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¿Utopía?

Es imposible ganar un partido con florituras y fair play cuando el adversario está rompiendo tibias. Aquí no hay faltas ni tarjetas rojas

Opinión / EMILIO LUCAS.- Soy de talante optimista (como dicen que son los nacidos bajo el signo de Cáncer), tengo fe (aún) en el género humano y considero posible la utopía (aquella que Tomás Moro representaba en una isla imaginaria con un sistema político, social y legal perfecto). De ahí el nombre de mi columna (que también es un guiño a Henry Miller).

Cuando Pepe Fernández me invitó a colaborar en este medio, y una vez elegido el nombre de mi columna, lo último que podía imaginar es que la primera la tendría que escribir en plena crisis de fe.

Tras los horrorosos atentados de París, hoy veo la utopía lejos, muy lejos.

El terrorismo nos ha declarado la guerra. Nos ha retado a un partido que se va a jugar sí o sí, por decreto ley. Un partido del que no podemos irnos, y en el que ellos han decidido unilateralmente las reglas, el terreno de juego y que no haya árbitro. Un partido que acaba de empezar y en el que nos van ganando por goleada.

Y te digo una cosa, amigo. Es imposible ganar un partido con florituras y fair play cuando el adversario está rompiendo tibias. Aquí no hay faltas ni tarjetas rojas.

Así que, ¿qué hacemos? Y te lo pregunto muy en serio: ¿qué narices hacemos? Porque esto tiene mala salida. O defendemos nuestras libertades, y nos arriesgamos a que lo de Nueva York, Bali, Madrid o París se vuelva a repetir; o renunciamos a nuestras libertades, y declaramos el estado de sitio con todo lo que eso conlleva (la paranoia reinante en los controles de seguridad de los aeropuertos, que ya me jodía bastante, va a ser moco de pavo con lo que vendría).

También podemos echarle huevos e ir a por ellos, pero seamos realistas, nosotros no matamos mujeres, niños, ni inocentes, y ellos sí.

También podemos echarle huevos e ir a por ellos, pero seamos realistas, nosotros no matamos mujeres, niños, ni inocentes, y ellos sí. Y si mañana, en una operación de la OTAN, el misil que se cepilla a cuatro mandamases del IS, se lleva por delante una sola vida inocente, aquí arde Troya y se piden dimisiones. Y ellos, que nos conocen, siempre se rodean de inocentes, porque saben que eso les protege. Será cobarde, ruin o ambas cosas. Pero es lo que hay.

De ahogarlos financieramente, ni hablamos, porque ahí el enemigo lo tenemos en nuestro lado. Desde las numerosas empresas de esa enorme cueva de piratas que es la City londinense que ayudaron, por ejemplo, a cobrar los rescates de los secuestros a barcos en Somalia, a los marchantes de arte americanos que han ido tras los tanques del IS que destruían obras de arte milenarias recogiendo los restos y vendiéndolos con pingües beneficios, pasando por los amigos del Golfo y los Emiratos, a los que les ponemos el culo con el servilismo de un personaje de Los santos inocentes, que gastan millones en coches de lujo para la Policía pero son incapaces de recibir a un solo refugiado sirio en su territorio, y de cuyas clases dirigentes reciben fondos los terroristas, según se ha podido saber en no pocas ocasiones.

Así que, te lo repito: ¿qué carajo hacemos? Porque el enemigo, que vive socialmente en el feudalismo medieval, utiliza nuestra sociedad moderna, nuestros avances sociales, nuestros derechos y libertades (de los que disfrutan por igual el buen ciudadano y el villano) y la globalización para destruirnos..

Y yo me niego a rendirme en la persecución de la utopía. Y mucho menos a las primeras de cambio, en mi primera columna.