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Sevilla, ciudad de fantasmas

Supongo habrá salido el tema en el trasvase de poderes y la administración socialista la tendría en el inventario, encariñados durante casi cuarenta años con su figura neblinosa pero con algo de brillo y aparatosa toca blanca de alerones.

 

Las apariciones de sor Úrsula por las dependencias del Parlamento de Andalucía ocurren desde hace unos setenta años. Entre los testigos más cualificados estuvieron don Plácido Fernández Viagas y don José Antonio Marín Rite, sin desmerecer a otros muchos con nombres y apellidos, enfermeros de cuando era hospital, vigilantes y limpiadoras. Dicen haberla visto desde la calle y edificios cercanos…, en fin, no queda la cosa desprovista de testimonios.  

Para los amantes de encontrar causas razonables estos sucesos descolocan los engranajes mentales.

Según los expertos ─nunca faltan profesionales para cualquier actividad─ , sor Úrsula era todo un carácter: gobernanta, riñona, de armas tomar y de llaves llevar porque el manojo constituía en vida un cascabel denunciador de su presencia y también su espectro lo ha mantenido como seña de identidad y, tal vez, de mando simbólico.   

Supongo habrá salido el tema en el trasvase de poderes y la administración socialista la tendría en el inventario, encariñados durante casi cuarenta años con su figura neblinosa pero con algo de brillo y aparatosa toca blanca de alerones   ─según descripción colectiva─.  Sería una pena no hacerse cargo el triunvirato entrante de la custodia del espectro como originalidad, incluso de rango turístico, acaso única en un parlamento mundial. 

Por cierto, mi antiguo médico tenía un fantasma, también femenino en su caserón de la calle Santa Ana.

Era una dama rubia de andares deslizantes, indiferente, pero llegó a pertenecer a la familia y, además, sin gasto alguno de manutención. «¿La has visto hoy? ─le preguntaba mi amigo a su esposa─ porque lleva ausente hace una semana». Siempre, tardara más o menos, aparecía altiva y dedicada a lo suyo: su labor espectral. Dicho lo cual, Sevilla es una ciudad de fantasmas, cada cual en su territorio, como consumados independentistas. Existe un recorrido tarifado para visitar las casas donde habitan dichos duendes, salvo irriten un día 2a los tales y revindiquen su derecho de imagen. Puestos a imaginar cualquier madrugada los vemos en el Parlamento ante la alegría de sor Úrsula gritando: «¡Los fantasmas, unidos, jamás serán vencidos….!». 

Sor Úrsula trataba a los pacientes con la dureza de la norma rígida, propia de la disciplina conventual y, claro, un enfermo quiere otro trato más dulzón. Así, cuando la pobre falleció por la epidemia de peste, el personal sintió alivio. Cuentan las malas lenguas de la época la muerte próxima cuando ella arreglaba las sábanas de un paciente.   

Ahora se avecinan broncas a destajo entre los avenidos y los advenedizos, entre los conquistadores y los no resignados y podrían perturbar la paz de la sor, amante de un merecido descanso diurno, después de tanto trajín de llaves y mantener el orden por las largas galerías. Los andaluces daríamos un envite mundial turístico si sor Úrsula apareciese en plena sesión parlamentaria salida de alguna rendija del retablo e hiciese sonar las llaves mientras una mirada acerada se posase entre el personal chillón. Seguro vería el cielo abierto doña Marta Bosquet y le haría un sitio a su lado, a ver quién o quienes tenía agallas de formar gresca. «Una palabra más y ordeno al espectro parlamentario un pase por entre ustedes para mantener el orden». 

¡Bah! Si no ha ocurrido nada de importancia con la primera en la frente, o sea, la crítica almacenada de doña Rocío Ruiz a la Semana Santa, pues la próxima legislatura será un coser y cantar.