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Sobre Griñán

No es justo que sea Pepe Griñán quien acabe costeando los platos rotos. Como lo siento, lo escribo.

 

 

Siempre mantuve que Pepe Griñán es un buen hombre y continuaré haciéndolo, a pesar de las invectivas que recibo desde que, nada más conocerse la sentencia de los ERE, donde se le condena a seis años de cárcel y nueve de inhabilitación, empecé a hacer pública mi postura sobre el asunto tanto en artículos como en redes sociales.

 

En materia jurídica carezco de formación suficiente para pontificar sobre qué es malversación o no. Expertos jurídicos como Javier Pérez-Royo o Tomás de la Quadra Salcedo sí lo han hecho, y algo creo que nos aclaran al común de los mortales legos en la materia pero, aún así, prefiero no entrar en el contenido de la sentencia. Quiero hablar de sus efectos:

 

Con sus defectos y sus tentaciones de arrogancia, claro está, Griñán se paseó por la política con dignidad y discreción. Escrito tengo que transmitía la sensación de estar de paso y que parecía costarle mucho afrontar la parte prosaica que conlleva la gestión del día a día. No era, ni mucho menos, el ámbito en el que se sentía más cómodo.

 

No queda demasiado “cool” en estos tiempos de saña e histeria escribir a favor de alguien estigmatizado, y más raro puede parecer aún que lo haga desde mi blog personal, por lo general crítico con el PSOE andaluz por sus políticas de compra de voluntades, sus presiones, sus desmanes y sus listas negras en Canal Sur. Pero quizás por eso, porque no queda “cool” hacerlo, es por lo que lo hago, porque no todo puede valer en estos tiempos de crueldad y canibalismo.

 

He oído y visto durante los últimos días, en radios y televisiones, críticas injustas y hasta despiadadas en boca de muchos que se deshicieron en halagos cuando Griñán ostentaba el poder; he leído también infectas invectivas firmadas por los mismos que durante años fueron depositarios de su confianza, empezando por la propia Susana Díaz, el mayor dechado de deslealtad que recuerdo en mucho tiempo.

 

Me cuesta bastante, lo reconozco, entender la condición humana, y mucho más admitir sus contradicciones. La verdad es que todo lo que andamos viviendo con el linchamiento de Griñán está escrito en el teatro griego desde hace tres mil años, y en el de Shakespeare desde hace quinientos. Las traiciones, las envidias, las deslealtades y las puñaladas traperas son las mismas desde que el mundo es mundo, pero a mí me produce mucho asco constatar que este axioma continúa manteniendo intacta su vigencia sin que el paso del tiempo nos haya mejorado en absoluto.

 

Incluso partiendo de la premisa de que la responsabilidad de Griñán en el caso de los ERE fuese la que la sentencia dice que es, muchos de los que le deben tanto y ahora lo niegan tres veces antes que cante el gallo podrían, por lo menos, permanecer callados si tuvieran un mínimo de vergüenza. En momentos como estos, el silencio es la mayor muestra de honorabilidad que se puede tener. Así que, dado que ellos no se callan, yo tampoco lo hago a riesgo, como sé, de tener que pagar el alto precio que, por lo general, supone actuar así.

 

Se han lanzado a la yugular de Griñán a las primeras de cambio perdiendo de vista, sin prudencia alguna, que la sentencia no es aún firme. No puedo evitar que me venga a la cabeza aquella secuencia de “La lengua de las mariposas” (Manuel Rivas, José Luis Cuerda, Fernando Fernán Gómez, 1999) en la que un niño que adoraba a su maestro republicano no duda en tirarle piedras al carro en que se lo llevaban para fusilarlo, para que así a los fascistas no les quedara ninguna duda sobre de qué lado estaban tanto él como su familia.

 

Con tanto sinvergüenza con chaletaco en Simón Verde y demás zonas chics en los alrededores de las grandes ciudades andaluzas que se lo han estado llevando crudo durante décadas, con tanto petulante venido a más gracias a subvenciones mal utilizadas y comisiones descaradas, con tanto ladrón que nunca pagó por sus tropelías, no es justo que sea Pepe Griñán quien acabe costeando los platos rotos. Como lo siento, lo escribo.