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Sevilla, la ciudad dormida

Benito Fdez 2
Benito Fernández*

Me parece que les he contado en alguna ocasión que, una vez al mes, me reúno en un almuerzo con un grupo de personas que representan un amplio espectro de la sociedad civil sevillana. El grupo, presidido por José María Ferre Tejera, y formado por entre quince y veinte comensales de diversos ámbitos profesionales (ex políticos, abogados, médicos, economistas, arquitectos, ingenieros, empresarios, periodistas) responde al nombre de “Ágora Hispalense”, una institución abierta a todo tipo de opiniones que ha cumplido ya diez años de historia y ha promovido iniciativas que, como Civisur, tratan de aportar ideas e iniciativas que redunden en beneficio de Sevilla y los sevillanos. En la última reunión, celebrada esta misma semana, tuvimos como invitado a un joven colega de la prensa, Alberto García Reyes, adjunto a la dirección de ABC de Sevilla, excelso crítico de flamenco, cronista de verbo fluido y mordaz, premio Joaquín Romero Murube y pregonero de la Semana Santa de este año. Todo un denso curriculum para su todavía joven edad. Sin que sirva de precedente, en esta ocasión tuvimos la oportunidad de evitar los clásicos corrillos y casi todos los presentes pudimos exponer nuestros puntos de vista, nuestras dudas, nuestras críticas y nuestra visión del cómo y el por qué Sevilla ha perdido paulatinamente su necesario y obligado protagonismo de capital de Andalucía en el concierto andaluz y español.

 

Pero a lo que iba, la tertulia de Ágora Hispalense, como no podía ser de otra forma obvió por una vez el monotema catalán que centra ahora todos los debates, y se dedicó a Sevilla, sobre todo a  esa apatía que últimamente circunscribe todo lo que rodea en los últimos años a la sociedad sevillana que sigue centrada en su sempiterno ombliguismo, dormida en sus indudables y grandes valores culturales e históricos pero estancada y huérfana de un liderazgo que dirija la ciudad hacia un futuro acorde con sus potenciales. Y es que a Sevilla, embriagada por sus propios encantos, le ocurre lo que a los borrachos, que avanza a trompicones, o como decimos aquí, a camballás. Esta ciudad, por la propia idiosincracia de sus ensimismadas clases dirigentes, casi nunca tiene impulsos propios y necesita que sea el Estado quien tome las riendas para cambiarle la cara. Ocurrió en 1929 y en 1992 y posiblemente tenga que pasar otro siglo para que se genere un nuevo salto cualitativo.

 

Es cierto que buena parte de las llamadas fuerzas vivas de la sociedad hispalense, esas que ejercen de lo que ahora en internet se llama “influencers”, se resisten como gato panza arriba a cualquier cambio en su ortodoxia sevillana. Aquellos que siguen defendiendo que la Giralda debe ser el único referente de las alturas edificables y que la Semana Santa es algo intocable. Como en todos los casos, la verdad nunca es única e inamovible. Esos ortodoxos hubiesen evitado con su inmovilidad que, como ocurre ahora, la Campana, Tetuán, Alemanes, García de Vinuesa, Mateos Gago, el Barrio de Santa Cruz o la propia Avenida, sean un calco de la madrileña Preciados, de Via Venetto en Roma, o Picadilly Circusy Oxford Street en Londres, pero, al mismo tiempo, suelen impedir que las ciudades evolucionen naturalmente y entren con normalidaden el futuro.

 

Siempre preferiré a un demencial Alfredo Sánchez Monteseirín que a un omnipresente y fallido Juan Ignacio Zoido o un  impasible Juan Espadas.

 

De todas formas es indudable que, por más meteduras de pata y controvertidas actuaciones que cometan algunos dirigentes políticos, siempre preferiré a un demencial Alfredo Sánchez Monteseirín que a un omnipresente y fallido Juan Ignacio Zoido o un  impasible Juan Espadas. Me explico. En esta Sevilla anclada en pasados esplendores es necesario que algún alcalde rompa la baraja y acometa reformas polémicas como la peatonalización de la Avenida, las Setas de la Encarnación, el Carril Bici, el Metrocentro o la Torre Pelli. Sí, ya sé que me van a decir que muchas de ellas ni eran necesarias ni justificaban el enorme gasto público que nos ha endeudado por muchos años a los sevillanos. Llevan razón, pero como ocurrió en París con la torre Eiffel, es posible que alguno de estos denostados proyectos urbanísticos se conviertan con el tiempo, para bien o pàra mal, en referentes icónicos de la capital de Andalucía.

 

Y hablando de capitalidades, me da la impresión de que ha sido eso, la capitalidad, una de las lacras mas negativas que ha tenido que soportar Sevilla en los últimos cincuenta años. No solo ha creado un sentimiento de rechazo por parte del resto de las provincias, siendo Málaga la que lidera ese odio atávico al “miarma”, sino que ha propiciado que Sevilla sea rehén de la “juntitis”, es decir, que buena parte de la economía de la ciudad y su área de influencia dependa de los puestos de trabajo creados por los servicios centrales de la Junta de Andalucía. Como ocurre con el turismo, esa  particular dependencia administrativa puede reportar a la larga un estrepitoso fracaso social si no es debidamente reconducida. La Junta se ha convertido para Sevilla en la única gran multinacional del empleo con miles de funcionarios a costa de una nómina que pagamos todos.

 

Por último quisiera dejar en el aire varias preguntas al hilo de la apatía que rodea actualmente a la sociedad sevillana. Salvando alguna excepción como el Ateneo y algunas otras Fundaciones privadas, ¿dónde está la actividad cultural de una ciudad que fue referente para toda Europa en siglos pasados? Desaparecida la Cruz Campo, Hytasa o Abengoa ¿Dónde están las empresas locales privads que creen puestos de trabajo? ¿Qué hace esa inexistente sociedad civil a la que tanto aludimos si no es pertenecer a las cofradías, militar en el Betis o el Sevilla o acudir en masa a la Feria? La sociedad civil sevillana no existe o es tan cateta que sólo aparece en contadas ocasiones para reivindicar eventos localistas. Una sociedad civil que debería movilizarse u día sí y otro también para exigir a sus dirigentes que, por ejemplo, paliaran los déficits de trabajo o sanitarios, que combatieran la pobreza endémica o que Bueno, lo dejo porque no quiero calentar más los ánimos. Sé que muchos de mis lectores estarán que trinan y no les culpo. Otro día seguiremos con este cuento de nunca acabar…si es que los catalanes nos dejan.

 

*Benito Fernández es Periodista.

@maxurgavo