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Una tenebrosa noche

Esta democracia española necesita de serias revisiones para sentirla como nuestra.

 

En el quiosco de Curro, rosa de los vientos del centro sevillano, lugar de inesperados encuentros, departía saludos con un viejo amigo. A esto, un risueño señor se nos acercó con un fajo de papeles. «Señores, voten al PP». Mi amigo lo miró con enigmática expresión, movió la cabeza y le devolvió la propaganda. «Caballero, llevo toda mi vida reflexionando sobre la política y ya alcancé el séptimo cielo. Vuelvo de múltiples cruzadas y gané una larga partida de ajedrez contra ella y sus protagonistas».  Abrió los ojos tras unos generosos cristales y quiso responderle mientras observaba de reojo mi débil sonrisa.

El hombre decidiría no perder tiempo y abordó de inmediato a una señora portadora de una bolsa corteinglesa.  «No creo te haya entendido, rebuscas excesivamente, siempre a cuestas con tu afición al cine».

«Mira ─me dijo─ estoy harto, tocadas gravemente mis gónadas con tanta coña marinera electoralista. Tu amigo se quedará en casita leyendo otra vez ‘Las mil y una noche’ o, tal vez, ‘El paraíso perdido’, obras a mi alcance en las ocasiones de sumo hartazgo…». Quedamos en llamarnos pronto.

 

«Señores, voten al PP». Mi amigo lo miró con enigmática expresión, movió la cabeza y le devolvió la propaganda.

 

Sin embargo, estoy seguro de haber visto ambos alguna fotografía del inesperado funeral. Solo faltaba un cura con un hisopo en mano. Cualquier texto o comentario sobran al ver las tristezas del grupo perdedor y, dados los trágicos acontecimientos, dudo nos llamemos porque la razón no suele estar ni en las carcajadas ni en los lagrimeos. Esos sentimientos más conviven con el modus vivendi de cada cual y de cada cuala.

Entre los 2.740.000 señores y señoras abstencionistas habrá de todo, pero los calificados como culpables por la señora Díaz, no lo son tanto porque la acción y la omisión son actitudes elocuentes y comprensibles. Unos por cuestiones puramente barriguísticas y otros por la herencia del hidalgo manchego o las visones de Ingmar Bergman. Pues ha llegado muy bien la copiosa lluvia inesperada de pasotas electorales porque refresca el seso y despierta de manera cruda el deterioro de la raíz democrática. Esta democracia española necesita de serias revisiones para sentirla como nuestra, lejos de actuar como mecanismo para perpetuarse una clase política profesionalizada. El poder siempre corrompe y más si se instala utilizando estratagemas espurias. Es hora de darles unas merecidas vacaciones a los jueces.

 

Entre los 2.740.000 señores y señoras abstencionistas habrá de todo, pero los calificados como culpables por la señora Díaz, no lo son tanto porque la acción y la omisión son actitudes elocuentes y comprensibles.

 

Asistiremos al bailoteo sobre la tablazón de los pactos donde surgirán, seguro, parejas, tríos y cuartetos imprevistos. Todo presume la llegada de largos contubernios, previas las mesas de camillas preparadas al efecto, ocultas a las miradas indecentes de un paisanaje morboso y pecador.

Según parece, al presidente de la Moncloa se le acabó el presupuesto destinado a sus vuelos nacionales e internacionales al tiempo del fúnebre desaguisado andaluz. Quizá necesite otra vez su viejo coche para reconquistar el tinglado perdido, consciente de la necesidad de sustituir una vida quemada por otra virgen.