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¿Restituir?

Quizás estemos entrando en una especie del “Elogio de la locura” de Erasmo.

La esperanza de normalización del escenario catalán, que algunos soñaban vendría tras la investidura de un presidente de la Generalidad no empitonado por la justicia, se ha esfumado. Tras varios intentos de investidura de diversos candidatos imposibles, el prófugo Puigdemont se sacó de la manga la lista del PDeCat al parlamento regional y señaló al número 11, Quim Torra, designándole como la persona a investir. Fue una nueva exhibición de la ya célebre democracia sucesoria a la catalana (Pujol designó a Mas; éste a Puigdemont; y éste, a su vez, a Torra). La aborregada mayoría parlamentaria independentista inmediatamente le invistió. La verdad es que Puigdemont la clavó, porque el andoba designado se ha revelado, por sus escritos y sus hechos, como un preclaro exponente del supremacismo, la xenofobia y el odio hacia todo lo que huela a español (que incluye, obviamente, a la Cataluña no independentista).

 

Qué país es éste donde, ante la amenaza probada de su destrucción, se permite votar a parlamentarios procesados por graves delitos y a fugados de la justicia, a los que además financia con su sueldo mensual.

O donde, en un territorio, se hace representante ordinario del Estado, a quien se declara  enemigo del Estado. Y así todas las sandeces que uno se imagine. Como dice el popular refrán: “otros vendrán que bueno me harán”. Porque la explicitada doctrina política del nuevo “molt” se compendia en tres palabras: principio de restitución. Es decir, ignorar la Constitución, el Estatuto y las sentencias del TC. Asimismo, revertir todo lo actuado en Cataluña durante la timorata aplicación del 155. En definitiva, una estrategia de desafío, provocación y confrontación con el Estado. Y ante tal panorama uno se pregunta ¿es que el Gobierno será capaz de normalizar Cataluña actuando solo reactivamente, como en el pasado? Me gustaría equivocarme, pero mi respuesta es NO. Y así Torra, el fanático acólito de Puigdemont, se configura como una renovada amenaza contra la convivencia pacífica en Cataluña y, por extensión, contra toda la Nación.

A este respecto, del palmarés de Torra destaca su inequívoca devoción por las raíces del Estat Catalá, de carácter insurreccional violento, que desde hace un siglo propugna la lucha armada para romper el Estado
Tengo el pálpito que los independentistas catalanes, tras unos momentos iniciales de tanteo y demanda de un diálogo imposible,  aparcarán sutilezas para  dar un paso más en su confrontación con el Estado, mediante algún tipo de lucha armada. A este respecto, del palmarés de Torra destaca su inequívoca devoción por las raíces del Estat Catalá, de carácter insurreccional violento, que desde hace un siglo propugna la lucha armada para romper el Estado y declarar la independencia de Cataluña. Los independentistas son conscientes de que, en la anterior y fallida intentona, les faltó épica –en catalán “collons”-. Es de suponer que Puigdemont intentará echarlos ahora; es decir, naturalmente, los de Torra su rendido kamikaze. El Estado, con sus FCSE y servicios de inteligencia, debería estar muy vigilante sobre esa potencial intención de ir por las malas.  Especialmente sobre la potencial acción combinada de los llamados CDR, las juventudes afines a la CUP y los Mossos una vez que la Generalidad haya recuperado sus riendas y reorganizado “adecuadamente”.

 

Pero el Gobierno del señor Rajoy, y la clase política, en general, suscitan poca confianza.

Don Mariano, obsesionado por la aprobación de los Presupuestos Generales del Estado de 2018, para los que necesita los votos de los nacionalistas vascos, se atreve a pocas cosas. No recurrió ante el TC, por ejemplo, el voto de los fugados y los enrejados evitando así el encaramamiento de Torra a la presidencia de la Generalidad. Tampoco desde el PSOE se tendió una mano, con media docena de votos, para asegurar la aprobación de esos Presupuestos, evitando el chantaje del PNV. El Rey también podría haberse negado a firmar el Real Decreto de nombramiento del xenófobo, aún a riesgo de un conflicto institucional (pero que hubiera supuesto un refrescante revulsivo nacional, en línea con su discurso del 3-O).

Nos estamos deslizando hacia un conflicto civil en Cataluña que habría de evitarse a toda costa. Me temo que, o vamos a un 155 “completo” con suspensión de la autonomía catalana “sine die”, o el Gobierno será incapaz de abortarlo. Si los tribunales son lentos para hacerlo eficazmente. Si los partidos políticos constitucionalistas, en busca del voto perdido, se muestran incapaces de alcanzar una diligente, potente y concertada unidad de acción frente al problema en Cataluña. Si la Jefatura del Estado se muestra incapaz de asumir el riesgo de ceñirse demasiado a sus limitaciones constitucionales. Entonces alguien tendrá que acometer esa tarea para poner las cosas en su sitio. ¿Pero qué locura es ésta?

 

Quizás estemos entrando en una especie del “Elogio de la locura” de Erasmo.

Porque, a este paso, habrá que rogar a Puigdemont –o a quien sea-, que venga a Madrid para, incluso bajo palio, hacerse cargo de la Jefatura del Estado y del Gobierno  y nos arregle este vergonzoso desastre que, entre unos y otros, nos han organizado en España. Eso, de acuerdo con el diccionario de la RAE, ¿también sería restituir?: “restablecer o poner algo en el estado que antes tenía”.