The news is by your side.

Vamos tirando

España, Andalucía, la seguridad en Europa –y, de la mano, la democracia–… Parece que todo se va al garete. No diga que no se lo advirtieron

Opinión / G. HILDEBRANDT.- Un nuevo invierno se acerca a la vieja Europa trayendo fantasmas conocidos. Centenas de miles de desheredados hacen hoy lo que otros millones hicieron antes: llamar a las puertas del Primer Mundo para dejar atrás el infierno. Del otro lado, ciudadanas y ciudadanos afortunados, de pleno derecho y paralizados por la amenaza de ese mismo infierno, mantenemos altos los muros para reafirmar nuestras diferencias nacionales, nuestra identidad continental (situación privilegiada, Cristianismo, ya saben).

España, asquerosamente vieja también, que así nos es recordado de continuo y de diferentes maneras, anda también enfangada con los nacionalismos y puede estar preparándose para la amputación de uno de sus territorios. Unas y otras banderas luchan por la preeminencia de sus respectivos derechos irrenunciables. Mientras, la juventud –y la no tan juventud, maldita alopecia– intenta digerir aún el reciente festín de reformas económicas. Según algunos, que no dan muestras de estar pitorreándose del personal, encaramos un brillante futuro en uno de los países más desiguales de aquella vieja Europa.

Otra vieja, viejísima entidad –más vieja que otras que se menean bastante más la bandera–, llamada Andalucía, sigue a lo suyo, a saber, doblar la rodilla. En una tierra rica en muchos aspectos persisten, junto al arte y el salero, el paro y la pobreza. Y, aunque la corrupción se ha extendido a instancias con amplios poderes de decisión, la gente sigue votando en masa a los mismos. O a unos nuevos que, abanderando el “cambio sensato”, les ayudan a seguir gobernando.

Martin Schulz, Mariano Rajoy o Susana Díaz se suben a un atril con paso tranquilo y sacan de no sé dónde los santos genitales de sugerirlo: “De momento, todo va bien. Sigan confiando en nosotros”.

Argumentan los y las dirigentes del IBEX 35, de grandes medios y bancos, de países y regiones, que no, no hay razones suficientes para introducir grandes alteraciones en el piloto automático.

Pero en realidad les sudan las manos. Saben que no pueden predecir cuál de las chispas por venir devendrá en fuego. El de una insurrección popular, por ejemplo. O lo contrario, que la gente, asustada como está, se vuelva a echar democráticamente en los brazos de un guía o partido salvador nacional(socialista)(católico)ista. Miren a Hungría, Polonia, Suiza o la mismísimas Francia y Alemania si no me creen.

En cualquier caso, Martin Schulz, Mariano Rajoy o Susana Díaz se suben a un atril con paso tranquilo y sacan de no sé dónde los santos genitales de sugerirlo: “De momento, todo va bien. Sigan confiando en nosotros”. Ese es su papel, claro. Cualquier posibilidad de cambio real en la estructura será siempre rechazada por la cúpula, que es la que tiene algo que perder.

Con una historia parecida comienza y termina la profética cinta francesa El odio (La Haine, 1995) de Mathieu Kassovitz; la de un hombre que, mientras cae de un edificio de 50 pisos, repite a modo de mantra: “De momento, todo va bien”. Aquel film, en el que tres jóvenes intentan esquivar una hostia anunciada –una hostia de odio, la que les esperaba en la acera de un gueto parisino–, era una clara advertencia.

Ese es el papel del cine de denuncia –y el del periodismo, que es a lo que vamos– frente a ese demencial “de momento, todo va bien” de los yonquis del poder.

Usted está aquí, lector, porque las cuentas no terminan de cuadrar, y porque aún le queda algo de fe en el periodismo (¡Felicidades!). En que, además de beber, fumar o venderse al mercado –y a veces ni siquiera eso–, el que firma estas líneas lo está intentando. Mi menda, puede creerlo, también va a donde ocurren las cosas para hacer preguntas, escuchar y mirar, luego levanta un teléfono, de vez en cuando se lee un libro y, al fin, escribe o locuta unos textos más o menos finos que le cuentan qué hay de nuevo, viejo. O por qué hay cosas que nunca cambian.

“Lo importante no es la caída. Es el aterrizaje”, cierra el narrador en El odio. Nosotros intentaremos contar ambas cosas.