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Se marcha Soraya, pero permanece un tipo de partido que conduce a la indecencia

España necesita un "un nuevo orden", donde los ciudadanos y sus derechos estén por delante de las autonomías.

Soraya Saenz de Santamaría, la mujer que más poder politico ha acumulado en España desde la muerte de Franco, abandona la política tras su derrota frente a Pablo Casado. Su retirada pone fin a un debate artificial y ridículo que contraponía a Casado con Soraya, cuando el único debate que cabe en el PP es el de decencia o indecencia, limpieza o currupción, democracia o tiranía camuflada, valores de izquierda o de derecha.

 

Los políticos manipulan el debate y las prioridades para defender sus intereses, casi siempre en contra de los intereses del ciudadano y de la nación.

 

El debate del PP sobre el liderazgo del partido es bastardo y truculento porque el único verdadero debate debería ser cómo lograr la regeneración que el partido necesita.

En el PSOE ocurre lo mismo. Unos son partidarios de Susana y otros de Sánchez y entre todos discuten si es bueno o malo el pacto con las fuerzas desleales y antiespañolas, como ha hecho Sánchez, cuando la cuestiones a debatir con urgencia es cómo acabar con la corrupción, regenerar un partido podrido, adelgazar drásticamente un Estado que ya es insostenible y de que manera liberarse del ruinoso estado de las autonomías.

 

Los falsos debates y la manipulación de la agenda son dos facetas de la corrupción y del abuso de poder que demuestran por si solas la profunda degeneración de la democracia española.

 

La verdadera pregunta que España debe responder, pero al margen de los políticos, que no permitirán nunca el debate libre, es si el sistema actual de partidos nos ayuda o nos hunde, si ese sistema mejora la democracia o la aplasta. Para cada día más españoles, el sistema de partidos actual, dominado por formaciones corrompidas que no practican la democracia interna y que han sobrepasado cientos de veces la línea roja, al anteponer sus propios intereses al bien común, desprecia a los ciudadanos, los silencia y gobierna en contra del interés general.

 

El mejor ejemplo es el sistema autonómico, mantenido por la fuerza por los partidos, mientras que cada día es mayor el rechazo de los ciudadanos.

 

Los partidos políticos españoles se sienten a gusto con un sistema autonómico que les permite colocar a los familiares y amigos, practicar la corrupción y el clientelismo, otorgar ayudas y subvenciones a los amigos y crear espacios de lujo y bienestar para ellos mismos, sin que el ciudadano reciba a cambio nada, salvo más impuestos para sostener ese tinglado indecente, donde se multiplican por 17 los privilegios, subvenciones, aforamientos, chanchullos y corruptelas.

España necesita un «un nuevo orden», donde los ciudadanos y sus derechos estén por delante de las autonomías, donde todos los españoles sean iguales en derechos y libertades, sea cual sea su lugar de residencia, donde el bien común presida la toma de decisiones, en lugar del interés personal y del partido y donde el dinero de todos se dedique a todos y no a enriquecer a una clase política sobredimensionada y carente de principios.