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Por unas fiestas libres de agresiones sexistas

Juan Tortosa Bn
Juan Tortosa

Lo primero que me llamó la atención la mañana del pasado 6 de julio en Pamplona fue el pin que adornaba buen número de camisas y camisetas blancas de quienes celebraban por sus calles las horas anteriores y posteriores al chupinazo sanferminero. La imagen de la insignia era una mano roja abierta con los cinco dedos cortados, como si se tratara de cinco ramas de un árbol recién podado. Luego vi carteles con el mismo emblema y una frase contundente: «Por unas fiestas libres de agresiones sexistas» y poco después, cuando recalé en la animadísima Plaza del Castillo, advertí la existencia de un «Centro de Orientación e Información» sobre agresiones y acoso machista.

El ayuntamiento que preside Joseba Asirón se había conjurado este año contra las agresiones machistas; Laura Berro, concejala de Igualdad, promovía por segundo año consecutivo una trabajada y potente campaña por los «Sanfermines en Igualdad» y toda la corporación de este «municipio por el cambio» decidió apostar fuerte por erradicar una pesadilla que les avergüenza. «No al miedo ni a las agresiones, sí al ligoteo sano y a vivir las fiestas libremente”, proclamaban. Y anunciaron a bombo y platillo que este 2016 se ampliaban los recursos disponibles en materia de atención sanitaria, psicológica, judicial o policial… cámaras de alta definición diseminadas por toda la ciudad, reiteradas invitaciones a la colaboración ciudadana…

Hay quien piensa que, gracias a toda esta campaña, se visibiliza un problema hasta ahora casi tabú porque anima a las víctimas a dar el paso y denunciar, lo que contribuye a que presuntos agresores se lo piensen dos veces y, en consecuencia, disminuya el número de abusos.

Pues bien, a pesar de todo ello la campaña no tardó en fracasar ni veinticuatro horas. A las seis y media de la mañana del día siete, cuando cruzaba yo la calle Paulino Caballero camino del primer encierro de los Sanfermines, me enteré que pocas horas antes, en uno de los portales de esa céntrica zona, cinco energúmenos, oriundos de Sevilla, habían violado a una chica madrileña de diecinueve años, grabaron la humillación con un teléfono móvil y le robaron el suyo a la joven agredida.

La misma tarde del día 7, decenas de miles de pamploneses se manifestaron para protestar contra el desgraciado comienzo de las fiestas. Pero ni así: la noche del sábado día 9 otra joven, esta vez una francesa de 22 años, denunció haber sido violada, otro perturbado fue detenido por meterle mano a una policía local y un tercero acabó también en el calabozo por acosar y manosear a una chica que descansaba en el césped de un parterre.

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Hay quien piensa que, gracias a toda esta campaña, se visibiliza un problema hasta ahora casi tabú porque anima a las víctimas a dar el paso y denunciar, lo que contribuye a que presuntos agresores se lo piensen dos veces y, en consecuencia, disminuya el número de abusos. Aún así, quienes manejan los datos sostienen que campañas como la de estos días en Navarra consiguen que, como mucho, se atreva a denunciar el diez por ciento de las personas agredidas.

En esa ciudad han tenido el valor de abrir la caja de los truenos y poner sobre la mesa un problema que en otros muchos lugares no acaba de abordarse de manera contundente por miedo a perjudicar el prestigio de las fiestas y la presencia de visitantes. O porque no acaban de asumir la importancia y gravedad del asunto. O por machismo, o por inercia social, o simple y llanamente, porque no les da la gana.

El camino de Pamplona es un camino lento, tortuoso, duro. Hay que luchar contra el machismo social, la vergüenza de las afectadas, la reticencia de quien piensa que así se perjudica el buen nombre de la ciudad y de las fiestas… pero tiene toda la pinta de que se trata de una iniciativa que acabará dando fruto. Un camino que han seguido ya algunos otros ayuntamientos como Málaga, San Sebastián o Vigo, decididos a atajar los abusos de desaforados que confunden divertirse con delinquir y por el que discurrirán otros muchos cuando comprueben que esta decisión del ayuntamiento de Pamplona de coger el toro por los cuernos (nunca mejor dicho) acabará consiguiendo que la política de “Tolerancia Cero” sea asumida, y practicada, por todo el mundo.

Como dice Asiron, «no podemos consentir que haya un cincuenta por ciento de nuestra ciudadanía que tenga que pagar un impuesto de seguridad por salir a la calle, según por qué sitios y según a qué horas». El encarcelamiento de los cinco violadores (presuntos) del día siete en Pamplona es un buen precedente. Que el Ayuntamiento se persone como acusación particular, también. La mala noticia para los andaluces es que los detenidos procedan de Sevilla. Uno de ellos, como ya se sabe, se graduó como guardia civil en Baeza hace solo unos días.

J.T.