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Un siglo no es nada

Tal semana como esta del próximo año, hará un siglo que asesinaron a Rosa de Luxemburgo. En 1986 la cineasta Margaret von Trotta filmó la historia de Rosa Luxemburgo, con Bárbara Sukowa en el papel de Rosa, y recientemente el elenco teatral Grips puso en escena el musical Rosa, con proletariado vestido de tweed bajo el leitmotiv “Soy un ser humano, no soy un símbolo.”

Al tradicional Congreso, que se organiza cada año en su memoria, asisten miles de participantes; gente joven del precariado, estudiantes y mujeres que cultivan además el look Rosa. Voces de miradas diferentes reunidas en torno al pensamiento dinámico de esta radical contemporánea, convencida tanto del valor de la espontaneidad como de la organización de la multitud. Intolerante con todo dogma, ortodoxia y decreto, imposible de resumir en un logo.

Muy similar a algunos de los ingredientes novedosos que viene apareciendo en los últimos años, muy especialmente en las respuestas de las mujeres jóvenes, de las muy jóvenes, de las herederas que están aprendiendo a no imitar ciegamente, sino a reinventarse, a observar el pasado, pero reseteando lo añejo, y quedarse con lo mejor de anteriores generaciones. Dispuestas a subir los escalones sin pausas, dispuestas a no depender como Rosa, dispuestas a dar la batalla sin condicionantes ante la ofensiva incisiva y permanente del patriarcado, aparentemente imparable.

Arrojaron su cadáver al canal, los mismos de hoy con otros collares. Al día siguiente todo Berlín sabía ya que la mujer que en los últimos veinte años había desafiado a todos los poderosos, y que había cautivado a asistentes de innumerables asambleas, había sido asesinada. Mientras buscaban sus restos, un Bertold Brecht de 21 años le escribía:

 

La Rosa roja ahora también ha desaparecido.

Dónde se encuentre es desconocido.

Porque ella a los pobres la verdad ha dicho

los ricos del mundo la han extinguido.

 

No es sino su voz, la que se escucha bajo el lema aparentemente novedoso: «Otro mundo sin machismo es posible». Ella lo formuló con más urgencia: «Socialismo o barbarie» (En lenguaje de la época…) Las últimas palabras conocidas de Rosa Luxemburgo, escritas la noche de su asesinato, fueron sobre su confianza en los pueblos, en las mujeres, y en la inevitabilidad de los cambios: “El liderazgo ha fallado, debe ser colectivo, el liderazgo puede y debe ser regenerado desde abajo, y lo que hoy puede ser una derrota solo la gente lo puede convertir en victoria”. Porque el sistema está construido masculinamente sobre arenas movedizas.