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Trump de la China

Pedro Pitarch
Pedro Pitarch*

Trump se está pasando. Es una inagotable fuente de sorpresas. Cada día una nueva y más ardiente que la anterior. De seguir así, cuando se siente en el despacho oval, va a parecer una especie de continua falla valenciana en la noche de la “cremà”. La penúltima ha sido la de China. Eso son palabras mayores.

El presidente electo ha entrado en el mundo de las relaciones exteriores como caballo en cacharrería, al ponerse a hablar por teléfono con Tsai Ing-wen, la presidenta de Taiwán. Este país, la antigua China Nacionalista (23 millones de habitantes), representó a China a partir de 1949, con asiento de miembro permanente en el Consejo de Seguridad. Hasta que, en 1971, en un alarde de pragmatismo, la Resolución 2768 de la Asamblea General de la ONU reconoció a la República Popular de China (1.300 millones de habitantes) como «el único representante legítimo de China ante las Naciones Unidas». Taipéi fue así expulsada de la ONU y Taiwán paso al limbo diplomático.

Dada la vuelta a la tortilla, con Taiwán expulsada de la ONU, y la República Popular China reconocida por EE UU en 1978, la “China comunista” viene reivindicando como propio el territorio de Taiwán. Más aún, la ley Antisecesionista, de 2005, de la República Popular China, autoriza “el uso de la fuerza para recuperar el control de un territorio sublevado”. Más claro: agua.

 

Si alguien no pone freno a Trump es muy posible que, también por este lado, pronto tengamos un conflicto de importantes repercusiones planetarias originado en el Pacífico que así, posiblemente, perdería su nombre.

 

Y es precisamente en ese nido de avispas chinas donde Trump ha venido ahora a meter sus dedos juguetones. Pero los chinos, a pesar de la creencia popular, no son fácilmente engañables y el gobierno de Pekín ha protestado de manera bien audible por la injerencia del presidente electo norteamericano. Uno ya no sabe qué pensar, si es que Trump es un improvisador, o un provocador o un insensato. O las tres cosas al mismo tiempo. O, incluso, un visionario que —a pesar de lo complicado y peligroso que se está volviendo vivir en este planeta— pretenda ahora dar un nuevo enfoque al contencioso chino, removiendo el remansado “status quo” en que éste últimamente se encontraba. Es difícil de entender, como si hablase en chino. En todo caso, esa desafortunada actitud de Trump podría fácilmente derivar hacia la reactivación del larvado conflicto entre las dos Chinas. Algo tan incierto como indeseable.

Lo anterior, sumado al rechazo del propio Trump del Tratado de Asociación Transpacífico (TPP), El TPP, centro de gravedad del giro de Obama hacia el Pacífico, en fase de ratificación, es un acuerdo de largo alcance, tanto en términos políticos como económicos y comerciales. Crea un área de libre comercio en la que participarían, además de EEUU, Canadá, Méjico, Chile, Perú, Japón, Malasia, Singapur, Brunei, Vietnam, Australia, y Nueva Zelanda. En otros términos un conjunto de economías que significan alrededor del 40% del PIB mundial. Quedan fuera, por tanto y de momento, tres gigantes asiáticos: República Popular China, India y Corea del Sur. Si finalmente se concretara el parón norteamericano al TPP, ello significaría dejar las manos libres a un creciente expansionismo chino en un área de vital importancia para la economía mundial.

En definitiva, si alguien no pone freno a Trump es muy posible que, también por este lado, pronto tengamos un conflicto de importantes repercusiones planetarias originado en el Pacífico que así, posiblemente, perdería su nombre. Claro que el gigantesco complejo de la industria armamentística norteamericana seguramente se pondría muy contento (a ver si va a ser por eso que Morenés se va a Washington…).

 

*Pedro Pitarch es Teniente General (r) del Ejército.