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Republiquitas ibéricas, rectificaciones y Juana de Arco

La Humanidad consiguió desprenderse de muchas monarquías bendecidas por un supuesto derecho divino.

 

En una ciudad de Ecuador, una fábrica de desodorantes para los pies anunciaba: «¡Elija su candidato preferido, pero si desea unos pies higiénicos vote Pulvapiés, el alcalde más eficaz!». La víspera de las elecciones insistió con unas octavillas: «¡Vote a Pulvapiés!», y salió por una amplia mayoría.

Tal vez en la actualidad no suceda, pero resulta un paradigma dada la escasa reflexión de mucha gente ante los sufragios. El bendito Platón también alertaba de los peligros de gobernar si una mayoría votaba desde la ignorancia o la indolencia. También lo denunciaba Ortega y Gasset en La rebelión de las masas al constatar el desfase entre la educación y el derecho de votar de los ignorantes, dando lugar a gobiernos incompetentes y poco sabios.

Han transcurrido sesenta y tres años del fallecimiento del filósofo, pero tengo el convencimiento de haber evolucionado poco la sociedad votante, aunque no es el caso del actual gobierno si admitimos el dicho: «De sabios es rectificar», aun a costa de desconciertos y extender la inseguridad ante el exceso de titubeos, quizá ante el enojo del mítico Dante: «¡No menos cierto que el saber me place el dudar!».

 

En cualquier caso, las democracias tienen su cara divertida ─ni comparable a las tétricas dictaduras─ aunque surjan mohines como la autocensura periodística para evitarles a los políticos sofocones (al parecer no contemplados en sus espléndidos sueldos).

 

Antes de seguir ahora me entero de una rectificación más: en absoluto se dijo acabar con la información, libertad sagrada en toda democracia consolidada. Más vale.

En el fondo los humanos solo podemos aspirar a lo menos imperfecto tras batacazos continuos con la ilusión de evolucionar adecuadamente. No todo resulta negativo en el caminar social, claro. La Humanidad consiguió desprenderse de muchas monarquías bendecidas por un supuesto derecho divino, cuestión de viejas teologías medievales, salvo casos excepcionales donde los monarcas más parecen presidentes de repúblicas frente a la crispación de los amantes de la exacerbación de los boatos cortesanos. Esperemos la llegada de un día donde todos seamos iguales ante la ley para evitar incoherencias constitucionales y donde el buen ejemplo de los gobernantes sobrepase al resto.

Sin embargo, aquí lo tenemos muy difícil. Tal vez esté cercano el rompimiento de España y brote un mosaico de republiquitas ibéricas en un nuevo ‘café para todos’, algo difícil por la extraña genética diferenciativa de los llamados a una morada superior  y quieran ser algo más de unas simples naciones. El problema para los citados estribaría en encontrar un buen enemigo para permanecer con el apasionante atractivo de la lucha, quizá la conquista de algunas republiquitas vecinas y sucesivamente hasta la llegada del paroxismo: el imperio.

 

El especulativo asunto, fruto de mis delirios, pertenece a un manual al uso. Un iluminado tentado por lo numinoso de algún dios menor sube a la montaña nevada para el reglamentario trance. Se entretiene mientras llega el toque divino amasando una bolita de nieve y la tira pendiente abajo hasta convertirse en un alud, mientras mira aterrado un pueblecito del valle, sepultado.

 

Vencida la inercia pasiva de las masas, jaleadas en éxtasis caudillistas resultan imparables, sobrepasando a sus líderes. Lo dicho también resulta de manual. En cualquier momento llegará una muerte ─por supuestísimo en absoluto deseada por el abajo firmante─ dado el riesgo evidente del ‘accidente’ imprevisto y llegarán venganzas.

Consuela y apena observar a doña Inés bandera en mano entre las risitas de los torras y compañía. Me recordó a Juana de Arco en su debilidad física femenina, frente a unos doctores de las leyes parlamentarias de ‘su’ república catalana.