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Una Merienda de Negros

Que no por llamarles subsaharianos hacemos más llevadero el infierno.

 

África es una merienda de negros. Se los meriendan sin piedad, todos los días. Por eso salen corriendo.

 

“Una merienda de negros”, rezaba un dicho antiguo, aún en uso, para referirse a lo que ahora describimos mejor como un cacao maravillao, un lío, un desconcierto, un desorden general.

Ustedes me perdonan por comenzar este post de un modo tan cínico. Viene al caso. Porque el lío de nuestras fronteras se ha transformado en una merienda de negros. Y sí, digo lo de negros porque cambiarlo a subsaharianos no les cambia la realidad en nada. De hecho, odio los eufemismos, tan queridos por algunos. Como si, al modificar el lenguaje, se comenzara la ingeniería social, de algún modo. En absoluto: la realidad continúa ahí, sin desplazar un ápice el ritmo de su día a día.

 

Se dice que hoy no podemos hablar de razas, como en mi infancia. Hablaremos, entonces, de color de piel. Porque supongo que esto no me lo van a negar.

 

Yo lo voy a hacer para situar, de modo muy breve, lo que está pasando ahora mismo en Ceuta y Andalucía (y en Italia, y otros lugares de la “Fortaleza Europea”).

Podemos proponer que los humanos de piel blanca o sonrosada, originarios de lo que hoy llamamos Europa, consiguieron una ventaja comparativa en el dominio de la navegación, hace unos tres mil años, por poner una fecha. Cabrían otras. Ello inicia un largo ciclo de dominación de este grupo humano sobre los demás, a lo largo de todo el globo. Suficiente crítica hemos tenido los españoles con lo realizado en América. Hoy comento, sobre todo, acerca de lo sucedido al sur de las arenas del Sahara.

El ciclo de dominación mundial de los blancos se ensañó especialmente con el grupo humano del que – pretendidamente – nace nuestra especie. Los africanos fueron capturados, trasladados y vendidos en América como ganado y explotados sin piedad por sus amos blancos desde los Estados Unidos hasta el Brasil de los bandeirantes. Hoy engrosan el colectivo más numeroso en las prisiones norteamericanas y la población predominante en las favelas del gran estado suramericano.

Los que se quedaron en África, fueron colonizados en su propio país. Fueron esquilmados por ejércitos europeos dotados de armamentos superiores. Se les expropió la tierra para dársela a colonos blancos y sus familias que, cuando pudieron, establecieron regímenes segregacionistas. Se les quitó recursos naturales como piedras preciosas, petróleo, minerales y un largo etcétera a favor de metrópolis que mantenían a las poblaciones autóctonas en la pobreza, mientras que justificaban su labor imperial por la “manifiesta incapacidad de autogobernarse de aquellos pueblos bárbaros y atrasados”.

Avanzado el siglo pasado, al declinar el poder de las potencias imperiales, se fueron los blancos, dejando no obstante fronteras artificiales y élites formadas en las metrópolis, asegurándose los antiguos amos que el estado de cosas no cambiaría sustancialmente, una vez lograda la independencia. Son estas élites corruptas e ineficaces las que, con mucha frecuencia, hacen imposible todo intento de favorecer la ayuda en origen para atenuar la merienda de negros.

 

Llegamos, pues, al momento actual. Las cosas allá han ido cambiando, pero a ritmo lento y desigual. Lo vemos en una lejanía desinteresada y despectiva: Ébola, Rwanda, hutus, tutsis, Boko Haram, Liberia, Islam, guerras, golpes, violencia.

 

Van espaciándose las hambrunas; un poco, al menos. Y, a medida que se sale de esto último, se objetiva un estallido demográfico de mil pares. Lo que vemos en nuestras fronteras: una merienda de negros.

Un chavalerío que no tiene de nada, pero, no sé de dónde, tiene acceso a móviles. Donde no llega el agua corriente, el alcantarillado, las vacunas o la salud pública, llega Apple o Samsung. La tecnología, antes que lo esencial. Y la tecnología te trae las imágenes de la nube. Las miles de millones de fotos que subimos día a día a las redes sociales. Chavalas guapas, sonriendo en todos los rincones de Europa. Una Europa limpia y ajardinada, donde todos comen y beben, y el médico te atiende si estás malo. El jardín del Edén. ¿Quién va a querer quedarse en allá abajo, a morirse de unas diarreas, de una malaria, de un SIDA, o a que te maten los sicarios o la misma policía?

África es una merienda de negros. Se los merienda sin piedad, todos los días. Por eso salen corriendo. Los gobiernos que sostenemos o que ponemos se los meriendan con ganas. Y nadie dice nada al respecto porque, con frecuencia, estos mandatarios son vitales para los intereses de tal o cual compañía que paga luego campañas electorales en Europa.

Muchos de esos negros – los “negritos” de los que éramos instados a apiadarnos por la Iglesia Católica, cuando éramos chicos -, han decidido ir en busca del paraíso en la tierra. No es diferente de lo que hicieron los españoles – pobres como ratas -, que surcaron el Atlántico en su momento, en busca de oro para vivir como hidalgos. O los buscadores de oro de los norteamericanos. No son ni mejores ni peores que aquellos. Son gente desesperada. Y la desesperación, te pone violento. Tan violentos como los seiscientos y pico que asaltaron la verja de Ceuta el otro día, echándole cal viva, orinas y excrementos a nuestros abnegados guardias civiles.

 

A muchos de los negros se los merendó el larguísimo camino desde su casa hasta el mar. Las mafias a las que tienen que recurrir para que los transporten. A otros se los meriendan las aguas del Mediterráneo.

 

Los que logran sobrevivir están como los ven ustedes, en los vídeos. Que se llevan por delante una tanqueta, a cañonazos de su propia mierda, si hace falta. Echando orina en los ojos de nuestros pobres agentes. Porque otras armas no tienen. Y a su casa no vuelven. Eso, que se nos quite de la cabeza. Antes, se los merienda la tierra.

Esta merienda de negros no tiene quien la arregle, a corto plazo. Al otro lado del charco, del sur al norte de América, hay una merienda de indios – el colectivo indígena es el más pobre y el que más emigra en las sociedades latinoamericanas -. No hay muro lo suficientemente elevado que no pueda ser escalado, aun a riesgo de la propia vida. Sobre todo, cuando hay vidas que difícilmente pueden escalar, pero hacia abajo. Mientras tanto, seguiremos viendo como el mar, el desierto y las mafias se nos meriendan a los negros. Que no por llamarles subsaharianos hacemos más llevadero el infierno.