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Salir del armario no es una fiesta

Cuando decidas dar el paso y salir del armario, si descubres que no te espera una fiesta, no recules, no des marcha atrás y tampoco esperes la ayuda de nadie.

Creo que debo de ser de la última generación de españoles que tuvimos algo complicado salir del armario en nuestra adolescencia. A mis 34 años pertenezco a ese punto intermedio entre la represión y persecución absoluta de la homosexualidad durante el franquismo tardío y los primeros lustros de la democracia, y la liberación actual que oscila entre lo frívolo y lo infantil. Hemos pasado de señalarse la homosexualidad como una enfermedad o un grave pecado mortal, a presentarlo como un suceso que solo es motivo de fiesta y celebración, extirpando el carácter personal, transcendental e intransferible de la identidad sexual de cada uno para implantar una especie de chip lúdico y ocioso donde incluso ser homosexual empieza a verse como una etiqueta incómoda para los jóvenes más avanzados que desconocen el significado de libertad sexual y dignidad humana.

 

No hace mucho se estrenó la película “Con amor, Simón”, donde narra la salida del armario de un adolescente americano de 17-18 años. Obviamente, este chico vive en una familia ideal, con un grupo de amigos ideal, y acaba su historia con un final ideal, que raras veces se da en la vida real.

 

Si uno ve la película con madurez y conociendo los verdaderos palos que encierra el destino puede disfrutar de un par de horas entretenidas, con escenas emotivas y con deseos imposibles de que nuestra salida del armario hubiera sido así. El problema llega cuando este film lo consumen jóvenes educados en el idealismo y en el post-realismo de una manera tan peligrosa que son incapaces de distinguir la propaganda de la realidad. Algo así como cuando se pusieron de moda esa pareja conocida como los “Javis”, que utilizaban sus apariciones públicas para decir cosas como esta: «Si algún niño, alguna niña, alguna persona me está mirando y tiene miedo, siente que está perdido, siente que no le van a querer, que sepa que le van a querer, que va a encontrar su sitio, que tu familia te va a querer y que vas a cumplir tu sueño y que yo y Javier Ambrossi vamos a escribirte historias para que tú te sientas inspirado».

Qué duda cabe que cada persona tiene todo el derecho del mundo para explicar sus sentimientos y contar su historia a los demás tal y como lo sienta o lo haya vivido. Pero mensajes de este tipo solo se basan en ese no-pensamiento que caracteriza a la sociedad actual donde todo buenismo tiene cabida y toda estupidez idealista un altavoz poderosísimo. Gente que quizás no tiene el suficiente cerebro como para utilizar su fama buscando convencer a los demás, a los que sufren, a los más débiles, de que no es posible que algo vaya a salir mal. ¿Por qué hablar del sufrimiento, del fracaso? Eso es algo de fachas, que dirían esas celebridades etiquetados como “influencers”. Pero el fracaso, el dolor, el no encontrar salida y el llevarse palos de manera inevitable, es algo que lleva la vida en su ADN, aunque luego a algunos les toque más lágrimas que a otros. Lo que quiero decir es que se ha desvirtuado tanto el significado de la identidad sexual y emocional de cada uno y se ha prostituido hasta la náusea su sentido real, que llegará un día donde ser homosexual no significará nada que determine la dignidad debida de la persona, sino una simple etiqueta de tantas que serán usadas para vender eventos, fiestas y productos varios.

 

Es innegable que en este país se ha producido un salto cualitativo y cuantitativo en tolerancia a la diversidad sexual que parecía impensable hacía 20 años.

 

Sin duda, la ley del matrimonio homosexual y su defensa en los espacios públicos fue una de las mejores políticas que hizo ese personaje siniestro llamado Zapatero, ahora metido a comisionista y blanqueador de la dictadura de Maduro. Pero no nos engañemos, estamos aún muy lejos de ese país tan tolerante y abierto como nos sitúan las encuestas a la cabeza de Europa.

 

¿Sigue siendo España homófoba? En el mismo sentido que puede seguir siendo machista o racista. Existen resistencias localizadas en determinados ámbitos- sobre todo rurales- pero al menos públicamente reconocemos la vergüenza de declararnos como tales. De ahí que estos debates y exaltaciones de sentimentalismo barato puedan acabar saliendo muy caras a jóvenes condicionados por sus entornos familiares y ambientales que no les van a poner fácil el que se sepan queridos y aceptados tal y como son. Considero de una extrema crueldad que se les oculte a las generaciones más jóvenes los peligros, las adversidades y los golpes bajos que pueden llegar a sufrir cuando decidan contarle al mundo su auténtica identidad.

 

No se trata, ni mucho menos, de vivir en una mentira, ni de mentirse a uno mismo; al revés, se trata de ser sinceros en primera persona y saber cuándo serlo con los demás. Cuando alguien se tira a una piscina sin agua, es casi seguro el descalabro.

 

Ser homosexual no debe convertirse en el modo de vida de nadie, ni en un argumento habitual de victimismo o reivindicación. Nadie es mejor ni peor por ser homosexual o heterosexual, porque el valor está dentro de la persona. Confundir este mensaje hasta hacer de la identidad sexual una obsesión o causa única de todo lo metafísico que suceda en la vida creo que es un castigo y una desgracia para quien lo padezca. No hace muchos meses me llamaba la atención como un actor de una serie muy conocida hacía un drama en sus redes sociales porque alguien le había insultado llamándolo “maricón de mierda” o algo similar. Por supuesto, ante este ataque intolerable se movilizaron decenas de compañeros de profesión y de la farándula indignados por semejante ofensa en pleno siglo XXI. ¡Qué suerte tienen estos chicos de ahora de no saber lo que es realmente sufrir y sentirte perseguido por tu identidad sexual!

Eso sí, cuando decidas dar el paso y salir del armario, si descubres que no te espera una fiesta, no recules, no des marcha atrás y tampoco esperes la ayuda de nadie. Hay casos, tan reales como la vida misma, donde uno acude a ciertas figuras de asociaciones LGTB, y la única respuesta que te encuentras ante tus problemas es: “resignación, resignación y resignación”. Ojalá esto último fuese algo que pasara en el 2000 pero sea impensable 18 años después.