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Terrorismo en Navidad… y otras circunstancias de la vida

Jose Manuel Sanchez Fornet
José Manuel Sánchez Fornet*

El Islam tiene dos grandes ramas, dos líneas de pensamiento enfrentadas desde la muerte de su profeta Mahoma, en el año 632, lo que ha venido afectando al desarrollo y las relaciones de los países de religión musulmana desde entonces entre ellos y con otros países, enfrentamiento que hoy se ha convertido en uno de los principales problemas de los ciudadanos de occidente.

Que Europa, como Estados Unidos, Rusia y otros países cuyas sociedades profesan valores distintos a los islamistas son objetivo de los yihadistas radicales es evidente desde hace años. Que los islamistas (chiitas y suníes moderados), son quienes más atentados reciben y mueren por esta actividad terrorista con fundamento religioso, normalmente aplicada por sunitas radicales, también es una evidencia con los datos de víctimas de sus atentados. Los sunitas son casi el 90% de quienes profesan el Islam, ampliamente mayoritarios sobre los chiíes, y gobiernan en Arabia Saudí mientras los chiíes residen y gobiernan Irán. Ambas son potencias regionales enfrentadas en estos momentos en Siria y apoyada cada una en una gran potencia mundial, Arabia Saudí en Estados Unidos e Irán en Rusia.

 

Que Europa, como Estados Unidos, Rusia y otros países cuyas sociedades profesan valores distintos a los islamistas son objetivo de los yihadistas radicales es evidente desde hace años.

 

Arabia Saudí, el país más integrista religiosamente hablando que existe hoy, es aliado de los países occidentales. Un país donde las mujeres no tienen derechos y son menos que esclavas (de sus dueños: padres, hermanos, maridos… siempre un hombre); donde existe pena de muerte por crucifixión, decapitación, castigos físicos con látigo… por determinados delitos contra sus dogmas religiosos, que cada año “ajusticia” (asesina) a decenas de personas (157 en 2015, último año del que se tienen datos completos); donde se castiga con la pena de muerte desde 2014 introducir cualquier publicación que hable de otra religión que no sea el Islam; en cuyas escuelas se enseña a los niños el integrismo radical y la “conveniencia” de acabar con la vida de personas de religión cristiana como un mandato de su Dios, es hoy, 31 de diciembre de 2016, miembro del Consejo de Derechos Humanos de la ONU, la Organización de Naciones Unidas. La hipocresía moral de los postulados políticos de la ONU queda en evidencia con estos hechos, radicalmente contrarios a los objetivos que dice pretender la organización internacional.

No es preciso recordar los atentados en Estados Unidos, Madrid, Londres, Paris, Bruselas, Niza o Berlín, por citar los más importantes y recientes, para saber que estamos en la continuidad de una guerra que ahora no se desarrollada, como en tiempos de las cruzadas, en los campos de batalla por ejércitos y soldados, sino en las ciudades y barrios donde vivimos, pero sigue siendo una guerra en la que unos (islamistas radicales) pretenden imponer su religión y forma de vida a otros (occidente), que solo quieren vivir en paz y en la libertad de sus conciencias en otro modelo de sociedad donde no se imponen a nadie dogmas religiosos.

Una guerra cuyo elemento esencial es el fanatismo, un arma que se aloja en el cerebro de las personas y que no existe tecnología que pueda detectar, y por eso un número importante de los terroristas (casi todos los que participaron en los atentados de Paris y Bruselas) eran ciudadanos nacionales franceses o belgas, nacidos y educados en democracias occidentales, con plena libertad religiosa y de pensamiento, lo que no ha impedido que hayan decidido formar parte del ejército de Alá y de buscar su paraíso asesinando a sus enemigos de siempre: los cristianos y cualquiera que no se deje imponer sus dogmas fanáticos e inhumanos.

 

Una guerra cuyo elemento esencial es el fanatismo, un arma que se aloja en el cerebro de las personas y que no existe tecnología que pueda detectar.

 

En España, tras los atentados del 11M, se han hecho los deberes. No existe la seguridad absoluta de que no se pueda cometer un atentado en ningún país ni ciudad del mundo pero sí se puede decir que, por distintos factores que serían largos de exponer, en España las posibilidades de que prospere un atentado terrorista son bastante menores que en cualquier otro país. Han sido muchos años de experiencia contra el terrorismo “nacional” de ETA como para no haber aprendido la lección, y una de las enseñanzas es que es preferible prevenir, desactivar una cédula o un “lobo solitario” con pruebas débiles, que permitan solo condenas leves pero que impidan el riesgo de la comisión de un atentado, que la práctica policial extendida en otros países de “controlar” y dar “carrete” al posible cebo para buscar otros terroristas “más importantes”, porque en este terrorismo el que parece más torpe e inocente es capaz, con un arma blanca o un vehículo robado, de cometer un brutal atentado sin necesitar explosivos ni armas de fuego.

En los últimos días se ha producido la detención por la Policía de dos hombres en Madrid, con imágenes y cargadores de armas largas y con la parafernalia propia del anuncio o reivindicación de un atentado, y la de dos mujeres casadas con terroristas, por la Policía turca cuando trataban de regresar de Siria en la frontera de Turquía. Una de ellas iba con su hijo de 3 años (que se llevó allí cuando contaba un año de edad siguiendo al padre del niño, terrorista hoy muerto), y la otra embarazada de ocho meses de su segundo marido, al que la “entregaron” cuando murió el primero. (Una de ellas viuda de “Kokito”, conocido como el matarife de Castillejo, Ceuta con el que viajó desde España a Siria). El nivel de implicación, rigor, fabulación o sueño de lo que pretendían hacer los detenidos en Madrid no se conoce todavía hoy en profundidad, pero lo que es seguro es que ya no podrán hacerlo; y respecto a las mujeres, muy posiblemente vengan huyendo de aquel país al que se fueron acompañando a sus esposos-dueños, terroristas hoy ya muertos, y que puedan volver a España y quedar en libertad con los cargos en que puedan haber incurrido por colaboración, pero el hecho de que su regreso se produzca ya controlado es también una garantía de seguridad.

 

En España, tras los atentados del 11M, se han hecho los deberes.

 

España es un país seguro. Existen menos posibilidades de que se produzca un atentado que en cualquier otro país de la tierra. La ciudadanía ha disfrutado ya la Navidad, hoy, cuando se escribe este artículo, celebrará el fin de año y la llegada del nuevo, y los días cinco y seis de enero las cabalgatas de Reyes con millones de personas en las calles de  todas las ciudades del país. Diviértanse en estas fechas quienes puedan porque la vida cotidiana es suficientemente dura como para preocuparse por la posibilidad de un atentado. Hay millones de personas en paro, sin electricidad para calentarse, acudiendo a comedores sociales para alimentarse y trabajadores cuyo salario no permite ninguna celebración, y ninguna esperanza de que esa situación tenga visos de resolverse. La posibilidad de ser víctima de un atentado terrorista en España es infinitamente menor que la de morir en un accidente de circulación, o de una enfermedad adquirida por las precarias condiciones de vida en la que sobreviven millones de personas en el país. Así que sean felices, que las fuerzas de seguridad del Estado han cumplido y seguirán cumpliendo su obligación, que para eso nos pagan del dinero de todos.