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Sunt ídem

El espectáculo de los opositores uncidos al carro aznarino, fue en todo caso un capricho de Goya sobre los males de España.

En la Ponti salmantina, allá por los sesenta y tantos del siglo pasado, a un beneficiado de la Catedral, escaso de talla, vivaracho y dominando ritos y ceremonias, le llamaban de apodo sunt idem, porque en las masivas ordenaciones de clérigos minoristas teniendo la Iglesia española los seminarios y noviciados a rebosar, cuando el obispo oficiante preguntaba  ¿quienes son los que van a ser ordenados?, don Eduardo, que así se llamaba el beneficiado, contestaba con voz de bajo «sunt idem». Son los mismos que en la ceremonia anterior.
Estos tres políticos de la foto, pequeños de talla, perfectamente uniformados para cualquier ceremonia política que se precie, SUNT IDEM. Son los mismos. Ahí están con medias sonrisas iguales, con camisas del mismo corte, con corbatas seriamente oscuras, los señores Aznar, Abascal y Casado. Ayer la FAES, del siniestro embaucador, ha recordado a la señora Arrimadas la fábula de la rana y el escorpión por haberse atrevido a romper el orden de batalla dictado por el huido marbellí para recomponer la derecha española que considera suya de nuda propiedad e irrumpir a seguidas en las aguas que atraviesa la barca de Caronte en los territorios dominados por Frankestein.
Con su divino gobierno el tercero de las Azores le ha hecho saber a la presidenta de Ciudadnos, la tercera pata del plan de reconquista de don Pelayo, que  debe recitar el versículo 8 del salmo 139: Si tendiere mi lecho en el fondo del abismo, también estás allí.
Fukuyama ha publicado en Deusto su último libro, «Identidad», y avisa de la erosión que están produciendo ya en las democracias liberales las políticas identitarias. También advierte que la pandemia puede producir el descalabro de algunos líderes que no la han valorado en su profunda gravedad y de no pocas estructuras políticas que tienen prisa en salir de la situación como si aquí no pasara, ni hubiera pasado, nada. Las caras de los dos acólitos del Harry  Potter de la derecha en la sesión del miércoles pasado en el Congreso eran expresivas del desconcierto y la inanidad de sus respectivas posturas. Desde anunciar una moción de censura en el caso del señor Abascal,  hasta pronunciarse por una abstención descafeinada que para nada servia por el señor Casado, el espectáculo de los opositores uncidos al carro aznarino, votando junto a los independentistas al completo y algunos mas diputados ignotos del valor de sus votos , fue en todo caso un capricho de Goya sobre los males de España.
Las próximas semanas nos darán algunos duelos y quebrantos, similares a los del Dómine  Cabra.