The news is by your side.

Trasplantes de almas

¿Sería conveniente donar los órganos de los numerosos asesinos de la triste actualidad?

 

Doña Mariló Montero aseguró hace tiempo: «No está científicamente demostrada la imposibilidad de transmitirse el alma en un trasplante de órgano».

La periodista Inma Sanchís abordaba un caso de trasplante: la receptora tenía sensaciones de su donante… Entonces, cualquiera se preguntaría: «¿Sería conveniente donar los órganos de los numerosos asesinos de la triste actualidad?

 

La noticia soliviantó en su día a los vigilantes de Twitter, como no

 

Quizá la popular señora lo dijese por las necesidades de aventar el sensacionalismo porque, introducida en la vorágine televisiva, cruelmente competidora, necesitaría lanzar el exabrupto para animar al personal. Conseguir más fama, anuncios y, claro, más dinero a repartir.

Si la señora Montero fuese testigo de Jehová la perdonaría. Porque siguen esclavos a textos antiquísimos, anclados en su particular arca de Noé.

Si el alma estuviese en todos los órganos tendríamos un buen número de soplos vitales internos. Y de estar repartida entre tantas vísceras al trasplantado le tocaría un trocito o un trozo.

 

Un trasplante de hígado, por ejemplo, tendría un trozo de ánima mayor, el de un páncreas algo menos, claro

 

En el segundo supuesto, teniendo el espíritu tantas inclinaciones: buenas, malas y regulares –simplificando la sustancia incorpórea–  a nivel diario y a lo largo de la vida, ¿cuál sería el influjo llegado al donado en el momento del injerto?

Otra cuestión sería la llegada de un trozo de ánima al encontrarse con el conjunto de los órganos del  receptor. Por la posibilidad de un choque ideológico al estilo del tenido por los ángeles buenos contra los malditos de Luzbel.

¡Menuda guerra orgánica en tan escaso espacio!

Para colmo dice: «No está científicamente demostrado». Ni lo estará, al menos durante mucho tiempo, supongo.

Otra cuestión son las creencias, amplio campo de conjeturas sostenidas por la fe, terreno muy importante para millones de creyentes pero  –y por la misma índole o definición de la palabra– imposible de demostrar.

Tiempos atrás, desprovistos los hombres de unos conocimientos anatómicos, puestas sus miradas en ese órgano central relativamente estético, lleno de tuberías, contrayéndose y dilatándose por calambres, dijeron: «¡Ahí está el alma!».

A partir del error, surgieron devociones, dichos, tatuajes en las cortezas de los árboles, pintadas en cualquier monumento histórico, cartas de amor y demás escenas románticas de complicada desmitificación.

Aunque hoy, los hijos de la Ilustración prefieran símbolos ferreteros y los candados tapen las barandas de los puentes

Más simbólico y tradicional resulta el músculo cardíaco porque de un cerebro triposo y gelatinoso poca poesía brota y menos atravesado por la flecha de un juguetón cupido.

Seguramente ─pudo pensar la presentadora─ si, durante cientos de años admitió la humanidad al corazón como la casa del alma, bien podría tener otras residencias. Incluida alguna de verano.

Ambas divas olvidaron los miles de trasplantes efectuados hasta el día de hoy

Y sin noticias de los afortunadamente sanados de experimentar nuevas sensaciones psíquicas.

Estando así las cosas, instalado el arriba firmante en el surrealismo de mis admirados Tip y Coll, de necesitar un órgano donado por un criminal no me importaría en absoluto recibirlo. Y también su sangre si fuese del mismo tipo, claro.

Por fortuna, al no militar en los testigos de Jehová, asumo los riesgos

Pero después de todo, llegado el caso, tengo la posibilidad de garantizar mi futuro con los del ‘procés’ para adquirir un lazo amarillo de segunda mano.

Y con atenuantes: «Señor juez, soy inocente: me contaminaron las miarmas soberanistas en un trasplante de hígado de un puro catalán…».