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Susana Díaz y la independencia del PSOE de Andalucía

Una lucha grosera de poder interpretada por un mesianismo palurdo y contrario a cualquier visión sensata de pensamiento o metafísica socialista.

A José Antonio Griñán la vanidad le antecedía con holgura, al tiempo que le iba  desarrollando en el carácter la cualidad más impertinente, como bien se afirmaba en el Eclesiastés, pero también más significativa: la sensación de infalibilidad. Y la infalibilidad no sólo empuja a la impertinencia sino también a la exhibición. A pesar de lo que Griñán pensaba de sí mismo no era un hombre para el poder. Ricardo III, que es un arquetipo de esta clase de individuos, resulta sistemáticamente resbaladizo y huidizo. Un todo definido no es nunca “el todo.” Ese hombre o mujer que tiene poder aspìra a no compartirlo y a ocultarlo. Tierno Galván solía decir que “la diferencia entre un lobo y un hombre de poder es que el lobo necesita un cordero para devorarlo, y el hombre de poder para esconderse tras él.”

 

La vanidad a Griñán le hacía ser previsible y vulnerable, el complejo de infalibilidad el que nunca sospechara que se le ridiculizaba en la sede de San Vicente, convertida por entonces en una suerte de campo de batalla donde los jóvenes cachorros se daban dolorosos zarpazos y donde alguno de esos lobeznos orgánicos que promocionaba le llamaba con cierto desprecio “el viejo.”

 

Le había entregado las llaves del partido a jóvenes sin experiencia profesional previa, con estudios sacados a trompicones, que habían hecho de la política su forma de vida; aprendieron lo bueno y lo malo del ajetreo orgánico en una espléndida escuela donde no se rinde cuentas a nadie. A partir de ahí el Partido Socialista de Andalucía se convirtió en una pendenciera pulpería con sus correspondientes lances de naipes marcados y sangrantes peleas de gallos. En un escenario así las miras son tan estrechas y los objetivos tan mezquinos que todo lo que debe ser sustancial en un partido de izquierdas en el ámbito de las ideas y los modelos éticos y filosóficos  no sólo dejan de tener importancia en el debate interno sino que se antojan ridículos para los que están enfrascados en la lucha orgánica. El poder es la única razón y los métodos para conseguirlo ilimitados y sin escrúpulos.

Estas batallas, unas abiertas y otras subterráneas, pero todas cruentas, trufadas de quintacolumnistas, procaces, desleales, medradores zafios, filtraciones interesadas y maquiavelismo de aldea, fueron cobrándose caídos en el frente, jóvenes y veteranos más o menos bien situados en el socialismo andaluz y nacional, como era el caso de Rafael Velasco, Sánchez Monteseirín, Alfonso Rodríguez Gómez de Celis, Viera, Pizarro, además de Chaves y el mismísimo Griñán. Susana Díaz se quedaba sola con todo el poder al alcance de la mano. Alguno de los derrotados, además, veían maltrecho su prestigio personal por campañas de prensa y filtraciones que acababan en los tribunales. El PSOE, como un Cronos redivivo, se comía a sus hijos.

 

No es que nunca hubiera habido luchas por el poder en el Partido Socialista, pero de esta forma tan vulgar, zafia, desconsiderada con todo lo que el socialismo debe representar, cínica y mediocre, sí era la primera vez que se ponía en escena algo así.

 

Y con esta psicología de malicia de secano se procedió al asalto a Ferraz cuyo resultado todos conocemos. Estos avatares han construido un PSOE de Andalucía laxo ideológicamente, con una tendencia conservadora contraindicada a sus propios valores y la arterioesclerosis orgánica que produce una red clientelar con un exceso de intereses personales, poco talento y mucho meritoriaje basado en una ciega devotio ibérica al líder o lideresa incuestionado, una aversión patológica al mundo de las ideas y un entendimiento de la política como ejercicio conspiratorio.

Todo ello está produciendo graves y preocupantes disonancias en un momento histórico especialmente complejo. Los graves problemas que padece el país, en buena parte suscitados por el sentido excluyente y autoritario de la derecha, requieren que el Partido Socialista en el gobierno plantee alternativas reales  desde la ideología y los valores de la izquierda que coadyuven a recuperar la posición y función en la sociedad de un socialismo que mediante la contemporización con los planteamientos conservadores venía sufriendo una dolorosa crisis de identidad. Esta necesidad existencial del socialismo no puede verse afectada por intereses personales, atrincherados en Andalucía, y manteniendo públicamente los planteamientos desautorizados en unas primarias y un congreso. Planteamientos,por otra parte, que no han sido, una confrontación de ideas, ni de modelos alternativos políticos, económicos o sociales, ni incluso sobre vertebración orgánica del partido, sino una lucha grosera de poder interpretada por un mesianismo palurdo y contrario a cualquier visión sensata de pensamiento o metafísica socialista. Una crisis consecuencia de unos actos mediocres que el Partido Socialista centenario no se merecía. Como dijo Manuel Azaña, las cosas grandes la gente pequeña las estropea.

Atrincherarse en un territorio y en unas instituciones poniendo el riesgo, en estos momentos políticos, la unidad de acción del socialismo español, en virtud de unos intereses personales, es una responsabilidad que tarde o temprano tendrá que asumirse en la auténtica dimensión de su propia trascendencia social e histórica.