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Santiago y la fallida Investidura

Pero la ruleta sigue girando. Más lentamente, pero no se ha bloqueado.

 

Tras naufragar, en primera votación, la investidura de Pedro Sánchez como presidente del Gobierno ―lo que se daba por descontado―, muchos piensan que fue Santiago quien, en el Día de su Fiesta, impidió que prosperara aquélla en segunda votación.

Pero la ruleta sigue girando. Más lentamente, pero no se ha bloqueado. Quizás lo más dramático fuera ver la helada soledad del candidato que, a sus propios votos (123 del PSOE), no logró sumar más que 1 del PRC (y eso porque Revilluca sueña que así logrará, alguna vez, que el AVE llegue a Cantabria). Por el contrario, a Sánchez le aplicaron un transversal 155: tal fue el número de votos en su contra (PP, C’s, Vox, JxCat, C Canaria  y Navarra Suma).

Tal fracaso ha puesto a la clase política contra la pared. Algunos, incluso, con orejas de burro y escribiendo mil veces, en el encerado, “no lo haré más”. La mayoría están así por omisión. Por haber asistido con los brazos caídos al desarrollo de un drama que, más allá de las consecuencias para cada uno, alarga y deja de momento a España sin Gobierno titular, sin candidato a su presidencia, sin Presupuestos Generales del Estado para el 2019 y sin anteproyecto para los del 2020.

Pienso que el principal escollo para la investidura de Sánchez vino de UP, especialmente de su facción podemita. Esa formación tuvo la oportunidad de facilitarla con sus votos que, a su vez, arrastrarían a la cooperación en ese empeño a los de ERC, Compromís y Bildu. La ultraizquierda hubiera así entrado en el más radical Gobierno de la historia de nuestra democracia. Claro que, el Patrón de España y del Arma de Caballería ―que ve las cosas desde arriba―, seguramente decidió intervenir velozmente, al resultarle muy sospechoso ver lo felices que se las prometían separatistas, criptonacionalistas y filoetarras ante la posibilidad de tal ejecutivo.

De todo el lío, dos cosas que han quedado palmariamente claras. Una, la falta de cultura de coalición, al menos a nivel nacional, que padecemos en España. Y dos, que la negociación y el regateo entre PSOE y UP no iba de programas sino de poltronas. Y en este orden de cosas, uno no acaba de entender cómo Iglesias despreció ocupar una vicepresidencia y tres ministerios del fallido Gobierno. No podría ignorar que cuatro estructuras ministeriales significarían no solo los 4 miembros del ejecutivo, sino también un porrón de órganos directivos: secretarios de estado, subsecretarios, secretarios generales y directores generales. A los que se añadirían una pléyade de subdirectores generales, asesores, gabinetes, organismos autónomos adscritos y qué se yo más .  Quizás lo del “papel decorativo” ―bravata con la que Iglesias despachó la oferta de Sánchez―, no fuera más que una tapadera, para esconder una mayor avaricia de cargos. Y ya se sabe que la avaricia rompe el saco.

Ahora el suflé se desinfla, con el PSOE y UP lamiéndose las heridas y culpabilizándose recíprocamente del fracaso. En todo caso, es difícil pensar que, en los próximos dos meses, Sánchez repita, y mucho menos incremente, la oferta que hizo a Iglesias. Tampoco la apuesta por esa coalición sería igual por parte de ERC en el mes de septiembre, con la Diada-2019 y la sentencia a los separatistas del “procés” por medio. Seguramente, el postureo de los independentistas en el debate derecha-izquierda, retorne muy pronto a su tradicional dialéctica nacional-separatista. En definitiva, la posibilidad de los neocomunistas de infiltrarse en el Gobierno parece haberse esfumado.

Ciudadanos (C’s) ha descompuesto la figura en este embate. La negativa de Rivera a reunirse con Sánchez, así como su discurso faltón y radical no son de recibo en el líder de un partido liberal. El goteo de fugas de destacadas personalidades de C’s es muestra de lo que puede estar cociéndose en ese partido y, sobre todo, entre sus votantes. Uno recomendaría a esa formación reconsiderar sus postulados e intentar cooperar en estos dos próximos meses a dar salida a la gobernanza de España. Nos alejaría además del precipicio de las dos opciones indeseables: o bien un gobierno muy radicalizado e internamente inestable, o bien nuevas elecciones legislativas el 10 de noviembre. Y ya no hay Día de Santiago hasta el año que viene…