The news is by your side.

Trump, un apunte de seguridad

Pedro Pitarch
Pedro Pitarch*

Casi nadie había contado seriamente con la posibilidad de que Donald Trump ganara a Hillary Clinton las presidenciales norteamericanas. Pero hete aquí que las encuestas y los vaticinios de los expertos fallaron nuevamente. Y es que el mundo se hace cada vez más imprevisible. Después de la incontestable victoria del magnate, ya nada parece fiablemente predecible. Nos hemos instalado en la incertidumbre continua.

Trump ni es un loco ni un insensato. Es un brillante hombre de negocios y, como tal, se guía por una lógica de riesgo-beneficio. Durante su campaña ha asumido el riesgo de enviar mensajes que iban mucho más allá de la ortodoxia, la prudencia y la templanza que se suponían en un candidato a la Casa Blanca. Pero seguramente gracias a esa heterodoxia, en poco más de dos meses se instalará en el 1600 de la avenida de Pensilvania de Washington. La incertidumbre pues será máxima hasta que, ya sentado en el despacho oval, el nuevo presidente empiece a mostrar cuáles son los objetivos, prioridades, estrategias y políticas básicas de su gobierno.

 

Habrá que ir pensando seriamente en construir una defensa europea autónoma sobre la base del desarrollo del Tratado de Lisboa.

 

Su heterodoxia es de forma, no de fondo. Paradójicamente se basa en la radical (de raíz) ortodoxia del pensamiento norteamericano: el “Mensaje del Adiós” de George Washington. El 17 de septiembre de 1796, el primer presidente se despedía de la nación con un mensaje del que se entresaca lo siguiente:

La gran regla de nuestra conducta respecto a las naciones extranjeras, debe reducirse a tener con ellas la menor conexión política que sea posible (…) Europa tiene particulares intereses que no nos conciernen en manera alguna o que nos tocan muy de lejos. De ahí el que se vea envuelta en disputas frecuentes que son esencialmente ajenas a nosotros. Sería, pues, imprudente mezclarnos con las vicisitudes de su política o entrar en las alternativas y choques inherentes a su amistad o enemistad sin tener nosotros un interés directo (…) ¿Por qué perder las ventajas nacidas de nuestra especial situación en el globo? ¿Por qué unir nuestros destinos a los de cualquier parte de Europa, comprometiendo nuestra paz y prosperidad en las redes de las rivalidades, intereses y caprichos europeos? Nuestra política debe consistir en retraernos de alianzas permanentes hasta donde seamos libres de hacerlo…”.

Un mensaje inequívocamente aislacionista que, aunque parezca defasado, ha permanecido latente, ya por más de dos siglos, en la sociedad norteamericana. Y así, con un par de palabras: “America first”, Trump ha conectado con el pueblo norteamericano.

 

Muchos se reconfortan pensando que Trump va de farol. Que lo prometido durante la campaña electoral luego, lógicamente, no lo cumplirá desde la Casa Blanca.

 

Los responsables políticos europeos están temblando. Quizás uno de los escalofríos de mayor intensidad se ha producido en el ámbito de la seguridad y la defensa. Como es sabido, el pilar esencial de la defensa europea es la OTAN, fundamentada en el Tratado de Washington de 1949 que, en su artículo 5, establece que un ataque a uno de los miembros se considerará como un ataque a todos ellos. Ese esencial vínculo trasatlántico está asimismo recogido por la Unión Europea (UE) en el Tratado de Lisboa de 2007, donde se remarca que la OTAN seguirá siendo el fundamento de la seguridad de los estados miembros de la Unión. A pesar de ello, el ahora presidente electo, durante su campaña, no se recató al decir —con mucha razón, por cierto—, que los EE UU soportaban el mayor peso de los gastos de la Alianza así como que, si los europeos querían seguir manteniendo los estándares actuales de seguridad tendrían que rascarse el bolsillo, bastante más de lo que hasta ahora habíamos hecho. A este respecto, y como mero ejemplo, Trump expresó, en julio de 2016, que condicionaría el apoyo militar a los tres países bálticos, frente a una hipotética agresión rusa, a que tales estados cumplieran sus compromisos de autodefensa.

Esa idea de condicionalidad de la reacción norteamericana en la respuesta a una agresión en Europa es plenamente washingtoniana. Quizás Trump no sepa bien todavía lo que es Europa y lo que en la seguridad de ésta se juegan los EE UU. Tendrá que aprenderlo pronto. En todo caso, es una idea que viene a poner en cuestión no solo los fundamentos de la seguridad colectiva, sino incluso la propia manera de comprender la seguridad y la defensa europeas contemporáneas. Asimismo, es un estridente toque de atención sobre la caducidad de unos beneficios de seguridad y defensa continental a bajo coste, que los europeos dábamos por descontados. Habrá que ir pensando seriamente en construir una defensa europea autónoma sobre la base del desarrollo del Tratado de Lisboa.

No me resisto a la tentación de señalar que lo más chusco de todo este embrollo, y que pone en evidencia tantas presuntas convicciones democráticas, es que muchos se reconfortan pensando que Trump va de farol. Que lo prometido durante la campaña electoral luego, lógicamente, no lo cumplirá desde la Casa Blanca.

 

*Pedro Pitarch es Teniente General (retirado) del Ejército de Tierra español.