The news is by your side.

Historias de la Taberna de Morales, de Emilio Morales Ubago

"Bares, qué lugares / tan gratos para conversar. / No hay como el calor / del amor en un bar”

 

Los relatos que integran esta obra abren ese espacio ignoto donde leyenda y realidad se superponen a la narración oral. La taberna se convierte en mentidero y punto de partida de este rico paisaje.

 

AL CALOR DEL AMOR EN UN BAR.

En la perspectiva costumbrista que popularizara el grupo de rock español Gabinete Caligari en 1986, la regresión de las tabernas en el tejido social de las ciudades es un mal que parece no tener vuelta atrás. La uniformización de los centros urbanos con grandes cadenas comerciales internacionales vinculadas a la hostelería y nombres anglosajones, ha despersonalizado el rostro de los paisanos que se apontocaban en bujios donde la atmósfera era espesa y, sin embargo, celebrada a modo de escapatoria del mundanal ruido.

“Los bares, qué lugares / tan gratos para conversar. / No hay como el calor / del amor en un bar”.

Reflejada en el cristal del vino que dispensado del bocoy, alumbraba espacios semiclandestinos para la conversación, el cante o la soledad. Y si bien en la letra de la canción de la banda vinculada a la denominada movida madrileña, tan ensalzada como efímera, -recordemos, en contraposición, la trascendencia de la Filosofía Underground que se desarrolló en Sevilla en los años 60, con el efecto liberador que supuso en plena dictadura- se señalaba a los bares como divanes para el gozo, “Los bares, qué lugares / tan gratos para conversar. / No hay como el calor / del amor en un bar”. Las tabernas sustanciaban ese sabor añejo y, sin embargo, señero del tipismo de las ciudades. La etimología latina nos encamina hacia esos habitáculos que  dispensan vino y comida opcionalmente. La memoria colectiva aún subsiste hacia esa inclinación a ver en este establecimiento un lugar hospitalario donde desertar de los asedios contemporáneos. Miguel de Cervantes en su obra universal, “El ingenioso hidalgo Don Quijote de la Mancha” detalla en el capítulo XX de la segunda parte el valor del vino y su connatural servidumbre tabernaria “Sobre un buen tiro de barra o sobre una gentil treta de espada no dan un cuartillo de vino en la taberna”

 

HISTORIAS DE LA TABERNA DE MORALES

Guadalturia editores, 2016. Ilustraciones de Ángela Cano del Río- es una ataviada muestra del quehacer literario de su autor. En estos veintiún relatos la línea secuencial tiene como cordón umbilical la taberna que da nombre a la obra. Su existencia real en la localidad sevillana de Lora del Río, ejerce el poder de cohesión, pero también la de sugestión en cuanto a calibrar, en ese mundo de constante cambio y mutación, el tiempo narrativo. Ese aluvión de anécdotas que componen los oídos de esta obra, ha sabido guardar fidelidad y compostura a lo realmente importante: los hechos que se cuentan y cómo se cuentan. Los lectores que abran estas páginas leerán escuchando. Como afirma la autora italiana Rosa Tiziano Bruno, “el autor nos da la bienvenida para entrar en su mundo y se declara disponible para interactuar con el mundo de los oyentes: los invita y también se deja invitar”.

La taberna adquiere, entonces, la comparativa de un libro de horas y su liturgia se elabora diariamente.

La intermediación de un narrador propiamente dicho y el catalizador que infunde la animosidad a este para descubrirnos las sorpresas que aún no hemos experimentado, es un juego consentido. Su creador no se desprende del valor testimonial que existe en sus verdaderos artífices que irrumpen en lo que define como “refugio de parroquianos, alimento de solitarios, distracción para desocupados y punto de encuentro donde comadreos, murmuraciones y habladurías pasaban de boca a oídos”. La taberna adquiere, entonces, la comparativa de un libro de horas y su liturgia se elabora diariamente con los que de manera acostumbrada o puntual atraviesan su umbral para, quizás, convertirse en oyente o fuente de una nueva historia. Historias en las que el tabernero como buen marcapáginas señala donde se interrumpió la lectura, pero con ademán apropiado a su oficio, sirviéndose medio vasito de cerveza y aguzando el oído para no perderse un detalle de la siguiente que espera a la vuelta de un sorbo.

 

EMILIO MORALES UBAGO

Nos presenta con esta obra su aproximación al género del relato. Anteriormente Javier Larraz y Luis Fernando de la Barrera, el diligente Sargento de la Benemérita y el conspicuo antropólogo, cuyas andanzas conocemos a través de La carta Bonsor, El ojo de Dios y El erudito habían sido sus inseparables compañeros de viaje literario. Trilogía que fue publicada en un periodo de cinco años.  En esta ocasión, prescindiendo de oportunismos que pudieran limitar su capacidad escritora, decide apuntar hacia otras cotas no exentas de riesgo. Circunscritas al ámbito rural, lo nombrado en estos cuentos aparece en unas ocasiones con socarronería, suspense, desasosiego, crítica social, intriga,  fantasía, ciencia ficción, acento negro y macabro, ternura, lirismo. La taberna se convierte en un símbolo de creación y eclosión literaria por antonomasia.

El escritor loreño se define a sí mismo, “solo aspiro a ser contador de historias”.

Es un homenaje abierto a la locuacidad que, en ese ambiente desinhibido, faculta a la expresión oral a la mayor de sus virtudes: congraciarnos con el mundo contándolo. El escritor loreño se define a sí mismo, “solo aspiro a ser contador de historias”. Con esta aseveración hace fehaciente su compromiso literario. La asunción de esta responsabilidad contrae, a su vez y entre otras más, autenticar el oficio literario en la confrontación que en las palabras de Julio Cortázar adquieren valor de andamiento: ”Un cuento, en última instancia, se mueve en ese plano del hombre donde la vida y la expresión escrita de esa vida libran una batalla fraternal, si se me permite el término; y el resultado de esa batalla es el cuento mismo, una síntesis viviente a la vez que una vida sintetizada, algo así como un temblor de agua dentro de un cristal, una fugacidad en una permanencia”