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Revolución a cualquier precio

¿Hasta cuando seguiremos creyendo en la mitología socialista?

 

La composición del actual parlamento español con la presencia de tan diversas y antagónicas formaciones políticas pudiera interpretarse como el fiel reflejo de la fractura social existente en este país. Ésta fractura social es tan vieja y tan irresoluble como el cambio climático. Pero ¿realmente existe? ¿o es fruto de las insidias o conveniencias de los lideres emergentes para sustentar sus pretensiones de poder?

El antagonismo entre monárquicos y republicanos, católicos y anticatólicos, orden y revolución, tradición y progreso, centro y periferia, el propietario frente al obrero en las ciudades, el terrateniente frente al bracero en el medio rural, tuvo plena vigencia durante el primer tercio del siglo XX, fue borrado de la historia durante el franquismo y quedó convaleciente durante la transición, reapareciendo con cierto auge con el fenómeno de los “indignados”.

En esta coyuntura, tan bien conocida por los mayores y tan desconocida por los más jóvenes, aparece la fórmula mágica del comunismo: Revolución a cualquier precio. Y el antídoto conservador a esta pócima: Tradición y orden.

A esto hemos de añadir el eterno dilema territorial. Múltiples han sido los intentos por solventarlo, aplacando las ansias independentistas por un lado y el fervor centralista por otro.

Ya en la constitución de 1931 se hablaba del “Estado Integral”.  La República no podía ser federal porque eso equivaldría a reconocer que España era el resultado de unir partes diversas, pero la realidad impedía negar el derecho de autonomía de las regiones.

Para Don Manuel Azaña, el hecho de que los catalanes no fueran abiertamente independentistas (aunque muchos lo eran) se debía a que no podían separarse por la fuerza o bien, no les convenía. Puestas, así las cosas, el problema consistía en decidir si conviene y es posible resistir e imponerse por la fuerza, en caso necesario, o transigir con moderación, buscando una postura en la que podamos estar cómodos. Con ironía argumentaba: << siendo ya imposible la asimilación, inaceptable el exterminio, y baldío el sojuzgarlos, lo prudente es procurar un acuerdo que pueda ser el principio de una reconciliación problemática. ¿Y que le vamos a hacer, si hay que dar, para conseguirlo, alguna torsión a los principios jurídicos?>>.

Resulta evidente la poca aceptación y menor éxito de las propuestas de tan ilustre y visionario político. La República fracasó por méritos propios en todos los proyectos que se propuso llevar a cabo. Desde la reforma agraria hasta la secularización del estado pasando por la descentralización y el reconocimiento de las diferentes autonomías. Como contrapartida a tan alocado y poco realista proyecto de reforma surgió el levantamiento armado que tan devastadores resultados tuvo para todos los habitantes de este país.

Tras años mareando la perdiz, tapando bocas, simulando unidad, ignorando el desprecio que vascos y catalanes han mostrado siempre hacia castellanos, extremeños y andaluces, engordando las faltriqueras de los potentes norteños a costa de las miserables alpargatas de las gentes del sur, el régimen franquista y su prolongación en la mal llamada transición no hizo más que acrecentar la desigualdad y amparar la ignominia de unos pocos sobre una mayoría subyugada.

Y ahora más de lo mismo. Este nuevo concepto de socialismo encarnado en la figura del Sr. Sánchez no aclara de un modo inequívoco su vocación federalista, pues esto significaría una merma considerable en su lecho de votos. Reniega de su republicanismo coyuntural al tiempo que asimila como propias las consignas antimonárquicas de Iglesias y compañía.  Juega a la falacia de negar lo evidente mientras engorda las expectativas de los disidentes republicanos e independentistas. Se trata al fin y al cabo de dar (prometer) a cada cual lo que pide para, de ese modo, obtener la gobernanza de este país. Quien promete lo que no puede cumplir, quién vende lo que no es de su propiedad, quien ofrece lo que no tiene, en esencia, miente.

Que el Sr. Sánchez miente no es ninguna novedad. Tampoco lo es el que miles de votantes sigan comprando su mercancía huera envuelta en un discurso para incautos: Sustento para los necesitados, hogar para los desarraigados, consuelo para los enfermos, paz para los afligidos. Quizá por reducción al absurdo: más vale lo malo conocido. Quizá por aquello de que, como bien sabe el labriego, el gato escaldado huye del agua fría.   Y en eso de escaldar a los labriegos tiene mucho de experiencia la derecha opositora que tanto llora, ahora, los privilegios perdidos.

Parece llegado el punto de no retorno.  Al igual que los británicos han renegado de la Europa comunitaria y Bruselas les ha aclarado suficientemente las cuentas, el nuevo gobierno que está a punto de fraguarse en sede parlamentaria debería explicar de un modo suficiente a este pueblo resignado, humillado, explotado y engañado cómo se llevará a cabo la escisión de estos territorios que han renegado de pertenecer a España, ya está bien de eufemismos y mentiras. Deberían especificar y aclarar cuanto van a costar y, sobre todo, quién va a pagar, las prometidas mejoras de las condiciones laborales, salariales, educativas, sanitarias, habitacionales, etc., etc. Demasiadas mentiras, falsedades, medias verdades, sofismas, enigmas, sintagmas.  Y todo en pos del ideal comunista: “la revolución a cualquier precio”. Pero, en este caso y debido a la cobardía de Sánchez e Iglesias, disfrazada de acuerdos programáticos y absurdas promesas progresistas.

Hay, sin embargo, algo que se me antoja de difícil solución y es cómo solventarán estos líderes revolucionarios y progresistas el desprecio visceral que vascos y catalanes han venido mostrando sobre castellanos, extremeños y andaluces.  Cómo nos convencerán de que debemos seguir donando nuestra sangre, nuestros recursos, nuestras legítimas expectativas, a cambio  de  que estos insaciables apoyen y mantengan en la poltrona a esos que ya han empeñado nuestro patrimonio para engordar los suyos.

Invadir, expoliar, subyugar, explotar, esas han sido las actividades que desde los tiempos de los fenicios los aguerridos norteños han venido a realizar en nuestras tierras. Nunca hemos sido invasores, no lo necesitábamos, siempre hemos sido invadidos. La miseria del norte se ha nutrido de las riquezas del sur.

Y me pregunto. ¿Hasta cuando seguiremos creyendo en la mitología socialista? ¿Hasta cuando dejaremos que nos invadan, expolien, subyuguen y exploten, mientras nos desprecian y ningunean?