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Tinto Party (y II)

El (mal entendido) periodismo favorece ciertas conductas políticas tóxicas

 Mientras los jóvenes periodistas que no están dispuestos al trágala que imponen la mayoría de los medios tradicionales se curten en la carestía y la precariedad, y los periodistas senior descabalgados vuelven a las trincheras a defender una libertad de prensa nunca tan amenazada en este periodo democrático, han surgido, de manera nada espontánea, un sinnúmero de agitadores mediáticos, algunos de larga trayectoria, que prefieren cebarse con dinero fácil dedicándose a lanzar consignas, asesorar subrepticiamente a cargos públicos o malmeter contra el enemigo a batir del momento, a hacer un periodismo, aunque sea de mínimos, pero identificable como tal.

A nadie se le escapa que la aparición y consolidación del fenómeno Podemos hizo saltar ciertas alarmas en el entorno del siempre hipersensible IBEX 35. Y que liberó casi de inmediato una reacción en cadena, además de importantes sumas que, al parecer y por razones de Estado, se pusieron a disposición de la causa común de la energumenización, el cuñadismo, el navajeo, el exabrupto y la bronca para revertir un fenómeno que se les fue de las manos, y que nació y se consolidó precisamente en algunos canales de televisión de los principales grupos mediáticos.

Pero, quede claro que este fenómeno tiene sus antecedentes, además de en los programas ya clásicos y eternos de marujeo y manoleo, en el hasta ahora único periodo imperial de la España posmoderna, con boda en El Escorial incluida.

Hagamos memoria; decía Vázquez Montalbán en su ensayo póstumo, La Aznaridad: «Tal vez la guerra de Irak fuera la huida hacia delante que necesitaba en aquel momento José María Aznar, desde su nacimiento convencido de que por el imperio se llega a Dios y ahora convencido por Bush de que por Dios se llega más fácilmente al imperio. Se iban a preparar los irakíes porque Aznar es hombre de ceño fijo, de más ceño que bigote y había recibido seguridades por parte de Bush de que su fidelidad iba a ser recompensada en el futuro».

La fidelidad de Aznar fue recompensada por el imperio Murdoch una vez liberado del yugo del poder, y supuso la continuación de su obsesiva guerra sin cuartel (pero por otros medios y desde FAES) para acabar en España con el injusto reparto de las audiencias que tanto perjudicó la implantación de la mayoría natural propugnada por Fraga. Los métodos a aplicar eran los mismos, claro está, que los medios controlados por la extrema derecha norteamericana, el Tea Party, más o menos auspiciado por el propio Murdoch, surtidor, al final, de gran número de votos provenientes de clases económicamente poco favorecidas arrastrados emocionalmente hacia el Partido Republicano.

[blockquote style=»1″]Pedro J. no supo detectar a tiempo a pesar de su cercanía al poder político y económico, siempre en coyunda, el mismo poder que ahora, con cierta timidez y mayor discreción, parece que financia los lujos orientales de El Español.[/blockquote]

En la aznaridad todavía se intentaba travestir el relato que se gestaba en las altas esferas del poder (que no era otra cosa que una mera confabulación) en un periodismo digamos que… imaginativo y exuberante, con ínfulas y referentes de talla grande, cuyo mayor exponente fue sin duda Pedro José Ramírez. Basta un repaso al especial de El Mundo, de 2004 (que celebra el 15 aniversario del periódico) para encontrarse con un Pedro J., hábil y zorruno, que escribe lo justo en su artículo El final del principio: «(…) y nos hemos empeñado con toda nuestra alma en la investigación del 11-M aportando ya indicios muy significativos que, como mínimo, cuestionan la verdad oficial de los hechos».

Lo cierto es que, pasada ya más de una década de los atentados, nada ha cuestionado la verdad oficial de los hechos, pero estas mismas falsedades siguen publicándose y son sacadas a la luz una y otra vez para deslegitimar la victoria de Zapatero y, sobre todo, para justificar a unos gobiernos, los de Aznar, bañados de cuerpo entero en heces cuya hediondez Pedro J. no supo detectar a tiempo a pesar de su cercanía al poder político y económico, siempre en coyunda, el mismo poder que ahora, con cierta timidez y mayor discreción, parece que financia los lujos orientales de El Español.

Ahora ni eso, ni vedetismo casposo ni transformismo periodístico; ha llegado el momento de los poetas de la televisión y del análisis político de alto nivel, razonado, pero muy sentido. Ya lo decía José Antonio Primo de Rivera, tan admirado siempre por Sánchez Dragó, en su discurso de fundación de Falange Española en el Teatro de la Comedia de Madrid (1933): «(…) Bien está, sí, la dialéctica como primer instrumento de comunicación. Pero no hay más dialéctica admisible que la dialéctica de los puños y de las pistolas cuando se ofende a la justicia o a la Patria. Porque hay algunos que frente a la marcha de la revolución creen que para aunar voluntades conviene ofrecer las soluciones más tibias; creen que se debe ocultar en la propaganda todo lo que pueda despertar una emoción o señalar una actitud enérgica y extrema. ¡Qué equivocación! A los pueblos no los han movido nunca más que los poetas, y ¡ay del que no sepa levantar, frente a la poesía que destruye, la poesía que promete!»

Poetas que prometieron y aún prometen (puedo prometer y prometo) como, por citar a unos pocos: el ya citado Pedro J., Jiménez Losantos, Herrera, Miralles, ahora en Cuatro, Isabel San Sebastián, Hermann Tertsch, Alfonso Rojo como el vino tinto y demás clásicos de la confabulación del 11-M, incluidos los que entonces ayudaron desde RTVE, toda la cohorte celestial de 13 TV, Marhuenda, Inda, Salvador Sostres, Ketty Garat, Arcadi Oliveres, sin olvidarnos del ya citado Sánchez Dragó, muy celebrado últimamente por Russia Today, intelectual orgánico que se ha hecho sin duda acreedor de aquello que dijo Ortega de Madariaga: que era «tonto en varios idiomas»… Et tutti quanti, señalados aquí, quede claro, no como periodistas libres con un determinado sesgo ideológico, sino como beneficiarios de un sistema que premia con los mejores caldos a lo peor de la profesión periodística y aledaños.

Acabo con una cita de David Foster Wallace: «Otro es que el número cada vez mayor de puntos de información de base ideológica crea precisamente esa clase de relativismo que los conservadores culturales lamentan, una especie de sálvese quien pueda epistemológico en el que ‘la verdad’ se vuelve una simple cuestión de perspectiva y de ideario. En algunos aspectos, toda esta variedad probablemente sea buena y produzca diferencias y diálogo y todo eso. Pero también puede resultar confusa y estresante para el ciudadano medio. A menos que uno se adscriba a una ideología de masas particular y solamente consuma aquellas fuentes partidistas de noticias que ratifican lo que uno quiere creer, cada vez resulta más difícil determinar a qué fuentes prestar atención y cómo distinguir exactamente la información real de la manipulación.»