aviso estuvo dado.    

Dicho lo cual, aplicado a la situación catalana, el atolladero resulta evidente. De sobra sabemos los argumentos en contra de un referéndum. Pero la cuestión no es ‘el problema catalán’ porque, de conseguir la independencia, saldrían disparados Otegui y sus muchachos, previa la ingesta de Navarra; los muchos valencianos deseosos de pertenecer a los països catalans; las Islas Baleares por ídem de lo mismo; los astures también quieren presumir de la llingua Blade y lo siguiente; Galicia con su paisanaje; y hasta los canarios con sus silbos si fuese necesario;  y así las cosas los benditos de don Blas colocarían la estrella de origen cubano, símbolo de la independencia, en la blanca y verde. Esto no lo arreglaría ni Josip Broz, más conocido por Tito, el dictador yugoslavo.  

La ristra de nacionalistas europeos seguiría a continuación, cada uno con su piececita de ‘lego’ de la troceada Europa. En fin, visionaríamos ‘el numerito de la cabra’, expresión popular del más difícil.  Porque los gerifaltes de los partidos viven en el espacio sideral, viendo a las liliputienses masas cosificadas a vista de despotismo sin ilustrar suscitando, a veces, rebeliones en las urnas.