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Soldados de la libertad

Emilio Lucas
Emilio Lucas*

La vida se ha convertido en una jodida carrera. Citius, altius, fortius. Y con más éxito profesional, y con más dinero, y más joven… El día a día y las mil y una obligaciones, impuestas o autoimpuestas, no nos dejan a veces ni ver los pequeños milagros que ocurren a nuestro alrededor. Hasta que llega algún hecho traumático que nos para, de forma violenta y por narices, y nos hace levantar la cabeza del suelo, echar la vista atrás, echar la vista hacia delante, y preguntarnos para qué hemos hecho el camino que hemos hecho y si de verdad merece la pena seguir hacia delante por el camino por el que vamos.

 

Eso fue lo que ha ocurrido estas últimas semanas, en las que los atentados que se han perpetrado en el Reino Unido nos han sacudido de nuestra cómoda butaca y nos ha hecho dudar si realmente estamos en esa burbuja de seguridad en la que creíamos estar. Inexorablemente, estos hechos tan impactantes mueven a una reflexión sobre la vida que llevamos, el mundo que se nos viene, cómo vivir en él, qué mundo vamos a dejar a nuestros hijos y cómo educarles para que se desenvuelvan lo mejor posible en ese mundo. Y a mi me ha sacado de mi pereza literaria y me ha hecho volver a escribir en este medio después de tanto tiempo (crean que el único motivo de mi ausencia ha sido la pereza, por la que pido mil perdones, aunque para el lector habrá sido, quizás, un alivio).

 

No seamos tan estúpidos de autocercenarnos en nuestra libertad, que hemos sacrificado ya bastante desde los atentados de las Torres Gemelas.

 

Las libertades que hemos conseguido, los avances que hemos hecho, son aprovechados ahora por una serie de desalmados que intentan que vivamos sumidos en el miedo. Se aprovechan de la libertad de movimientos y de los derechos del mundo civilizado (como el derecho a la intimidad y a la presunción de inocencia) y hacen un uso perverso de las nuevas tecnologías y las redes sociales para atentar contra la sociedad que se las ha dado. Por eso, desde mi punto de vista, tener miedo es darles la victoria, y por eso sería un craso error.

No seamos tan estúpidos de autocercenarnos en nuestra libertad, que hemos sacrificado ya bastante desde los atentados de las Torres Gemelas. El bárbaro que es capaz de autoinmolarse o atentar sabiendo que va a morir no entiende de controles de seguridad. No quiero decir que dejemos de tomar ciertas medidas de seguridad, pero no entremos en una espiral de paranoia. Porque, básicamente, no va a servir de nada. Si hay controles de seguridad más estrictos en los aeropuertos para entrar a los vuelos, da igual, atentarán en el hall del aeropuerto (ya lo vimos en Bélgica). Si ponemos controles estrictos de seguridad para entrar al concierto, atentarán a la salida del concierto, en la explanada que hay frente al estadio (como vimos en Manchester). Y atentarán en vías públicas, en un autobús, en un pub… Y, seamos serios, no se pueden poner puertas al campo.

Así que, nosotros que creíamos que no viviríamos ninguna guerra, estamos inmersos en una, por desgracia. Y tenemos que asumir que, desafortunadamente, y como en todas las guerras, habrá bajas. Y que esas bajas no van a ser militares, sino civiles, incluyendo aquéllos que siempre se consideraron intocables, como los niños. Debemos también asumir que esta guerra es distinta a las que hasta ahora se han conocido, que todos somos “soldados” y que la forma de luchar es otra.

 

Será preciso, por ello, analizar de dónde salen estos terroristas y por qué hacen lo que hacen, y poner las medidas, que deberán correr por un camino de combatir las desigualdades y proporcionar educación.

 

Yo, por mi parte, voy a luchar defendiendo mi libertad, no dejando de viajar ni de hacer cosas por miedo a un atentado terrorista.

Y los Estados deberán de luchar también con nuevos métodos. Desde los servicios de inteligencia, para localizar las posibles amenazas y neutralizarlas (sabiendo que no será posible abortar todos los atentados), y sobre todo, analizando el origen de estos extremismos e intentando neutralizarlos desde su raíz que, a mi parecer, tienen mucho que ver con la educación y el desarrollo económico, porque no puedo entender que, con lo bello que es vivir, alguien con una educación adecuada y con perspectivas de una vida mejor pueda querer quitar la vida a sus semejantes por la promesa de un paraíso divino, y mucho menos quitársela él mismo. Será preciso, por ello, analizar de dónde salen estos terroristas y por qué hacen lo que hacen, y poner las medidas, que deberán correr por un camino de combatir las desigualdades y proporcionar educación y perspectivas de una vida digna en los focos del terrorismo extremista, que muchas veces está al lado de nuestras casas.

Pero no dejemos de vivir. Si dejamos de vivir, si vivimos con miedo, los bárbaros habrán ganado.

 

*Emilio Lucas Marín es Abogado.

@elucasmarin