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Semana Santa Disney

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Caty León

Seguramente es la Semana Santa la festividad más honda de todas las que se celebran en Andalucía. Esa hondura tiene que ver con su arraigo, con su carácter de tradición secular y con su sentido de ADN que impregna la vida de la mayoría de los andaluces. En los pueblos y ciudades, sean cuales sean su situación geográfica, su historia y su idiosincrasia, las procesiones son el aglutinante social de una gran parte de sus habitantes; la argamasa que une y teje lazos a través del tiempo.

No solamente esto. La Semana Santa andaluza lleva consigo una red de consiguientes, desde los gastronómicos (Dulces de Semana Santa) hasta los que tienen que ver con el refranero (“Domingo de Ramos, al que no estrena se le caen las manos”). Pasando, sin dudarlo, por los artísticos. Pocas manifestaciones conllevan tanta plástica, tanta artesanía, tanta creación artística, como esta. Todo ello tejido en torno a una circunstancia religiosa, la Pasión y Muerte de Jesucristo, en la que todos los participantes reconocen el motivo esencial de una liturgia de siglos.

Incluso los no creyentes se sienten identificados por una suerte de memoria sentimental, por una herencia familiar que tiene señas de identidad ineludibles. Los ritos de esa semana traen consigo recuerdos no vividos, anécdotas sentimentales y reflejos de una devenir que no se rige solo por el paso de los días, sino por la cristalización de emociones.

Sergio Pascual, el recientemente defenestrado número tres de Podemos, afirma en un artículo que hay que democratizar la Semana Santa y que, para ello, nada mejor que obviar su sentido religioso. Es decir, convertirla en un parque temático.

En La Isla de León, una vez el Nazareno, venerado en toda la bahía, recibió, en plena estación de penitencia, al salir de la Iglesia Mayor, un golpe en la cara propinado por uno de los maderos de la Cruz, que cedió con el movimiento de los cargadores. Durante los días siguientes, una avalancha de cañaillas visitó la imagen, en la que podía apreciarse un visible moratón en la mejilla, consecuencia del incidente. Este es un ejemplo concreto del entramado vivencial que rodea la Semana Santa.

No todos entienden esto, tan sencillo por otra parte.  Bastaría con usar la empatía para propiciar ese entendimiento. Sergio Pascual, el recientemente defenestrado número tres de Podemos, afirma en un artículo que hay que democratizar la Semana Santa y que, para ello, nada mejor que obviar su sentido religioso. Es decir, convertirla en un parque temático en la que haya buñuelos, monas de Pascua, torrijas y berzas de resurrección, pero sin relación alguna con la fe ni con las creencias religiosas. Una Semana Santa Disney, cuya carcasa, cuyo recubrimiento, oculte el interior. En la que lo que sentimos quede sustituido por lo que vemos. Una Semana Santa espectáculo para disfrute de masas sin alma.

En esta línea, la inefable alcaldesa de Barcelona, que ya disfrutó lo suyo declarando el Solsticio navideño, quiere que las procesiones de la ciudad condal se reduzcan a un cortejo de celebración de la primavera. Una fiesta del orgullo equinoccial sin base alguna en los acontecimientos que, según la Biblia, tuvieron lugar el año I de nuestra era. Un souflé. Un bluf. Un MacGuffin.

Puede uno ser de izquierdas, de derecha, de centro o del aire que sopla con más fuerza. Pero ignorar la historia, hacer oídos sordos a las tradiciones y no respetar las creencias y las vivencias de la gente, eso es sencillamente hacer el ridículo.