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Sevilla sin sevillanos

Sevilla parece que se ha convertido en lo que no ha sido nunca: una ciudad fantasma.

 

Este año el equinoccio de primavera ha encontrado una Sevilla insólita y desdibujada, con sus calles carentes de bulla recalcitrante y un damero urbano propio de la fantasía distópica de Orwell o Asimov. No es la Sevilla que apetecía irónicamente Antonio Machado y que puso en la pluma del Abel Infanzón, reflejo imaginario del autor de Campos de Castilla,  ya saben, aquellos versos: “Sevilla sin sevillanos, qué maravilla”, porque Machado se refería a la minoría de Guidos pedantes y arribistas, a los fabuladores con sus propios ademanes psicológicos de los tópicos de albero, toreritos y cigarreras, del chascarrillo fácil y el meapilas hipócrita y ególatra.

Sevilla parece que se ha convertido en lo que no ha sido nunca: una ciudad fantasma donde de momento no es posible, como aseguró un poeta, que en cada calle o plaza parezca que nos está esperando alguien que nos ama. Esta primavera no olerá a incienso ni la brisa acariciará los faralaes de las muchachas. Sevilla parece dormida, pero menos. Porque esta contradanza de su aparente idiosincrasia que supone la Sevilla recogida en las casas es también un canto a la vida y Sevilla es la ciudad más vital del orbe. El sevillano no abandona su ciudad, la preserva para que gane inmortalidad salvando a sus hijos de las pestes del siglo XXI.

Sevilla está en cada casa con  sus ganas de vivir, con  la fuerza en la sangre de todas las culturas y civilizaciones que aquí se sevillanizaron, como aquellos vecinos de Itálica que cuando acudían a Roma causaban admiración en los capitalinos que exclamaban: “felices los hijos de la Bética que confunde beber (bibere) con vivir (vivere) y es que ya entonces en el latín confundían la “b” con la “v” como el acento andaluz hace con el castellano, y que nos habla de una cultura y un idioma anterior al mundo romano, nunca desaparecida del todo. O los hijos de al-Andalus que se creían descendientes de los tartesso-atlántidas. Son milenios en el ADN encerrados en sus casas porque Sevilla es incompatible con la muerte y la vence en todo momento.

La antigua Hispalis amanece siempre para el amor y la poesía, ahora también, pero con la privacidad que requiere vencer al fatídico virus. En los lustros venideros se hablara del año en que Sevilla no salió de casa, si acaso para sacar al perro y comprar el pan nuestro de cada día. Porque Sevilla es incuestionable en cualquier circunstancia como la respuesta de aquel niño cuando le preguntó el profesor de religión:

-Si Jesucristo es Dios y Dios es inmortal ¿cómo que murió en la cruz?

Y el niño muy serio le contestó:

-Pa que usted vea.

La antigua Hispalis es el “pa que usted vea” del mundo conocido, la respuesta incontroversial que es como la vida misma defendiéndose y por ello en cada casa hay una Sevilla que palpita y es bulla limpia y espíritu de convivencia, una ciudad protegida por sus hijos que la preservan para su propia eternidad.