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Una oveja negra en el poder

El epitafio en vida de Pepe Múgica es demoledor para una sociedad que parece estar en descomposición.

No es una hazaña la penúltima decisión del expresidente de Uruguay, mejor dicho no debería serlo, pero el epitafio en vida de Pepe Múgica es demoledor para una sociedad que parece estar en descomposición, nos susurra que ya octogenario abandona su cargo de senador por motivos personales, y que renuncia a la prestación que le corresponde.

 

En su carta cuenta que mientras su mente funcione, no quiere aparcar la solidaridad, y la lucha de las ideas, pero que está cansado del largo viaje, y sabe que se está acercando a la muerte.

 

 

Y nos derrama este estremecedor texto a modo de herencia en vida: Quiero tomarme licencia antes de morirme, sencillamente, porque estoy viejo. Hay un tiempo para venir y otro para irse, y así como se caen las hojas de los árboles también nos caemos nosotros. La vida continúa, no es tan importante.

No necesitaba esta confesión, que no es un gesto, sino una materializada decisión que lo consagra como un referente de la esperanza laica, de la recuperación en tono mayor, de que hay personas, políticos, que son capaces de hacer camino al andar, de fijar los límites de lo privado y lo público, de no enriquecerse con lo ajeno, de irse sin ruido, sin mentir y dejando un legado de aprendizaje, que borra el sentimiento de orfandad y de falta de credibilidad en los representantes de varias generaciones.

 

Decía Múgica en lo que es una biblia ya para la gente de bien, que es un compendio de auténtica tesis doctoral, vivencias que sentencian una manera de saber estar. Las contaba sin estridencias, ni overbooking de micrófonos, y las hacía compresibles, para que reaccionáramos ante la perversa filosofía dominante.

 

 

Que consiste en sacrificar a los dioses inmateriales, e instalarnos en el templo del mercado, que nos organiza la economía, la política, los hábitos, reclama eso sí sus cuotas, pero diseña a cambio los estándares de felicidad. Nos inyecta el virus del consumo, y cuando no se puede cumplir el mandato social de tener el mejor coche, la mejor TV, el mejor viaje, nos sumimos en la frustración de la que se abastecen las nuevas industrias del alma y del corazón.

Nuestra civilización ha montado un desafío trufado, y ahora no es posible colmar ese sentido de despilfarro ¿qué hacemos? Invertir sobre todo en educación, un pueblo culto y sabio, es más difícil que lo engañen corruptos y mentirosos.

Por eso Pepe Múgica convierte el verbo en carne del buen catecismo político, en una mirada que él, otros y otras simbolizan: El poder no cambia a las personas, solo revelan quienes realmente son. ~