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Revisitamos la protección al parado andaluz

En marzo de este año, Pedro Sánchez cumplió su promesa. En el fondo fue un alivio.

 

Hace casi cuatro meses, mediados de marzo, el Gobierno modificó el subsidio para mayores. Era este un subsidio que desde su creación había tenido una vida normativa más bien plácida. Algo no muy frecuente en materia de desempleo donde las normas han ido cambiando a golpe de telediario.

Desde junio de 2012 ya la cosa se desmelenó. Primero un recorte: pasar de 52 a 55 años, jubilar al del subsidio en cuanto tuviera una edad que lo permitiera, reducir la cotización por jubilación de esa prestación y, como se les había olvidado, unos meses después un decreto-ley estableciendo que para acceder se tendría en cuenta las rentas de la unidad familiar, por si superaban el 75% del salario mínimo por integrante.

Poco antes de la salida de Rajoy, se inició la operación retorno. El Constitucional dijo que no veía la extraordinaria y urgente necesidad del decreto-ley. Tampoco ellos se dieron urgencia en darse cuenta, porque habían pasado como cinco años.

Y, por último, en marzo de este año, Pedro Sánchez cumplió su promesa. En el fondo fue un alivio, porque llevaba, a su vez, cinco años diciendo que lo haría. Bien, se acabó escuchar lo mismo. Vuelta al subsidio de 52 años.

Que, ya les digo, yo creo que ha hecho bien. De otra forma convertías en victimas permanentes las que, debido a la crisis, debían ser, como mucho, victimas circunstanciales. Perdían ingresos ahora ( y eso que 430 €) no es la repanocha, y también en el futuro, con sus jubilaciones. Bueno, se ha vuelto a que se cotice por el 125% del salario mínimo. Viene a salir una cotización apañada –un poco-. Unos 1.312 € al mes. Sirve el tiempo y se tiene esa base. Bueno.

Se trata, en realidad, de no continuar negándose a aceptar la realidad. Los desempleados mayores (¿se es mayor con 52 años? Para esto si, ya me respondo yo) tienen muy difícil, por decirlo con delicadeza, regresar al mundo laboral. No les fastidiemos más.

Así la cosa, resulta que en Andalucía hay unas 520.000 personas cobrando algún tipo de paro. Uno de cada tres perceptores españoles es andaluz. Las comparaciones en estos casos, así a lo bruto, no es decir mucho. Es más normal que haya mayoría de andaluces y no de riojanos, por ejemplo. El año pasado había más gente cobrando el paro, 523.000. Pero es que hay 32.000 parados menos que entonces.

Que descienda en mayor medida el paro que el número de quienes lo cobran significa que ha mejorado la protección. Si miramos, otra vez, al año pasado, vemos que en estos doce meses, el porcentaje de parados protegidos (ya lo de si la cuantía es suficiente será otra historia) ha subido tres puntos, del 65% al 68%.

Toda esa subida se debe a  varios factores. Uno bueno: ha aumentado el empleo y por tanto la gente reúne período de cotización para cobrar el paro. Uno malo: como los contratos son temporales, la gente entra y sale del trabajo. Así que, efectivamente, con la mejora del empleo lo que se consigue es que haya más personas cobrando el paro. De hecho hay 8.000 perceptores de prestación contributiva más que hace un año (con 32.000 parados menos, insisto) el tipo de protección que se cobra cuando has acumulado al menos 360 días. ¿Curioso verdad? El mercado laboral es así.

Y, el otro, el subsidio de mayores. Hay 15.000 beneficiarios de subsidios en general de los que había hace un año y ello se debe a que más que hace un año y ello se debe a ese subsidio de mayores. Cuatro de cada diez personas que cobran subsidios en Andalucía reciben ese de mayores que dura hasta la jubilación, en total ,64.000. Y, no es por nada, pero pueden estar cobrando 16 años. En fin, lo dicho, que es necesaria la protección, aunque quizás una mejora de las políticas activas de empleo, y un esfuerzo por llegar a algún consenso social sobre reducir la temporalidad, permitiría no sólo bajar el paro, cubrir puestos vacantes por falta de profesionales (hoy decía la prensa que faltan 12.000 profesionales en la instalación de equipos frigoríficos) sino también reducir la factura del desempleo. Un gasto que, como digo, sube al mismo ritmo que baja el paro.