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Santas Justa y Rufina contra la Semana Santa

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Raúl Velasco

La Semana Santa en Sevilla es la semana grande de la ciudad. Casi un millón de visitantes llegan cada año a la capital andaluza cuando los días comienzan a ser más largos y la primavera acaba de iniciar. Es pasión, fervor, tradición, amor, belleza, solemnidad, sentimiento… y además es pagana. Es pagana pese a quien le pese y digan lo que digan. Es pagana y su paganismo está metamorfoseado con esta desde sus más profundas raíces impregnando las pequeñas flores que florecen en los naranjos de marzo como dando la bienvenida a las procesiones en sus calles. Es pagana desde que el cristianismo se doblegó al sincretismo religioso  en vez de combatirlo, robando tradiciones, festividades e identidades de otras deidades para adornar las tallas de cada cofradía. Es pagana y por mucho rasgar vestiduras de sevillanos y cristianos, atraídos por la música de las bandas que anteceden las imágenes desde remotos rincones,  seguirá siendo pagana por muchos papas y obispos que la reclamen como propia. Es pagana y no hay porque avergonzarse de ello.

Las fiestas que cita eran las Adonias, festividad primaveral que se celebraba en la ciudad donde la imagen de la Afrodita Salambó, que lloraba por Apolo (misteriosa coincidencia con las tallas marianas contemporáneas de la ciudad), era sacada en procesión acompañada con música por las calles de aquella Sevilla.

Cualquier buen sevillano sabrá que las patronas de esta santa ciudad son Justa y Rufina. Cualquier buen sevillano sabrá que vendían cerámicas fabricadas en Triana con sus propias manos y cualquiera de estos buenos sevillanos sabrán que fueron beatificadas y convertidas en santas por defender el cristianismo y renegar de los dioses paganos a finales del siglo III d.c. Pero casi ninguno de estos sevillanos conocerá el hecho concreto que hizo que el gobernador romano Diogeniano, según el brevario de Évora (III-V) el documento que nos relata esta historia, encerrara a las dos hermanas y posteriormente  las martirizará:

“Sucedió que, habiendo llegado un día al foso de esta ciudad (Híspalis) para vender vasos de terracota, unas matronas del lugar estaban exhibiendo allí un ídolo de piedra llamado Salambó y, siguiendo su costumbre según el rito pagano, mientras bailaban pedían donativos en honor y beneficio de su dios(a). Y así, habiéndose acercado a las santas mujeres, les pedían que les ofrecieran algún vaso en honor de su dios(a) Salambó. Como ellas, siendo cristianas, se negaran y les hicieran ver que era inútil adorar a un dios de piedra, indignadas las matronas (…) lo destrozaron todo. Pero las religiosas mujeres (…) lanzando de nuevo el ídolo aún más lejos, lo hicieron añicos. A consecuencia de esto el gobernador Diogeniano mandó encerrarlas en la cárcel”

                                                                            Brevario de Ebora, (lo fecha en el 287 d.c.)

Las fiestas que cita eran las Adonias, festividad primaveral que se celebraba en la ciudad donde la imagen de la Afrodita Salambó, que lloraba por Apolo (misteriosa coincidencia con las tallas marianas contemporáneas de la ciudad), era sacada en procesión acompañada con música por las calles de aquella Sevilla. El cristianismo en la ciudad, al ser uno de los puertos imperiales más importante del momento, llevaba más de 200 años introduciéndose poco a poco entre sus calles. Justa y Rufina eran cristianas y como cristianas renegaban de imágenes, renegaban porque cualquier cristiano del momento sabía que uno de las primeras normas que debían seguir era renegar de cualquier talla o imagen fuera cual fuese su forma o entidad:

Segundo mandamiento “No harás para ti imagen de escultura, ni figura alguna de las cosas que hay arriba en el cielo, ni abajo en la tierra, ni las que hay en las aguas debajo de la tierra” Éxodo 20:4

“No os haréis ídolos, ni os levantaréis imagen tallada ni pilares sagrados, ni pondréis en vuestra tierra piedra grabada para inclinaros ante ella; porque yo soy el SEÑOR vuestro Dios.” Levítico 26:1

Hablando de las imágenes “Le adornan con plata y oro, le afianzan con clavos, a golpe de martillo para que no se desunan. Son como un espantapájaros en un huerto de cohombros, y no hablan, y los toman y los llevan, porque ellos mismos no pueden moverse. No temáis (…) porque no pueden hacer mal ni bien” Jeremías 10:4-5.

(He utilizado la Biblia Católica aprobada por José María Bueno Monreal, cardenal-arzobispo de Sevilla de 1972, Editorial Herder, Barcelona)

Justa y Rufina no destrozaron aquella imagen de la Afrodita que llora por ser pagana, la destrozaron por ser una imagen. La destrozaron porque el cristianismo primigenio, el cristianismo primitivo, el cristianismo original renegaba de estas, renegaba y reniega. Algo que es mostrado en cada versículo de cada capítulo de cualquier Biblia que tengas en tus manos. Como a mediados del siglo III d.c. le decía al cónsul Marciano en Antioquía el Obispo Acacio:

“Destruimos los dioses que vosotros habéis fabricado, y a los que tanto miedo tenéis. El día que la piedra no encuentre un artista, o al artista le falte piedra, os quedaréis sin dioses. Nosotros tenemos no a quien nosotros hemos fabricado, sino a aquel quien nos ha hecho a nosotros, que nos creó como Señor, nos amó como Padre y como buen abogado, nos libró de muerte eterna.”

Acta del martirio de Acacio. Obispo de Antioquía de Pisidia.

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Como vemos aquí renegaban de estos porque llevar en volandas tallas y esculturas de dioses no es algo que hicieran los cristianos, representaba el pasado, representaba el paganismo, el atraso, la ilusión de poderes inexistentes, algo contrario a su Dios, algo que solo hacían las religiones falsas contradiciendo el antiguo y el nuevo testamento. Desde Egipto, pasando por Mesopotamia, Fenicia, Persia, Grecia o Roma portar al dios en los días de la festividad de la divinidad era algo habitual. Los fenicios implantaron poco a poco esta tradición en las ciudades andaluzas, donde las Astartés eran adornadas con flores, procesionadas y acompañadas por música y muchedumbres que les pedían favores. La iglesia intentó acabar con esto en un principio, pero siglos después la Iglesia Católica necesitó sobreponerse a la agonía que sufría en Europa por la expansión del protestantismo. Recurrió a cofradías, cambiando sus procesiones cruzadas por imágenes que llegaban más a un pueblo que durante siglos las habían conservado en su memoria colectiva. Imágenes que decían sólo enseñar más de cerca a un pueblo iletrado la historia de la Pasión de Cristo. Pero en Sevilla, como en muchas otras ciudades, se musitan oraciones y se piden favores a cada talla que por sus calles cruzan, como si cada una de ellas tuviera el poder de interceder ante Dios para que estas se cumplieran.

Las tallas marianas son las tallas más aclamadas en Sevilla, y la Virgen Macarena la más multitudinaria de todas ellas. Es adornada con flores en primavera y llora la pérdida de un ser querido, sacada de madrugada y llevada en volandas en una procesión que no acabará hasta bien entrada la mañana. Hablo de Salambo, la Afrodita que llora, pero la Virgen Macarena también cumple con todo esto cuando se inicia su procesión casi 1.500 años después de la “destrucción” de la Afrodita que llora por Santa Justa y Santa Rufina.