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Refugiados, una visión eurocéntrica

Pedro Pitarch
Pedro Pitarch

Mientras en España nos miramos el ombligo especulando sobre pactos,  combinaciones y otros pasteleos para la investidura de un presidente del gobierno, el mundo sigue girando. Enfocando la línea de mira sobre los problemas que más afectan  a Europa hay uno de creciente peligrosidad, tanto por su dificultad de control como por su dañino potencial contra el proceso de integración continental. Algo no suficientemente explicado o comprendido y que demanda más atención de la que está recibiendo. Me refiero a la comúnmente denominada “crisis de los refugiados sirios”, que es un término fallido: ni es propiamente una crisis, ni se circunscribe exclusivamente a refugiados, ni tan siquiera la mayoría de los actores son sirios.

El término crisis es empleado extensivamente. Así se habla de crisis política, económica, de los 40 años y qué sé yo más; hasta de la de mi querido Betis. Pero no es menos cierto que ese término está referido a situaciones concretas, que desbordan y amenazan la llamada normalidad, y son concebidas como limitadas en el tiempo. Esta idea de temporalidad es la que, en mi opinión, más cuestiona el carácter de crisis aplicado al fenómeno de los refugiados. En una perspectiva eurocéntrica, las oleadas de seres humanos que diariamente presionan sobre las fronteras de la Unión Europea (UE), o se mueven en el interior de ésta, no constituyen una crisis. Más bien configuran un cuerpo extraño que progresivamente y con vocación de permanencia se está enquistando en nuestra normalidad y que pone en almoneda el “modus vivendi” europeo. 

[blockquote style=»1″]Refugiado es quien se ve forzado a huir de su país escapando a una amenaza para su vida o su libertad por razón de raza, religión, nacionalidad u opiniones políticas. Está protegido por una prolija legislación internacional, basada en la Convención de Naciones Unidas.[/blockquote]

Las estadísticas dicen que alrededor de cien mil almas entran mensualmente en Europa bajo la etiqueta de “refugiados”. Término que impropiamente se aplica también a los inmigrantes. No son sinónimos. Refugiado es quien se ve forzado a huir de su país escapando a una amenaza para su vida o su libertad por razón de raza, religión, nacionalidad u opiniones políticas. Está protegido por una prolija legislación internacional, basada en la Convención de Naciones Unidas sobre el estatuto de los refugiados de 1951. Genera un derecho, el de asilo, que obliga a los países firmantes de la convención a acogerles e integrarles. Sin embargo, inmigrante es quien escoge reubicarse en otro país, normalmente por razones económicas o de calidad de vida. Los estados receptores tienen su respectiva legislación para regular la inmigración. Los inmigrantes no son “per se” sujetos de derecho para asentarse donde les plazca o más les convenga, lo que no obsta la existencia de inmigrantes ilegales o clandestinos, los llamados “sin papeles”, tema sobre el que en España sabemos demasiado. Del flujo de “refugiados” una gran parte son en realidad inmigrantes, que se camuflan en esa corriente como mejor vía para burlar los controles fronterizos e, incluso, intentar obtener el estatuto de refugiado al que no tienen derecho.

Tampoco la mayoría son sirios. Dejando a un lado —que no es poco aparcar— el hecho de que entre los de origen sirio hay muchos varones en “edad militar”, que escapan de su deber de defender su país contra DAESH, la estadística muestra que más del 50% de los componentes de las oleadas no son sirios. Son personas que proceden de Irak, Afganistán, Pakistán, Somalia, Eritrea, Birmania  y un sinnúmero de otros países y que, al socaire del conflicto sirio, pretenden colarse en Europa en la búsqueda de mejor acomodo. Por otra parte, en esa frecuencia hay los millones de potenciales inmigrantes prestos a dar el salto a Europa desde el Norte de África.   

[blockquote style=»1″]Porque la inmensa mayoría de los refugiados-inmigrantes —no escondamos el hecho— son musulmanes. Éstos, una vez asentados en territorio europeo, se agrupan y rechazan integrarse en las sociedades en las que, y de las que viven.[/blockquote]

Es un hecho que esas oleadas de refugiados e inmigrantes están constituyendo un factor de enorme perturbación en la UE. Un problema que pude analizarse desde múltiples perspectivas que van desde la humanitaria —que es de esencia moral—, hasta la de orden público, pasando por las políticas, económicas y sociales. Y especialmente la perspectiva religiosa, particularmente perturbadora y conflictiva, bien que frecuentemente se soslaye en los medios para mantenerse en lo “políticamente correcto”.

Porque la inmensa mayoría de los refugiados-inmigrantes —no escondamos el hecho— son musulmanes. Éstos, una vez asentados en territorio europeo, se agrupan y rechazan integrarse en las sociedades en las que, y de las que viven, y blindan sus prácticas religiosas y usos culturales, cuando no su propia ley, que son ajenos u opuestos a los de la tierra que les acoge. Ello produce gran rechazo lo que, a su vez, es buen caldo de cultivo para el racismo y la xenofobia. En otros términos, la creciente islamización de Europa es un directo incentivo para la conflictividad social. En esa tendencia conflictiva, no es banal el hecho de que los musulmanes, que están entrando por oleadas en nuestro continente, pertenezcan obviamente a diversas ramas del Islam (chiíes, suníes, etc) que son irreconciliables entre sí, como nos muestra la Historia y la realidad de nuestros días.  Europa está así importando inevitablemente una bomba de relojería: la potencialidad del conflicto entre los propios refugiados-inmigrantes, en el interior de nuestra casa.

No son tampoco desdeñables, como un ejemplo más de las indeseables consecuencias de esos movimientos descontrolados, sus efectos sobre el propio proceso de construcción europea. Su nota más relevante se refiere ahora a la rehabilitación, de momento de manera provisional, de algunas fronteras interiores, así como el levantamiento de muros y alambradas fronterizos tratando de parar tanto movimiento descontrolado en el interior de la Unión. No es en absoluto de recibo que, como consecuencia de la presión migratoria, tengan que caer grandes avances comunitarios como, por ejemplo,  el que supuso el acuerdo de libre circulación de personas y mercancías.

En definitiva, la confrontación Norte-Sur, o la de países ricos-países pobres está siendo sustituida por la dialéctica entre países organizados y países desorganizados. Las oleadas de refugiados-inmigrantes son la más genuina manifestación de ello. La estrategia está siendo suplantada por la gestión de crisis. Y me temo que así continuará hasta que, o bien los manantiales de refugiados-inmigrantes se ordenen y organicen —deseable pero improbable hipótesis—, o bien nuestra incapacidad de gestionar las oleadas acabe por desbaratar nuestra organización. Y volvamos, con el paso del tiempo, al holocausto y la jungla.