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Un último artículo de Nicolás J. Salas

Intrahistoria de la Bandera de Andalucía (1974-1980)

Este documentado trabajo sobre la bandera de Andalucía nos lo envió Nicolas Salas con motivo del 40 aniversario del 4-D, autorizando su reproducción en Confidencial Andaluz.

Este martes 13 de febrero, Nicolás ha fallecido en una clínica del Aljarafe tras varios días ingresado. Descanse en paz uno de los periodistas que, siendo director de ABC de Sevilla, supo y pudo desplegar una campaña fundamental de normalización en el uso de la bandera de Andalucia.

Sirva la reproducción de su trabajo y testimonio como homenaje y recuerdo a una de las figuras más destacadas del periodismo sevillano y andaluz del Siglo XX. Un periodista que nunca dejó de escribir y de levantar acta, DEP.

 

 

«En 1980, la bandera de Andalucía ondeaba, por fin, en todos los edificios públicos, casinos y peñas, en los actos oficiales, en los campos de fútbol… Su implantación no había sido fácil ni exenta de polémicas. La historia de su recuperación estamos obligados a narrarla en primera persona. Todo comenzó en 1974, pero ya en la Primavera de 1975 la bandera de Andalucía fue izada, por primera vez desde 1936, en la portada principal de la Feria de Muestras Iberoamericana de Sevilla, situada delante del Gran Casino de la Exposición. Junto a nuestra bandera ondearon el Pendón de San Fernando y dos banderas de España, en mástiles un poco más altos.

En noviembre de 1974, una tarde lluviosa de domingo, conocí personalmente a don Alfonso Lasso de la Vega y Jiménez Placer. Antes, supe de su vida por José María Osuna y Juan Álvarez-Ossorio Barrau, cuando le enviaron a Portugal mi libro Andalucía: los siete círculos viciosos del subdesarrollo, editado por Planeta en 1972. Su respuesta fue rápida, generosa y principio de una amistad inolvidable y provechosa. Para mi supuso el encuentro con un personaje clave de la Sevilla republicana, prácticamente desconocido, del que sus amigos estaban orgullosos.

Todos coincidían en que Lasso de la Vega fue un hombre adelantado a su tiempo, incomprendido y envidiado. Uno de tantos sevillanos en el exilio que nunca dejaron de amar a la ciudad de sus sueños, pese a la ingratitud con que fueron tratados después de la Guerra Civil española.

 

No hizo falta presentación. Alfonso me abrazó con fuerza y luego, mirándome a lo ojos, me dijo: «Hay que poner la bandera de Andalucía en ese balcón…»

 

Alfonso Lasso de la Vega era un hombre vitalista, imaginativo, trabajador, profético, con capacidad de gestión, que se había hecho a sí mismo desde joven y que tenía muy desarrollado el sentido de responsabilidad. Una vez me dijo: «Hay dos bandos: los envidiosos y los envidiados. Nosotros tenemos que estar siempre en el segundo grupo».

La cita de noviembre fue «debajo del reloj» del Ayuntamiento. Allí estaban, después del almuerzo, Juan Álvarez-Ossorio, Emilio Lemos, José Leal Calderi y Alfonso Lasso de la Vega, esperándome para que los llevara en mi automóvil a Coria del Río, para visitar la casa de Blas Infante, la mítica Villa Alegría, santuario del andalucismo.

No hizo falta presentación. Alfonso me abrazó con fuerza y luego, mirándome a lo ojos, me dijo: «Hay que poner la bandera de Andalucía en ese balcón…»

Camino de Coria del Río, Alfonso habló sin parar dirigiéndose a mí, queriéndome transmitir todo su enorme caudal de experiencias sobre Sevilla. Juan, Emilio y José escuchaban y asentían con el gesto o añadían alguna frase abundando en su pensamiento. Estaba claro que Alfonso conocía y amaba a Sevilla tanto como deploraba la idiosincrasia de la sociedad dominante en todos los tiempos.

En Villa Alegría, Alfonso se explayó: estuvo exultante, comunicador, saboreando cada instante como un premio largos años esperado. No he conocido a nadie que tuviera más nostalgia de Sevilla, que mirara al cielo con más ilusión. Delante de la casa de Blas Infante, justo debajo del escudo de Andalucía, hice varias fotos del grupo y María Luisa Infante, su hija y nieto. Una de aquellas fotos se incluye en este capítulo y el tiempo le ha dado valor documental y entrañable.

De regreso a Sevilla pregunté a Alfonso por los símbolos de Andalucía. Le expuse los problemas que estaba encontrando para documentar la bandera, que tenía intención de colocar en la Feria de Muestras Iberoamericana de Sevilla, donde por entonces ocupaba la dirección adjunta. En efecto, los supervivientes sevillanos del andalucismo histórico tenían recuerdos diferentes después de muchos años de olvido y había tantas banderas como interlocutores.

 

En la Primavera de 1975, la bandera de Andalucía fue izada en la portada principal de la Feria de Muestras Iberoamericana de Sevilla, situada delante del Gran Casino de la Exposición.

 

Alfonso Lasso de la Vega también tenía dudas sobre la bandera definitiva, pero me prometió escribirme con datos concretos. Y lo hizo en pocas semanas. Me dibujó la bandera y los colores e hizo especial recomendación de que siempre tuviera el escudo, colocado en el centro, del que me adjuntó una fotocopia de la revista «Bética». Huelga decir que Alfonso añadió minuciosas referencias documentales sobre las vicisitudes de la bandera andaluza hasta aceptarse la propuesta de Blas Infante en la Asamblea de Ronda de 1918 y ratificarse en la de Córdoba de 1919.

En la Primavera de 1975, la bandera de Andalucía fue izada en la portada principal de la Feria de Muestras Iberoamericana de Sevilla, situada delante del Gran Casino de la Exposición. Creo que merece la pena contar esta historia.

Una vez que tuve documentada la bandera andaluza, propuse al presidente de la Feria de Muestras y teniente de alcalde de Ferias y Festejos del Ayuntamiento, José Jesús García Díaz, que autorizara la colocación de nuestra enseña en la portada del certamen. García Díaz no lo dudó un instante, pero puso como condición que la propuesta fuese aprobada por el Comité Ejecutivo. Antes de hacerlo, García Díaz y yo comunicamos nuestro proyecto al secretario general, Miguel Sánchez Montes de Oca, entrañable amigo nuestro, quien lo apoyó y luego defendió ante los miembros del citado comité. Este estaba formado, entre otras personas, por los capitulares Raimundo Blanco, Jesús Conejero y Antonio Romero Carmona; Manuel Otero Luna y José Maese, en representación de la Cámara de Comercio; Nicolás Fontanilla, por el Colegio de Agentes Comerciales; Juan Balbá, por la Caja de Ahorros San Fernando; Antonio Rodríguez Buzón como director, yo como director adjunto, y Miguel Sánchez Montes de Oca que ocupaba la Secretaría General.

Recuerdo la sorpresa que causó la propuesta, pues casi ninguno de los reunidos conocía la existencia de una bandera de Andalucía. La primera preocupación fue saber si la bandera había sido prohibida y si representaba algún tipo de separatismo. Informé del historial de la bandera y de las aportaciones capitales hechas por Alfonso Lasso de la Vega, de cómo fue izada por última vez en julio de 1936 en el balcón principal de la Diputación Provincial, siendo retirada en agosto del mismo año cuando se restauró la bandera bicolor nacional.

 

Miguel Sánchez Montes de Oca propuso que se alzaran dos banderas de España junto a la andaluza, para evitar interpretaciones negativas.

 

El debate fue positivo. Miguel Sánchez Montes de Oca propuso que se alzaran dos banderas de España junto a la andaluza, para evitar interpretaciones negativas. José Jesús García Díaz, añadió que las dos banderas de España tuvieran mástiles más altos, y que detrás, estuvieran la bandera de Andalucía y el pendón de la ciudad. Y así se acordó por unanimidad en marzo de 1975.

Días después de que la bandera andaluza ondeara por primera vez en Sevilla, en la portada principal de la Feria de Muestras Iberoamericana, fui convocado por el gobernador civil, Alberto Leyva Rey, para que explicara el significado de la bandera y el lema del escudo. La policía había informado de la novedad. Por entonces, mis relaciones con el citado gobernador civil eran tensas. Durante parte de 1974 y los primeros meses de 1975, había prohibido mis conferencias sobre Andalucía en la Universidad Laboral, en la Cámara de Comercio y en el Ateneo. Llegó a acusarme de comunista. Y cuando no tuvo más remedio que autorizar mi charla en el Real Círculo de Labradores, tuvo la humorada de enviar la banda de música de la División para que interpretara marchas militares frente al cine Imperial. En pleno caluroso junio hubo que cerrar las ventanas y balcones, pero no lograron «reventar» el acto.

Cuando fui al despacho del gobernador, Leyva Rey me dijo que le explicara los significados de la bandera, el escudo y el lema. Recuerdo el énfasis con que me preguntó: «¿Qué quiere decir eso de «Andalucía por sí para España y la Humanidad»? Pues exactamente lo que dice, le respondí. Ni más ni menos. «¿Por qué no habéis pedido autorización para colocar la bandera»?, me respondió. Entonces le expliqué todo lo que me había enseñado Alfonso Lasso de la Vega; es decir: no hacía falta pedir permiso. La bandera nunca fue prohibida, sino olvidada; Blas Infante nunca fue separatista, sino todo lo contrario. Pero el gobernador no acababa de convencerse. Tenía sobre la mesa un recorte de «La Vanguardia Española», de Barcelona, con la crónica de su corresponsal en Sevilla, Jaime Jover, quien ponía en duda el regionalismo andaluz y la validez de la misma bandera, afirmando que muchos sevillanos la confundían con la enseña del Real Betis Balompié.

Aquella primera bandera andaluza de abril de 1975 fue confeccionada por la mujer de Rufino, un empleado de la Feria de Muestras, que fue quien pintó el escudo.

 

Como primer paso, pedí y recibí autorización de Prensa Española para que la bandera ondeara en la fachada del periódico y en el despacho de la Dirección.

 

Alfonso Lasso de la Vega conoció todos los detalles de la colocación de la bandera andaluza en abril de 1975 y sus repercusiones. Poco después, en el otoño de 1976, cuando fui nombrado director del diario «ABC», recibí un tarjetón suyo escrito con apretada letra donde me animaba a proponer que la bandera de Andalucía ondeara en el balcón principal del Ayuntamiento, recordándome sus palabras de noviembre de 1974.

Como primer paso, pedí y recibí autorización de Prensa Española para que la bandera ondeara en la fachada del periódico y en el despacho de la Dirección. Luego vinieron una serie de editoriales explicando el significado de los símbolos andaluces. Y, por fin, el viernes 28 de enero de 1977, la portada de «ABC» anunciaba una campaña para que el símbolo de nuestra región fuese aceptado por todas las instituciones públicas y privadas de Andalucía.

Alfonso Lasso de la Vega, me advirtió: «Ahora te van a crucificar, pero aguanta…» Y así fue. Los entonces partidos de izquierda no apoyaron la campaña de «ABC», y toda la derecha la rechazó de plano, apoyándose en un hecho cierto: la manipulación de la bandera andaluza por el partido de Alejandro Rojas Marcos. En efecto, el entonces Partido Socialista de Andalucía, utilizó la bandera andaluza como símbolo, cambiando el escudo andaluz por un dibujo más semejante a una mano negra que a un olivo. Esto sería la excusa de la derecha para rechazar una bandera que, siendo de todos los andaluces, había sido convertida en patrimonio de un partido que se definía de izquierda, obrero, de clase y revolucionario.

Durante casi dos meses, «ABC» mantuvo la campaña en favor del uso de la bandera. Llovieron las críticas y hasta las amenazas. A la Casa de ABC en Madrid llegaron centenares de cartas y telegramas pidiendo el cese de la campaña y mi destitución. Curiosamente, algunos de los firmantes se autoproclamaron años después convencidos andalucistas de toda la vida.

Pero la campaña encontró eco positivo. La primera entidad en izar la bandera andaluza en su fachada fue el Instituto San Isidoro de Sevilla, por iniciativa de su director, Manuel Ruiz Lago. Luego fue un colegio de Bormujos o Bollullos, no recuerdo bien. En el Ateneo, cuna del andalucismo y del «Ideal Andaluz», se resistieron al principio, pero al final la izaron. Y los presidentes de las ocho Diputaciones andaluzas, reunidos en Jaén, acordaron colocar la bandera. La última en cumplir el acuerdo fue la Diputación de Sevilla.

 

Jamás olvidaré cuando el Ayuntamiento sevillano la izó por primera vez. Fue el 19 de febrero de 1977, a las dos y media de la tarde, casi de tapadillo.

 

Jamás olvidaré cuando el Ayuntamiento sevillano la izó por primera vez. Fue el 19 de febrero de 1977, a las dos y media de la tarde, casi de tapadillo. La decisión fue autorizada por el alcalde, Fernando de Parias Merry a propuesta de José Jesús García Díaz. Este mismo capitular la izó en el balcón principal, junto a la bandera nacional y el pendón de la ciudad. En la plaza Nueva, junto al edificio de la Telefónica, estábamos cinco o seis personas esperando el acontecimiento. Entre ellas, María de los Ángeles Infante, hija de Blas Infante, y el periodista y escritor Antonio Burgos. María de los Ángeles llevaba en sus manos temblorosas un ramo de claveles blancos atados con cintas verdes y blancas. Y de allí partió para el cementerio de San Fernando. Aquel día histórico, 19 de febrero, se cumplía el aniversario de boda Blas Infante y su hija llevaba las flores para depositarlas en la fosa común donde estaban enterrados los fusilados de 1936.

Cuando Alfonso Lasso de la Vega conoció estos detalles, lloró de alegría. Sus misivas, ya escritas a máquina para evitar errores…, llegaban sin cesar. Nos escribía a todos, a María Ángeles, a Juan Álvarez-Ossorio, a Emilio Lemos, a Antonio Burgos, a Joaquín Carlos López Lozano, a mí. Era un torrente de ideas, de explicaciones, siempre apoyándonos, dándonos ánimos. «¡Adelante, Nicolás, «ABC» tiene que ser el bastión de Andalucía!». Y prometió venir a Sevilla el primer «Día de Andalucía», fijado para el 4 de diciembre de 1977. No fue posible. Murió en agosto de ese mismo año. ¡Cómo le echamos de menos aquella mañana histórica! ¡Cuánto hubiera disfrutado al ver a nuestros hijos, portando la bandera de Blas Infante al frente de la manifestación! Aquella bandera blanca y verde que él ayudó a recuperar del olvido. Fue, hay que recordarlo, un “Día de Andalucía” testimonial. Nunca hubo más gente en el centro de Sevilla, de todas las edades, aunque predominaron la clase media y la clase obrera; la burguesía y la aristocracia, apenas fue vista.

Dos jóvenes investigadores han escrito un avance de su vida. Manuel Hijano del Río y Manuel Ruiz Romero emprendieron hace años una tarea espléndida destinada a recuperar personajes claves de nuestra historia andaluza. Y lo hacen con el objetivo prioritario de dar a conocer nuestra cultura.

 

Es vital que el personaje sea estudiado y valorado en el contexto de su época. La definición orteguiana se cumple en Alfonso Lasso de la Vega: «Yo soy yo y mis circunstancias».

 

Alfonso Lasso de la Vega y Jiménez Placer, tan olvidado por la cultura oficial, como tantos otros andaluces excepcionales, aparece en este libro como un hombre que se adelantó a su tiempo. Un hombre que luchó contra los imponderables, que conocía perfectamente la inutilidad contemporánea de sus esfuerzos, pero que los realizó con sentido del deber propio en la certeza de que el tribunal del tiempo le daría la razón.

Junto al esfuerzo de los autores y su acreditada vocación de servicio a Andalucía, debe valorarse el comportamiento ejemplar de los hijos de Alfonso Lasso de la Vega, cristalizado en la ayuda para recuperar la memoria pública de su padre. Y mención especial merece también la Fundación Cristóbal Colón que preside Manuel de Prado y Colón de Carvajal, patrocinadora de la edición de este libro, que es toda una demostración liberal de apoyo a la cultura, sin más objetivo que servir a la historia.

Es vital que el personaje sea estudiado y valorado en el contexto de su época. La definición orteguiana se cumple en Alfonso Lasso de la Vega: «Yo soy yo y mis circunstancias». Hacer abstracción del personaje, sacarlo de las circunstancias de tiempo y lugar en que vivió tan intensamente, conduce a la desnaturalización, a la caricatura. Por eso es necesario hacer un esfuerzo mental y situarse en aquel primer tercio de siglo excepcional, donde la herencia del XIX condicionó la vida social, económica y política sevillana.

Por último, deseo subrayar que el amor a Sevilla de Alfonso Lasso de la Vega, consagrado en la lejanía del exilio, fue transmitido a sus hijos y nietos. Todo un ejemplo de paternidad responsable basada en el cariño y gratitud a sus raíces. Sevilla fue una palabra dulce en sus labios, una constante añoranza, una ciudad para la que quería lo mejor… Sevilla fue su vida».

Nicolás J. Salas
Periodista y escritor, falleció ayer martes en Sevilla.