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Una campaña sucia

Sucia y escalofriante, por cuanto implica que un porcentaje nada desdeñable del electorado no va a votar a un partido o a otro porque considere que es lo mejor para el país.

 

Los temblores que la agitación provocada por las Elecciones Generales del 28 de abril retumban a poco menos de un mes para el inicio oficial de la Campaña Electoral.

A estas alturas ya, nadie se lleva a engaño. La previa se ha convertido en un tramo más de la campaña misma y todo el mundo parece estar satisfecho con ello.

 

Esta vez, sin embargo, es diferente

 

Esta vez, los grandes bloques ideológicos de antaño se han fracturado en diversas formaciones políticas de nuevo cuño. Ofreciendo más al electorado. Pero, a la vez, hipotecando a un nivel mucho mayor que, al hasta ahora visto en sus programas políticos.

Al resultado de las negociaciones que -forzosamente- tendrán que llevarse a cabo con otras formaciones.

No es esta la principal novedad de esta campaña. La polarización larvada desde hace unos años a esta parte ha eclosionado de la peor manera posible, en una crisis institucional sin precedentes para el Estado Español como telón de fondo.

 

Peor escenario, imposible

 

Y es que los nuevos partidos políticos -más unos que otros- no sólo no han abandonado los vicios de los antiguos, sino que se han superpuesto como un escaparate aparentemente novedoso. De lo peor de la clase política española.

En tiempos turbulentos, donde las bases del Estado de Derecho cada vez con más frecuencia se ponen en duda, por actores políticos partidarios de soluciones sociales facilonas.

Que esconden el autoritarismo de una élite ambiciosa y oscura. Del que emerge un discurso no caracterizado por la amplitud de miras y por llamadas a la razón de Estado.

Al revés, el tono bronco, el radicalismo y la deshumanización deliberada del adversario para convertirlo en ‘enemigo’ es la tónica más frecuente. Lo que por sí mismo no debería ser motivo de alarma si no fuera porque dicho comportamiento es recompensado electoralmente y al por mayor.

 

Por eso esta campaña es diferente

 

Por eso esta campaña es ahora, y lo va a ser cada vez más hasta el día 28, una campaña sucia. Sucia y escalofriante, por cuanto implica que un porcentaje, nada desdeñable del electorado, no va a votar a un partido o a otro porque considere que es lo mejor para el país.

O porque comprenda verdaderamente las consecuencias de la puesta en práctica de un determinado Programa. Sino por el odio, por el rencor y por el desquite.

Por hacerle daño al ‘otro’, por sacudirse la pasividad complaciente y obligada. Tras años de impotencia ante lo que ahora se ha revelado como una realidad intolerable.

 

 

Es la hora de hacer daño al ‘enemigo’, de ‘dar una lección’ a los corruptos, a los ladrones y a los que se han pasado décadas viviendo del erario público y tomando por tontos a los ciudadanos

 

Un propósito legítimo y hasta noble, podría decirse. Mas todo ello se pervierte cuando las ganas de ajustar cuentas con los delincuentes son manipuladas por esos mismos delincuentes o por otros de nuevo cuño.

Para utilizar la miseria y el desencanto con la idea de llevar a la población por el sendero del radicalismo y de la seducción por las fórmulas autoritarias.

 

El resultado lo tenemos ante nuestras narices

 

Una política de bloques, una política de frentes. En la que los partidos ‘moderados’ -u oportunistas, según se mire- se pliegan hacia el extremo político más próximo.

En un intento fútil de ser más extremista que el extremista. Con el propósito hipócrita de pescar en las revueltas aguas de unos votantes que perciben hastiados.

Hastío, que no quede duda, del que ellos son los directos responsables, y del que pretenden beneficiarse para ser los máximos ganadores. Lo que antes formaba parte natural del juego democrático ya no encuentra acomodo.

Y las opciones ideológicas discrepantes con las verdades absolutas de cada grupo deben ser eliminadas del panorama social. Para que la comunidad pueda respirar tranquila y vivir en paz.

 

El contagio, amigos, se ha extendido hasta límites insospechados

 

Si alguien quiere saber realmente ante qué tipos de partidos estamos, las fuentes más fiables no son ni sus programas ni las declaraciones artificiales de sus líderes, sino sus bases.

Ahí los remaches saltan y la verdad sale a la luz sin cortapisas de ninguna clase. Deseo equivocarme.

Pero cada día crece en mí la certeza de que estamos abocados a la polarización ideológica. A la fractura social irremediable, provocada por unos políticos que la han generado sin preocuparse por sus consecuencias.

Y que, una vez que se han encontrado de bruces con ella, la han exacerbado todo lo que han podido.

Pensando sólo en sus carteras electorales y en el poder que creen que les pertenece por el mero hecho de existir. Esta Campaña Electoral será la prueba. Al tiempo.